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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

El Gobierno de los platos chinos

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Acaba el año como empezó, pero más. Desde el inicio de esta legislatura, hace poco más de un año, la aritmética parlamentaria apuntaba a que nada sería fácil. Lo ajustado de los votos, las diferencias ideológicas entre los socios del Gobierno y en ocasiones la competencia entre ellos, se encargarían de hacer de cada votación un laberinto. Conforme han pasado los meses, lo que entonces era una suposición se confirma cada día y va in crescendo. ¿Hasta cuándo? Esta es la pregunta del millón.

Lo ajustado de los votos lo expresó Andoni Ortúzar en la que es, sin duda, la frase más adecuada para describir esta legislatura: el Gobierno necesita todos los votos, todo el tiempo. Esto obliga a negociar cada iniciativa con todos los socios y a conciliar intereses muy distintos, en ocasiones contradictorios por las enormes diferencias ideológicas que tienen y exhiben. Un ejemplo reciente lo hemos tenido con el impuesto a las energéticas. Las posiciones de Junts y PNV son radicalmente contrarias a las exigencias de Podemos. El Gobierno consiguió un acuerdo in extremis para salvar su paquete fiscal, pactando el mantenimiento del impuesto con Podemos y lo contrario con Junts y PNV. ¿Y ahora? Tumbado el impuesto por la derecha en el Congreso, previsiblemente se presentará un Real Decreto para prorrogarlo, que decaerá -salvo sorpresa o argucia- cuando el Congreso tenga que convalidarlo. Si no hay novedad, el Gobierno, que salvó in extremis con este acuerdo el pacto fiscal, habrá conseguido cabrear a tres de sus socios y generar confusión en el sector y en la ciudadanía. 

Las diferencias ideológicas entre los socios del Ejecutivo en casos como el anterior o en otros similares hacen que las contradicciones sean cada vez más frecuentes. La situación se complica aún más si, además, se cruza la competencia que algunos de los socios tienen entre sí. Junts versus ERC; Podemos versus Sumar; PNV versus Bildu; a la batalla general hay que unir la suya particular. 

Todos los que votaron la investidura siguen prefiriendo, a día de hoy, este Gobierno a ninguna otra alternativa. ¿Cabe pensar, por tanto, que la estabilidad está garantizada? No tan rápido

Podría pensarse que estas situaciones se resuelven acudiendo a la imaginación y la habilidad negociadora, y es cierto, pero pese a los logros exhibidos por PSOE y Sumar, el margen se estrecha cada vez más y por ende la capacidad de legislar. Tanto, que el Gobierno se pasa el día corriendo por los pasillos para dar impulso a cada uno de los palos que sujetan en lo alto los platos chinos, de forma que todos sigan girando y eviten caerse. 

Ahora bien, cuando alguna vez no ha llegado a tiempo y uno o varios de ellos se han venido al suelo, ¿qué ha pasado? Nada. Todos los que votaron la investidura siguen prefiriendo, a día de hoy, este Gobierno a cualquier otra alternativa. ¿Cabe pensar, por tanto, que la estabilidad está garantizada? No tan rápido.

Si bien hoy en día podría pensarse que es así, también es cierto que los coqueteos de Junts con el PP son cada vez más visibles. Y ya hasta Feijóo asume que es positivo para su formación llegar a acuerdos con la derecha nacionalista catalana. De momento, no para presentar una moción de censura, pero sí para dificultar la aprobación de presupuestos, de iniciativas relevantes, o para poner al Gobierno frente a las cuerdas. Y esto, antes de que a Puigdemont se le haya aplicado la amnistía. Si en un momento dado, los tribunales permitieran que así fuera, ¿seguiría optando por apoyar a Sánchez?.

Hay otro riesgo más sutil pero de mayor profundidad, que es el desconcierto cuando menos, y desconfianza cuando más, que provocan en los socios y en buena parte de la ciudadanía maniobras que implican pactar una cosa y su contraria, como en el caso del impuesto a las energéticas, o llegar a acuerdos que son muy difíciles de cumplir, como el reconocimiento del catalán en las instituciones de la UE o el traspaso íntegro de las competencias de inmigración a Cataluña, entre otros. 

La aritmética parlamentaria es la que es y con esas cartas el Gobierno ha de jugar. Ahora bien, conviene valorar en cada caso si es preferible renunciar a iniciativas concretas antes que profundizar la desconfianza de los socios y la ciudadanía. Lo que hoy se vende como una victoria puede ser una gota en ese vaso de desconfianza que en cualquier momento se puede colmar.

Acaba el año como empezó, pero más. Desde el inicio de esta legislatura, hace poco más de un año, la aritmética parlamentaria apuntaba a que nada sería fácil. Lo ajustado de los votos, las diferencias ideológicas entre los socios del Gobierno y en ocasiones la competencia entre ellos, se encargarían de hacer de cada votación un laberinto. Conforme han pasado los meses, lo que entonces era una suposición se confirma cada día y va in crescendo. ¿Hasta cuándo? Esta es la pregunta del millón.

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