Lo que nos perturba y lo que nos jugamos

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Esto no es nuevo. Lo hemos visto en películas y series que proyectaban distopías, lo hemos leído en novelas que describían el caos. Lo nuevo es que ahora nos toca a nosotros, lo estamos viviendo en primera persona, y eso provoca una extraña sensación de no saber si es real o una ficción más.

Al incremento de personas afectadas y fallecidas se suma la perplejidad de ver cómo se derrumban buena parte de las ideas sobre las que construimos esos relatos con los cuales intentamos entendernos y explicarnos. En la manera en que se gestione esta crisis, como ya pasó con la del 2008 –salvando todas las distancias, que son muchas-, nos lo jugamos todo. Tanto, que sería bueno comenzar por entender lo que nos está perturbando y lo que nos jugamos.

Un virus disruptivo y transgresor

La crisis del coronavirus ha metido de lleno a Occidente en un paradigma que cuestiona buena parte de nuestro modo de vivir. Acostumbrados a habitar un entorno de certeza y seguridad donde todo está previsto, controlado y asegurado –o eso se cree–, de repente la incertidumbre ha irrumpido sin pedir permiso. Lo había hecho ya de la mano de la crisis climática y de otras grandes y amenazantes tendencias que dibujan el presente y el futuro, pero esta vez se ha instalado en nuestra vida de un golpe, de forma abrupta y sin apenas tiempo para asumir socialmente el desafío.

Lo ha hecho de la mano de un bicho microscópico al que ni vemos, pero que ha dejado en evidencia el pretendido individualismo en el que decimos vivir, arrasado al comprobar que somos seres interdependientes, que necesitamos de otras muchas –¡¿cuántas!?– personas para mantener nuestro estilo de vida. Interdependientes, pues, unos de otros y de todas las personas con el planeta, nos hemos descubierto como seres sociales, seres políticos, hasta extremos que ni imaginábamos.

Es realmente perturbador que en tiempos de lo transhumano, como aventuran las series de ficción, nos revelemos súbitamente como cuerpos, humanos y vulnerables. Cuando empezábamos a proyectar el futuro como una liberación de la tiranía de los cuerpos gracias a la implantación de dispositivos tecnológicos, de repente descubrimos que un virus es capaz de echarlo todo por tierra en pocos días. Ni Years and Years había llegado a tanto.Years and Years

Por si fuera poco, el enemigo a batir es, además de incierto, invisible y desconocido; tiene mucho de transgresor. Funciona al margen de los patrones habituales. No es especialmente agresivo –que sepamos, de momento– con los toxicómanos, los homosexuales o con los adictos al sexo de riesgo. Al contrario, afecta a "gente normal", e incluso a los que se suponen rodeados de seguridad y privilegios. Diputados, ministras, ricos, famosos… ¿Qué tipo de bicho es este que osa desafiar el orden establecido de esta manera?

Lo disruptivo del virus ha generado también una enmienda a la totalidad al tecnooptimismo, que ha saltado por los aires mostrando a las claras su debilidad. Se ha comprobado cómo la tecnología, habitualmente aliada del desarrollo, tiene también unos límites aunque nos empeñemos en negarlos, y hoy se muestra incapaz de contener a corto plazo la pandemia. Y aunque lo hiciera a medio, la fe ciega que muchos le profesaban habría quedado, cuando menos, en entredicho.

La sorpresa continúa al comprobar que, contra ese populismo que había instalado las fake en el corazón de la sociedad, necesitamos del conocimiento, de la ciencia y del saber experto. Nunca como ahora somos conscientes de la importancia del conocimiento científico, el mejor disponible, para poder tomar las mejores decisiones. Recordémoslo cuando escuchemos a telepredicadores, a los autores de los "hechos alternativos", o a algunos líderes de la oposición.

Por otro lado, si elevamos la mirada, veremos que la crisis no está afectando igual a todo el planeta. Sería interesante conocer de primera mano cómo se está viviendo esta pandemia global en otros lugares alejados del confortable Occidente. En la parte rica del mundo, ahora en shock, es hora de reconocer que estamos acostumbrados a externalizar todo lo que nos molesta: los residuos que generamos a diario, las hectáreas para el cultivo de transgénicos, la contaminación de nuestro modo de vida… Como describe Stephan Lessench en La sociedad de la externalización: "Las sociedades ricas y altamente industrializadas de este mundo deslocalizan los efectos negativos de su actividad trasladándolos a países y personas en regiones del mundo más pobres y menos 'desarrolladas'". Este virus, sin embargo, no podemos externalizarlo, es imposible arrojarlo a las periferias de la globalización. No sólo eso, sino que ahora es a nosotros a quienes se nos prohíbe la entrada en algunos países, se nos practican pruebas médicas o a quienes se interrumpe el tráfico aéreo y marítimo. No iba tan desencaminado David Trueba en su columna donde planteaba como ficción lo que empieza a acercarse a la realidad.

Siendo todos estos elementos disruptivos del modo de vida del opulento Occidente, hay uno que a mi juicio destaca sobre los demás: la puesta en cuarentena de la satisfacción inmediata de los deseos. En un tiempo en el que cualquier cosa deseada está a tiro de click y en un máximo de 24 horas en tu domicilio, donde se puede recorrer el mundo en cuestión de horas, o acceder a instalaciones de todo tipo a pocos minutos, hoy se comprueba el escándalo de buena parte de la sociedad al ver el gimnasio cerrado, los grandes almacenes con la persiana echada y el restaurante de moda sin coger reservas. El Occidente que presumía de satisfacer cualquier deseo de inmediato queda puesto en cuarentena, y con ello, entra en estado de shock.

En definitiva, nos encontramos ante una pandemia que nos introduce súbitamente en un paradigma de incertidumbre, donde constatamos que somos humanos y, como tales, sociales, vulnerables e interdependientes. Todos y todas, hasta los intocables, somos sociales, vulnerables e interdependientes. Sin la seguridad de una tecnología que todo lo puede y lo que no puede hoy lo podrá mañana, que nos recuerda el valor del conocimiento, y que se instala en el corazón del Occidente desarrollado para negarnos la satisfacción inmediata de todos nuestros deseos.

El sistema se la juega

Quizá por lo que tiene de disruptivo y transgresora, esta pandemia encierra también un conjunto de riesgos y oportunidades. Todo dependerá de cómo se gestione, de la misma manera que los efectos de la crisis de 2008 tuvieron mucho que ver con su gestión. En primer lugar, el desafío atañe al conjunto de la política y a los políticos, tan denostados en la última década. En la administración de esta crisis el sistema puede recuperar la legitimidad que perdió en 2008. Para ello, la política y los que la representan deben erigirse en protectores del bien común. De la ciudadanía, entendida individualmente y en su conjunto. Es decir, de la salud de las personas y de la sociedad. Si en lo primero bastará con que pongan a disposición de médicos y expertos los medios necesarios, en el cuidado de lo colectivo es imprescindible atender de forma prioritaria a los más vulnerables, en cualquiera de los sentidos, y actuar de forma decidida para evitar mayor desigualdad. Está en juego la cohesión social, la equidad y una sociedad que pueda seguir considerándose como tal. Muchas cosas cambiarán en esta crisis. Si la política está a la altura recuperará una confianza fuertemente erosionada desde la crisis de 2008. Si no, los lamentos ante el autoritarismo y el populismo que hemos lanzado en estos últimos años, serán apenas una pequeña muestra de lo que puede llegar.

Ahora más que nunca es momento de poner en valor lo público. La sanidad, y más allá de la sanidad. Como se está comprobando, la cohesión y el bienestar social dependen de un conjunto de palancas que deben activarse simultáneamente. La sanidad pública será más eficaz si cuenta con un buen sistema de protección social que, por ejemplo, facilite a todas las familias el cuidado de los dependientes, destinando más recursos a quienes menos medios tienen; con una educación pública que actúe como engranaje de lo anterior; y con medidas de protección económica que permitan a todo el mundo mantener el confinamiento sin garantías de caer en la ruina. Personas que nos ayudan a limpiar nuestras casas, que cuidan a nuestros hijos y nuestros mayores, monitoras de comedor y guarderías, dependientas con trabajos precarios, y por supuesto, prostitutas, que en estos momentos deben decidir entre el riesgo del contagio o el riesgo de la pobreza. No en todos los casos los más vulnerables son mujeres, pero en muchos de ellos sí. La vulnerabilidad sigue teniendo rostro de mujer.

El mundo empresarial, de la misma manera, puede demostrar ahora si ha entendido, y de qué manera, el discurso de la responsabilidad social y la creación de valor, habitual en muchos de sus foros de directivos. Una empresa responsable es la que, en estas circunstancias, prioriza el mantenimiento del empleo, flexibiliza las condiciones de trabajo para facilitar los cuidados y sigue las recomendaciones sanitarias facilitando al resto que hagan lo propio. Pero no sólo eso. En esta crisis cada cual debe preguntarse qué puede hacer por el conjunto, y el mundo empresarial tiene muchas herramientas. ¿Pueden las eléctricas disminuir sus tarifas para autónomos en riesgo, o para el conjunto de la ciudadanía que vamos a hacer mayor uso de la electricidad durante el tiempo que estemos en casa? ¿Pueden las empresas de telecomunicaciones garantizar cobertura, banda ancha y disminuir sus tarifas a quienes necesitan de estas herramientas para teletrabajar? ¿Pueden las entidades financieras flexibilizar pagos o retrasar algunos, a aquellos clientes en situación de vulnerabilidad? Quiero pensar que muchas de estas medidas se están trabajando y quizá cuando lean estas líneas ya estén anunciadas. Quiero pensarlo.

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Uno de los sectores más afectados por la crisis de confianza y credibilidad iniciada en 2008 fueron los medios de comunicación. Hoy algunos son conscientes de su función social, reivindican su naturaleza de servicio público y ponen en marcha iniciativas de este estilo. infoLibre fue de los primeros en anunciar que toda la información del coronovirus estaría en abierto, eldiario.es se sumó poco después a abrir su información, El País se mantendrá en abierto –contra los planes anunciados de cerrar a suscriptores– con programación especial, el New York Times ha hecho lo propio… Seguro que hay más iniciativas similares. Si el sector acierta, tiene ante sí la oportunidad de recuperar mucho de lo perdido en la anterior crisis. De lo contrario…

Finalmente, como se repite insistentemente, una parte importante de la solución pasa por comportamientos responsables de la ciudadanía. Una higiene adecuada, cambio de hábitos sociales y evitar salir de casa todo lo posible, son elementos que, organizada la infraestructura por parte de empresas y administraciones públicas, dependen de la decisión personal de cada cual. Decisión a la que, además, se le puede dar una dimensión colectiva, como están haciendo familias que auto-organizan los cuidados de los pequeños de forma colectiva para poder mantener un mínimo de normalidad. En la plataforma frenalacurva.net se pueden ver un montón de iniciativas de innovación social y ayuda mutua que de forma espontánea han ido surgiendo ya. También como sociedad nos la jugamos.

Como de todas las crisis, de esta saldremos con una nueva escala de lo que de verdad importa, que articulará la sociedad, y con ella la economía, la política y la convivencia, durante el siguiente periodo. Ojalá sepamos aprovechar la oportunidad.

Esto no es nuevo. Lo hemos visto en películas y series que proyectaban distopías, lo hemos leído en novelas que describían el caos. Lo nuevo es que ahora nos toca a nosotros, lo estamos viviendo en primera persona, y eso provoca una extraña sensación de no saber si es real o una ficción más.

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