“Recuérdale al tirano que arrancarle páginas al libro de Historia sólo hace que lo que estaba escrito en ellas se vuelva más fuerte”
La Historia ha muerto tres veces: la primera la mató Hegel, la segunda Marx y la tercera Fukuyama. El primero la vio en la derrota de la monarquía prusiana en Jena y a manos de Napoleón; el segundo, en la utopía comunista, y el tercero en la propagación de la democracia liberal, con su economía de mercado y sus avances continuos en el terreno de la ciencia y la tecnología. Cada uno a su modo, parece que los tres se equivocaban, porque hoy la desigualdad, las guerras, los atentados terroristas, el hambre que sufre medio planeta o el fanatismo religioso y nacionalista, entre otras plagas, siguen haciendo correr ríos de tinta y a veces de sangre. El mundo no ha logrado la perfección a la que aspiraban los filósofos ni la igualdad que querían los revolucionarios, de hecho el neoliberalismo lo ha hecho retroceder dos siglos, aunque, eso sí, de forma selectiva: las élites ya han llegado al futuro y casi todos los demás han vuelto al pasado de forma tan radical que muchos trabajadores de nuestros días no hubieran desentonado en una novela de Dickens y todos firmarían estos versos de Ángel González: “te llaman porvenir / porque no vienes nunca.” Empezando por las instituciones y acabando por una gran mayoría de los medios de comunicación, nuestras sociedades han acabado en poder de una oligarquía que mientras nos amenazaba con la dictadura del proletariado impuso la de los propietarios. Así nos va.
En su libro La crisis del capital en el siglo XXI, recién publicado en España por la editorial Anagrama, el profesor francés Thomas Piketty habla entre otros asuntos de la epidemia de desempleo y pobreza que arrasa la Europa de los valores y los derechos como la peste negra arrasó la de Dante, Bocaccio y la Guerra de los Cien Años, y llega a la conclusión de que gran parte de nuestras desgracias provienen de la hipocresía de los países que la formaron para que fuese lo que es: una comunidad en la que cada uno va a lo suyo. “El euro, por ejemplo, fue la creación de una moneda sin Estado y un banco central sin gobierno”, dice y recuerda cómo en la época de prosperidad “el sistema financiero se desarrolló sin control, sin que nadie lo regulara y sin una rendición de cuentas digna de ese nombre”, lo que puso el planeta a los pies de los más inmorales, los que expolian las reservas de dinero público y vacían las cajas fuertes de los bancos; los que transforman la salud o la educación en un negocio; los que rebajan los sueldos de sus empleados a la vez que multiplican los suyos hasta el infinito, roban a la vez que claman contra los ladrones o exigen que se abarate el despido mientras se otorgan a sí mismos contratos blindados e indemnizaciones multimillonarias. Es una reconquista en toda regla, son los señores feudales de nuestros días volviendo a sus castillos para restablecer el viejo orden: qué es eso de que un simple obrero tenga casa en la playa, se cure en los mismos hospitales que nosotros y sus hijos estudien en la Universidad. Es una batalla silenciosa pero implacable, que se pelea de norte a sur y casa por casa, está llena de trincheras invisibles y víctimas de carne y hueso. Es, a su modo, la III Guerra Mundial, la combaten los pocos que lo tienen casi todo contra el resto, y hasta ahora no hay duda de que van ganando ellos. Las víctimas, por lo general y salvando todas las distancias, sienten algo parecido a lo que debió sentir la escritora húngara Edith Bruck, sobreviviente de los campos de concentración nazis, cuando escribió estos versos: “Nacer mujer / nacer pobre / nacer judía / es demasiado / para una sola vida.” La editorial Ardicia acaba de sacar a la luz su libro Quien así te ama, un testimonio estremecedor de sus experiencias en Auschwitz, Dachau, Christianstadt y Bergen-Belsen y resulta de todo punto imposible leerlo y no pensar en cómo está tratando en estos momentos su país a los refugiados que huyen de otros asesinos, de otros tiranos. Las fotos de lo que pasa en 2015 se parecen demasiado a las de lo que pasó entre 1939 y 1945.
El capitalismo se ha llevado el gato al agua, pero no ha compartido la victoria con nosotros. Y de hecho, dejar de tener contrincante no lo ha vuelto mejor, sino igual de malo: lo que hemos aprendido de la desintegración de la Unión Soviética y el hemisferio socialista es que sus adversarios no querían derribar el Telón de Acero y el Muro de Berlín, sino cambiarlos de sitio: ahora están en Cisjordania, en Marruecos –la Pared del Sáhara-, en Ceuta y Melilla o, desde hace muy poco, en Budapest. A algunos ciudadanos, a menudo aterrorizados por los discursos del miedo, les gustan esas fronteras, se sienten protegidos tras ellas, y por eso los gobiernos de ultraderecha empiezan a hacerse con el control del continente, primero en Hungría o ahora en Polonia, mientras los partidos xenófobos enseñan los dientes en Francia, en Grecia y, aunque parezca mentira, incluso en Alemania y el Reino Unido. Es una buena noticia que el nuevo líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, haya tomado como asesores a economistas como Joseph Stiglitz y el propio Thomas Piketty. Ahora sólo falta que no lo haga sólo a nivel decorativo.
“La política no está para financiar a los mercados, sino para regularlos y hacer que en ellos todo el mundo tenga oportunidades”, leemos en La crisis del capital en el siglo XXI, cuyo subtítulo no tiene pérdida: Crónicas de los años en que el capitalismo se volvió loco. Y está claro que en eso, Europa se ha venido abajo. ¿Por qué? No por falta de recursos sino de generosidad. “Naciones como Italia, Portugal y España incurrieron en déficits relativamente modestos”, recuerda Piketty, “pero no supieron invertir de modo eficaz en educación, investigación, formación o programas bien diseñados que facilitaran el ajuste económico.” Es otro modo de decir que vivimos en la era de los egoístas, la ambición sin límites y la impunidad: cuando los maestros de la usura ya tienen todos los huevos de oro, matan a la gallina y se hacen un caldo con ella. Nosotros debemos pelear bajo la mesa por los restos. Mientras unos llegan demasiado lejos, el único viaje del resto es mirar pasar el tren.
A la Historia no le pasa nada, tal vez se hizo la muerta, pero sigue aquí. No hemos llegado a ningún sitio en el que nos podamos permitir el lujo de olvidarla. Eso sí, a la hora de volverla a contar siempre hay dos tipos de personas, las que intentan arrancarle ciertas páginas para que vuelva a decir lo mismo que decía antes de que se escribiesen y los que le quieren aprender del pasado para cambiar el final. Se dice que todas las revoluciones empiezan en un callejón sin salida. Está bien recordarlo.
“Recuérdale al tirano que arrancarle páginas al libro de Historia sólo hace que lo que estaba escrito en ellas se vuelva más fuerte”