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Las valoraciones van por barrios, como siempre. Pero hay datos objetivos que apuntan a que la estrategia seguida por la derecha para mostrar su malestar por los previsibles indultos a los presos del procés ha sido un éxito para Vox y un desastre para los populares. En plena disputa interna por la reconfiguración del bloque conservador, Colón ha evidenciado cómo la ultraderecha, cuando le marca el paso a la derecha, gana las batallas. Aplausos a Abascal, abucheos a Casado, y Díaz Ayuso situándose al margen de la Constitución insinuando que el Rey no debería firmar los indultos —¡vaya jugarretas le hacen al Monarca los más monárquicos!—.
Tanto Vox como la parte del PP más cercana a la ultraderecha han sacado réditos a una movilización que debería preocupar a un partido sistémico, de gobierno, con vocación de mayorías, como es el Partido Popular. Esta formación, con los más destacados de sus barones haciendo mutis por el foro para acudir a fiestas de guardar y audiencias papales, se ha ido empapando de una retórica inapropiada por rupturista, cada vez más radical, cada vez menos integrada en los parámetros democráticos. Y ahora, salir de ese marco conceptual y de su plasmación en un relato más y más reaccionario resulta complicadísimo.
Como reflejaba infoLibre hace unos días, la recogida de firmas contra los indultos ha sido en la primera semana de aproximadamente una octava parte de la obtenida contra el Estatut en 2006. La asistencia a Colón, según las cifras oficiales, aproximadamente la mitad que en 2019. Y por si esto fuera poco, las encuestas dicen que el porcentaje de españoles contrario a los indultos va descendiendo conforme el debate avanza, el Gobierno lo explica y los independentistas muestran gestos de cambio de ciclo. Ha llovido desde aquel 2019 y se equivocará quien no sepa leer lo que estos cambios suponen en la España pandémica. A la vuelta de la esquina, la opinión pública mayoritaria —también en Cataluña, por cierto— puede poner en cuestión las promesas demagógicas y las alternativas simplistas. No sabemos cuándo va a producirse la inflexión, pero esta no solo es probable sino que abre la única salida posible a una endiablada situación que bloquea la institucionalidad democrática y la niega de hecho.
En todo este panorama, el Partido Popular necesita encontrar un camino propio para mostrar su rechazo a los indultos sin hacerle el juego a su competidor por la extrema derecha. Ciudadanos se conforma con que no le borren de la escena, pero sus problemas son otros, de mayor calado. En Colón, ni se le vio.
Otro escenario político del fin de semana ha sido el ocupado por Podemos, con la elección de Ione Belarra como Secretaria General por casi el 90% de los votos. Ninguna sorpresa en la elección, pero hay profundos motivos de preocupación para las moradas si se mira más al fondo. Podemos ha elegido a su nueva Secretaria General con el porcentaje más bajo de participación de su historia: 53.000 votos, 6.000 menos que el año pasado, y un tercio de sus cifras récord. En 2017 votaban en primarias 155.000 y en el caso “del chalet” la participación fue de 188.000 personas. Si se tiene en cuenta que una de las señas de identidad de la nueva política fue la de crear un “partido de nuevo tipo”, o “partido movimiento” con participación de las bases y mecanismos de toma de decisión más horizontales, se puede empezar a calibrar la dimensión de la crisis.
El tercer foco de atención política ha estado centrado en las primarias del PSOE andaluz. Pese a los temores de empate que hablaban de una segunda vuelta, Juan Espadas se ha impuesto con cierta holgura a una Susana Díaz que ya ha anunciado que no optará a la secretaría general en el Congreso de los socialistas andaluces de final de año.
Ver másLa derecha contra sí misma
Viendo las tres pistas de este espectacular fin de semana en lo político, hay que concluir que la fortuna sonríe a los audaces. El audaz, se entiende, es Pedro Sánchez. Algunas apuestas le salen mal –ahí están los resultados en Madrid–, pero otras le permiten una y otra vez mantenerse a flote y conjurar las maniobras de sus adversarios. El balance del fin de semana no le puede ser más favorable: su derecha dividida con Vox comiéndole terreno a un PP en busca de identidad, su izquierda venida a menos incapaz de salir del velatorio del cambio de liderazgo, los apoyos del Gobierno cohesionados frente al bloque de Colón, y su liderazgo interno, que empezaba a acusar desgaste, fortalecido nada menos que en la todopoderosa federación andaluza. Sánchez ha hecho de la necesidad virtud, y a la "no – foto" de Colón, él opondrá unas horas después su retrato en la bilateral con Biden. ¿Qué más puede pedir?
Ahora bien, que ni él ni nadie se confíe: cada movimiento en el terreno de juego, y este fin de semana ha habido tres, transforma la realidad y descoloca a quienes no aciertan en su pronóstico.
La fortuna sonríe a los audaces, y el caso de los indultos, aunque necesario y oportuno, era un ejercicio de osadía. Ahora bien: esa misma fortuna, a veces, es caprichosa e imprevisible. Como siempre, lo más importante que tiene que hacer un partido es saber leer la realidad, esa que cambia permanentemente.
Las valoraciones van por barrios, como siempre. Pero hay datos objetivos que apuntan a que la estrategia seguida por la derecha para mostrar su malestar por los previsibles indultos a los presos del procés ha sido un éxito para Vox y un desastre para los populares. En plena disputa interna por la reconfiguración del bloque conservador, Colón ha evidenciado cómo la ultraderecha, cuando le marca el paso a la derecha, gana las batallas. Aplausos a Abascal, abucheos a Casado, y Díaz Ayuso situándose al margen de la Constitución insinuando que el Rey no debería firmar los indultos —¡vaya jugarretas le hacen al Monarca los más monárquicos!—.
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