En estos días coinciden dos acontecimientos de alto voltaje simbólico y político en lo que ha sido el devenir español de las últimas décadas: la sentencia del Tribunal Supremo sobre el procés y la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídosprocés . Ambos indican que, como siempre en la historia, los periodos no son compartimentos estancos. Así le sucede a la Transición española a la democracia de 1978, un momento aplaudido por unos y denostado por otros, que sigue vivo y arrastra cuentas pendientes cuarenta años después. No entraré en el debate de si se podía haber hecho más, porque las valoraciones difieren entre actores políticos y sociales. Lo que asombra a cualquier observador es que, cuatro décadas más tarde, algunos de los asuntos pendientes siguen estándolo.
La exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos no es sólo la retirada del dictador de un edificio monumental que debería haberse convertido hace tiempo -como ocurre en países donde han gestionado la memoria con políticas más coherentes- en un centro para que la memoria no se olvide. Es, además, la voluntad de la política de poner en vigor, mediante procedimientos ajustados a derecho, las leyes y valores democráticos por encima de esa pequeña, pero existente y reactivada, España franquista que se manifiesta amenazante; por encima del prior del Valle de los Caídos y su conocida simpatía fascista; y por encima de la familia Franco, que parece no haberse enterado de que los tiempos han cambiado.
Lo realmente llamativo es que no haya existido determinación política suficiente para haberlo hecho antes; que cuando se ha iniciado, buena parte de los partidos conservadores hayan mirado hacia otro lado pretendiendo hacer ver que es un gesto demodé; y que, aún hoy, haya sido necesario más de un año de gestiones, trámites, recursos y resoluciones, para que al fin el dictador sea retirado de un espacio público y monumental sostenido con fondos públicos. En el fondo, todas las dificultades que la exhumación se ha encontrado por el camino indican a las claras que no toda la sociedad española asumió la transición democrática, que existen pequeñas pero significativas resistencias a ello, y que pese a ser minoritarias mantienen una enorme carga simbólica y un poder no desdeñable. Suficiente como para que haya sido preciso esperar cuarenta años para abrir la faraónica tumba del dictador.
El otro gran acontecimiento político de la semana será la sentencia del procésprocés. Aunque se han ido publicando informaciones que adelantan el grueso de la decisión del Supremo, habrá que esperar a conocerla y poder estudiarla. Las distintas posibilidades que el alto tribunal baraja, como puede verse aquí, abrirían caminos diferentes para la deriva del conflicto, que dependerán en buena medida de cómo gestionen unos y otros el fallo. Lo más importante que se le puede pedir a este es que devuelva el asunto donde siempre debió estar: al debate político. Eso supone articular procesos de diálogo y buscar soluciones a un conflicto de naturaleza política que no terminará con una sentencia, sea cual sea su contenido. Vías de acuerdo se han ido buscando por parte de expertos, estudiosos o think tanks, como las que plantea Daniel Innerarity en este artículo o las que recoge el Instituto El Cano en este informe (por citar algunos). Más allá de que se compartan o no sus propuestas, demuestran que salidas viables hay y que existen foros fuera donde se está pensando en ello.
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El modelo de organización territorial del Estado fue uno de los temas que en el 78 consiguió una solución intermedia, válida para ese momento pero insostenible en el tiempo. Las tensiones que ha generado en los distintos territorios han desembocado en unos casos en conflictos graves como el vasco en su momento y el catalán ahora; en otros, en dinámicas de agravios entre comunidades autónomas, y casi siempre en procesos de negociación obviando el interés general que han dibujado un mapa lleno de arreglos unilaterales, desigualdades y desequilibrios. Si la opción federal no era planteable en su momento por las susceptibilidades que podía levantar en la parte más reaccionaria de la sociedad de la época, llama la atención que cuarenta años después aún no pueda abordarse de forma abierta en partidos mayoritarios, y quede relegada a asociaciones, fundaciones o think tanks como como Federalistas, o Federalistas de Esquerra, compuestos en buena medida por personas progresistas que no ven en sus partidos una apuesta clara por esta opción.
Los dos elementos que van a protagonizar la actualidad en los próximos días indican algunas de las cosas que quedaron pendientes en el 78 y que siguen estándolo, pero señalan, además, -y es mucho más preocupante- que sigue habiendo resistencias para poder gestionarlas ahora.
Los avances que ha hecho España en estos 40 años son innegables, por supuesto. Pero ningún demócrata debería caer en el conformismo de imaginar que no podría haber sido mejor. La buena noticia es que aquello del fin de la historia era mentira, y por lo tanto este sigue siendo un buen momento para abordar los retos pendientes.
En estos días coinciden dos acontecimientos de alto voltaje simbólico y político en lo que ha sido el devenir español de las últimas décadas: la sentencia del Tribunal Supremo sobre el procés y la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídosprocés . Ambos indican que, como siempre en la historia, los periodos no son compartimentos estancos. Así le sucede a la Transición española a la democracia de 1978, un momento aplaudido por unos y denostado por otros, que sigue vivo y arrastra cuentas pendientes cuarenta años después. No entraré en el debate de si se podía haber hecho más, porque las valoraciones difieren entre actores políticos y sociales. Lo que asombra a cualquier observador es que, cuatro décadas más tarde, algunos de los asuntos pendientes siguen estándolo.