Egipto, el cuento de nunca acabar

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Egipto tiene una sorprendente capacidad de producir constituciones inútiles: muchas cartas magnas y poca justicia para los ciudadanos. Atrás quedó la primavera que destronó a Hosni Mubarak el 11 de febrero de 2011, atrás quedaron las esperanzas de cambio, la plaza Tahrir rebosante de sonrisas, los símbolos e ilusiones de millones de personas que salieron a las calles.

Llegaron las elecciones, por fin libres, y ganaron como era de esperar los Hermanos Musulmanes, el único poder real junto a los militares. Se esfumó el Egipto urbano, laico y de izquierda, se esfumaron las redes sociales que impulsaron junto a Al Yazeera el gran cambio aparente. Desapareció el encantamiento, la ficción fabricada en los medios de comunicación de Occidente y brotó la realidad.

Los Hermanos Musulmanes nunca comprendieron Tahrir ni la primavera. Pensaron que su victoria en las urnas, admitida con fórceps por los militares presionados desde Washington, era la oportunidad de poner en marcha su programa islamista, sin consensos ni rodeos. El presidente elegido, Mohamed Morsi, acumuló tantos errores de bulto en su gestión que hundió aún más la economía. Los más graves fueron aprobar su Constitución y declararse por encima de la ley.

Los militares aguardaron pacientes su oportunidad, dieron cuerda a los islamistas, toda la necesaria hasta ahorcarse. No estaba solo en juego el futuro del país, estaban en juego los lucrativos negocios que genera el poder. Se rompió el pacto tácito de compartir el país y el dinero.

Cuando los laicos despertaron y retomaron las calles, el general Abdel Fattah al Sisi sacó sus carros de combate, detuvo al presidente Morsi y regresó a las reglas de juego anteriores, a las de Mubarak. Era 3 de julio de 2013. Sisi habló de levantamiento popular, de un intento de salvar el espíritu de Tahrir, vistió su golpe de laicismo. Sisi se hizo la foto con El Baradei y otros compañeros de viaje para mostrar al mundo que se trataba de un movimiento mayoritario. Los compañeros abandonaron pronto el viaje porque dejaron de ser útiles. El golpe se quitó caretas, adjetivos y disfraces.

Egipto ha regresado a la dictadura, a la censura, a la represión de los oponentes, a la cárcel para sus periodistas menos dóciles. En el vídeo anterior, que es previo al golpe de julio, uno de los militares le pide a Sisi mano dura con los periodistas.

Los Hermanos vuelven a la clandestinidad, regresa el fantasma del terrorismo y se hunden los ingresos por turismo. Egipto sigue siendo una bomba de relojería.

Los Hermanos Musulmanes convocaron protestas contra el referéndum constitucional. Hubo choques violentos, heridos y muertos. No fue una jornada electoral pacifica. Nadie duda del resultado, que el escrutinio es también una forma de ejercicio del poder.

El general Sisi juega su partida interna en un escenario internacional que le beneficia. Para EEUU, pese a las declaraciones críticas y la suspensión temporal del sustento económico, los militares son un mal menor y conocido, pues la mayoría de los altos mandos se han formado en EEUU.

Egipto vota la Constitución nacida del golpe militar

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Israel prefiere a los generales que a los Hermanos, que simpatizan con los palestinos de Hamás. Para Israel las cosas están bien ahora porque necesita concentrarse en la frontera norte, de donde le pueden venir a corto plazo los problemas (Siria, Líbano).

Para Arabia Saudí y para el resto de las monarquías del golfo, el golpe de julio era necesario. Necesitan un Egipto fuerte para enfrentarse a lo que consideran el desafío iraní. Otro de los errores de Morsi fue viajar a Teherán y hacer las paces con el entonces presidente Mahmud Ahmadineyad. Ese gesto cavó su tumba internacional.

El Egipto derrotado por el golpe, el que creyó haber conquistado el poder, no se resigna a perderlo definitivamente. La batalla será larga y probablemente inútil: los Hermanos no desaparecerán, siguen siendo la primera fuerza electoral y algún día volverán al poder.

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