En Transición

Ojalá la culpa fuera (sólo) de la prensa

Salimos del cine con un chute entre romántico y combativo mientras nos repetimos una vez más que el periodismo es una de las profesiones más bonitas que existen. “¡Cómo me gusta esto!”, le dice con una mirada cómplice un estupendo Tom Hanks, convertido en director del Washington Post, a su secretaria. ¿Y a quién no le gustaría ejercer ese papel de vigilante del poder que en el diseño idílico de nuestras democracias deben cumplir los medios de comunicación?

No es cuestión de romanticismo ni de nostalgia por las rotativas o el olor a tinta. Lo que añoramos es que los medios de comunicación puedan cumplir esa función social de servicio público de forma rigurosa e independiente, permitiendo convertir los datos en información para hacer entendible una historia. Por eso jamás creí que las redes sociales fueran una amenaza para la prensa, si esta es digna de tal nombre. Un tuit es incapaz de contextualizar, de explicar los antecedentes, de dibujar los porqués y los para qué de las cosas. Podrá contener datos, esbozar titulares y por supuesto amplificar y difundir, pero esto no compite con la labor del periodista. Al contrario, debería ayudarle multiplicando su alcance.

La revolución tecnológica, sin duda, ha dado un buen revolcón al mundo de la comunicación en general y de los medios en particular, por aquello del medio y el mensaje, pero ha puesto más de relevancia que nunca, si cabe, la necesidad de contar con profesionales que seleccionen, contextualicen y expliquen. “En las inundaciones lo primero que falta es el agua potable”, como dijo Iñaki Gabilondo al referirse a la inundación de “información” que nos rodea. Si además se suma a este momento de cambio profundo su coincidencia con la crisis económica, asumiremos que el desafío es notable.

Ahora bien, nos equivocaríamos si pensáramos que el problema al que hoy se enfrentan los medios de comunicación tiene que ver exclusivamente con el cambio de paradigma que han supuesto las Tecnologías de la Información y la Comunicación y con la crisis económica. El principal problema deriva de la falta de credibilidad de unos medios cuyo principal capital es precisamente ese, ser creíbles. Según el informe Reuters Digital News de 2015, los medios de comunicación españoles tienen la credibilidad más baja de Europa.

La sospecha de la falta de independencia de los principales grupos de comunicación está inevitablemente relacionada con su dependencia económica: grandes anunciantes (cada vez menos y con más peso), accionistas con intereses políticos y empresariales, fondos de inversión a la búsqueda de rentabilidad a corto… Y aunque esto es un escenario teórico, no tendría por qué ser negativo per se si se aplicaran los principios de libertad de información y compromiso con los lectores que deberían tener los medios. Mas el caso es que en la realidad no funciona así. Y ahí empezamos a tocar el fondo del problema.

La izquierda se la juega en la innovación

Para disfrutar de una prensa de calidad hacen falta muchas cosas: periodistas bien formados, editores conscientes de su responsabilidad social, élites –no, no sólo políticos, también empresarios, líderes sociales, etc.–, que entiendan esta relación, y una sociedad que sea capaz de valorar el papel que los medios de comunicación tienen en la democracia.

Si necesitamos medios de comunicación libres e independientes y convenimos que el modelo económico y financiero actual imposibilita que esto sea así, necesitaremos buscar alternativas que lo hagan posible. Es por eso que los nuevos medios que han surgido al calor de esta crisis, como el propio infoLibre, ensayan diferentes fórmulas que combinan la publicidad con las aportaciones de socios, productos informativos complementarios, crowfundings, etc. Ahora bien, ¿está la sociedad española dispuesta a financiar el trabajo y los medios que requiere un periodismo de calidad?

Sólo si somos conscientes del papel fundamental para la democracia que tienen unos medios de comunicación libres, independientes y creíbles, entenderemos el compromiso que debemos asumir como sociedad. Habrá quien dirá que pagaría gustoso si tuviera una información de calidad. Dejémonos de excusas: si hay iniciativas –como esta plataforma y otras muchas– y profesionales que siguen dispuestos a hacer su trabajo con pasión y conscientes de su responsabilidad –y en España tenemos unos cuantos–, la viabilidad de estos proyectos dependerá en buena medida de nosotros. Básicamente, de que dejemos ya el mantra de que la culpa es de los medios –que también–, y avancemos en el debate sobre cómo conseguir que el conjunto de la sociedad entienda, valore, y esté dispuesta a pagar por una de las pocas cosas sagradas hasta para los laicos: una información de calidad para una democracia de calidad.

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