Las elecciones presidenciales en Francia son el enésimo aviso de que las democracias europeas están gravemente heridas en su credibilidad. Con la participación más baja desde 1969, Macron ganó, pero Le Pen recortó la distancia a más de la mitad respecto a hace cinco años. Que Macron no crea que los votos recibidos son por él, sino, en buena medida, contra ella, y sus partidarios de verdad se verán en unas legislativas que se intuyen complejas. Veremos cómo y con quién se forma el gobierno.
Una derrota dulce para la ultraderecha, que inmediatamente inició la campaña de las legislativas que se celebrarán en un par de meses sin perder la vista tampoco en el 2027, momento en que Macron no podrá volver a presentarse, Mélenchon tendrá ya 75 años, y Marine Le Pen, si nada pasa, volverá a ser candidata. Cinco años son muchos para aventurar nada, pero nadie le pierde de vista.
Que Macron no crea que los votos recibidos son por él, sino, en buena medida, contra ella, y sus partidarios de verdad se verán en unas legislativas que se intuyen complejas. Veremos cómo y con quién se forma el gobierno
La ultraderecha consigue su mejor resultado de la historia de Francia creciendo sobre las brechas que se ahondan año tras año y que han dividido el país en dos. Brechas que vimos en la elección de Trump, en el Brexit, en la indignación española o en el triunfo del Movimiento 5 estrellas en Italia. Llevamos ya una década diagnosticando estas fallas de las democracias occidentales sin que se consigan paliar.
Las causas, como siempre, son múltiples. Entre otras, el fracaso de los partidos tal como los conocíamos, la falta de dinamismo de la sociedad civil para cumplir con sus funciones en sociedades democráticas, la incapacidad del sistema económico para acabar con la desigualdad, y del político para generar legitimidad. La tentación de achacar todo esto a las distintas crisis económicas es alta, y seguro que tiene mucho que ver, pero que a nadie se le olvide que en este caso hablamos de la próspera Francia, con una de las inflaciones y tasas de paro más bajas de la Unión Europea y uno de los países que antes ha conseguido recuperarse de la pandemia.
Conviene no errar el diagnóstico. Si bien los votantes de Mélenchon y de Le Pen comparten una fuerte pulsión antiestablisment, suponen protestas radicalmente diferentes. Una, dentro de los valores y los contornos del sistema democrático; la otra, desde el repliegue nacionalista, excluyente y autoritario. El discurso de Mélenchon es radicalmente democrático, el de Le Pen, por muy suave que sea en las formas, claramente autoritario y excluyente. Se puede ser antiestablishment y demócrata, o antiestablishment y antidemócrata.
Haríamos bien, sin perder de vista en los asuntos materiales y económicos, en mirar también a cuestiones de carácter más subjetivo como la percepción pesimista de futuro, el desencanto con las democracias representativas occidentales y la impotencia ante problemas grandes y centros de decisión lejanos que nos ha traído la globalización. El 69% de los votantes de Macron dicen estar satisfechos con su vida y y casi el 80% de los que no lo están optaron por Le Pen según este estudio de Ipsos que se conoció anoche. Macron en su discurso dijo entender el cabreo y anunció cinco años distintos para rehacer la ilusión democrática. Ojalá acierte, ojalá acierte Francia entera, porque quizá sea la última oportunidad.
Las elecciones presidenciales en Francia son el enésimo aviso de que las democracias europeas están gravemente heridas en su credibilidad. Con la participación más baja desde 1969, Macron ganó, pero Le Pen recortó la distancia a más de la mitad respecto a hace cinco años. Que Macron no crea que los votos recibidos son por él, sino, en buena medida, contra ella, y sus partidarios de verdad se verán en unas legislativas que se intuyen complejas. Veremos cómo y con quién se forma el gobierno.