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El poder está en el diccionario

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La capacidad para nombrar y definir lo nombrado construye la realidad. Lo han explicado filósofos y lingüistas desde perspectivas teóricas y académicas, cineastas y novelistas desde la ficción, y lo comprobamos de forma cada vez más frecuente en la práctica.

El último gran ejemplo es la denominación de pin parentala lo que no es sino una censura de los padres contraria al derecho a la educación de los menores según los valores constitucionales. Más allá de la polémica, de la que se ha hablado largo y tendido, merece la pena prestar atención a la expresión. La palabra pin remite a un campo semántico positivopin , a esa parte de la tecnología más atractiva que hace que la comunicación sea permanente, aboliendo el tiempo y el espacio. El pin desbloquea el teléfono móvil, deja acceder al ordenador, permite sacar dinero con la tarjeta en el cajero... El pin abre un mundo de posibilidades, proporciona acceso, permite entrar en un universo privado. Y lo hace, además, de forma individualizada. El que introduce el pin no es la sociedad, ni una colectividad, ni la asociación de padres y madres, ni un grupo de pedagogos. El pin es tecleado por cada cual de forma individual y abre, por tanto, un espacio privado y exclusivopin . Si encima se le añade el apellido parental, automáticamente será identificado con padres responsables preocupados por la educación de sus hijos. Lakoff diría que estamos ante un caso evidente de construcción de un marco positivo que remite a la idea de acceso reforzada por la privacidad y la tecnología junto a la responsabilidad parental. Huelga decir que tan idílica construcción tiene poco con ver con lo que en realidad pretende, que no es sino hurtar el derecho a ser educados en los valores de libertad, tolerancia, respeto a la diversidad, o recibir educación para la salud -como es la educación sexual-, a aquellos jóvenes cuyos padres no autoricen contenidos contradictorios con sus particulares criterios, manías o fobias.

Un error imperdonable

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Esta polémica del pin parental ha sido la última en saltar, pero los ejemplos son múltiples. Llevamos años en que los vientres de alquiler se han convertido en "gestación subrogada", con toda la carga de contenido que supone. La palabra gestación, nuevamente, remite a un marco en positivo que habla de creación, de vida, de futuro; y la subrogación no deja de ser una palabra extraña a la que se acude cuando uno asume la hipoteca de otro para comprar una nueva casa. Nuevamente, futuro, ilusión, novedad… Qué poco se refleja allí la realidad de la transacción comercial con el vientre de las mujeres, que gestan a un bebé para ser entregado a otras personas a cambio de dinero.

El razonamiento se podría aplicar a la cadena perpetua devenida en "prisión permanente revisable", la violencia machista ocultada por la "violencia intrafamiliar" o a la propia democracia ahora entendida como "dictadura progre".

La batalla por el lenguaje es de las más cruentas en política. Cuando se nombra se construye un concepto con sus atributos y connotaciones, se le sitúa en un contexto, y se despliega en él una batería de intenciones. Sin embargo, la velocidad del día a día y la forma acelerada en que nacen, crecen, se reproducen y mueren los debates, hacen que a menudo estas batallas pasen desapercibidas. Conviene prestar atención a ellas y librar el combate conscientes de lo que está en juego. Quien nombra la realidad, la construye.

La capacidad para nombrar y definir lo nombrado construye la realidad. Lo han explicado filósofos y lingüistas desde perspectivas teóricas y académicas, cineastas y novelistas desde la ficción, y lo comprobamos de forma cada vez más frecuente en la práctica.

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