Esta Transición la va ganando la derecha

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Se cumplen diez años del inicio de la crisis económica, financiera, política, social, cultural y de valores que inauguró una nueva etapa en la historia de Occidente. En España somos muchos los que hablamos de "una segunda transición", aunque pueda denominarse con otras expresiones similares.

Al estallido de la crisis, los recortes y el desconcierto le siguió el 15M como un movimiento de indignación que venía a poner en evidencia que el rey estaba desnudo y que el sistema había fallado. El 15M, desde las plazas, dejó muchas lecciones, algunas de ellas fundamentales para entender ciertos fenómenos que se han producido después. Nos enseñó que no estábamos ante una crisis sino ante un cambio de sistema, dejó a las claras que era imprescindible iniciar esa segunda transición en España para renovar el contrato social suscrito en el 78, y sobre todo, algo que solemos pasar por alto: que la política debe ser útil y servir para resolver los problemas de la sociedad. De lo contrario, queda deslegitimada. Si sirve a los intereses de unos pocos –el sector financiero, las élites económicas, una parte de la sociedad–, no podemos hablar de democracia. Pero si no es capaz de solucionar los problemas reales del conjunto de la población, tampoco podemos hablar de política democrática desde la óptica de la legitimidad.

La enorme movilización que vivimos en todo el territorio español en aquella primavera de 2011 y el surgimiento, un tiempo después, de nuevas formaciones políticas con discursos, formatos y caras (algunas) nuevas, supusieron una oleada de ilusión y entusiasmo que los que nacimos ya en democracia no habíamos conocido nunca.  Quizá porque veníamos de varias décadas sin grandes ilusiones; quizá porque todo esto coincidió con la amplificación que de ello hicieron las redes sociales y nuevos medios de comunicación; quizá porque el ser humano necesita la esperanza como el aire para vivir; o por una mezcla de todo. El caso es que se generó un espejismo según el cual la segunda transición, el nuevo modelo, la nueva economía ligada al conocimiento, y las nuevas tendencias de todo, evolucionarían a mejor. Sarkozy y González hablaban de reinventar el capitalismo. Lo que no concretaron nunca fue hacia dónde.

Ahora, diez años después del inicio de la crisis, proliferan las reflexiones y las publicaciones que intentan hacer balance de esta década. No os voy a aburrir con datos, pero sí me gustaría señalar un par de ideas que dibujan cómo ha quedado España tras esta crisis: es el Estado de la UE donde los trabajadores hemos soportado mayores recortes de los salarios reales durante la crisis, es el segundo país europeo desde 2013 –después de Lituania– con mayor índice de desigualdad medida con el índice de Gini, y uno de los alberga mayores diferencias entre los directivos que más cobran y el sueldo de un trabajador medio, sólo detrás de Estados Unidos y Canadá. Estas ideas son algunas de las que llevan a Antón Costas en su reciente obra El final del desconcierto a hablar de la España actual como un país "sin contrato social".

Contrato social que en el 2011 pensamos que podría renovarse con las lecciones aprendidas de la crisis, enmendando errores y deberes pendientes que dejó el 78 y otros nuevos problemas que han ido surgiendo con los años. Sin embargo, hoy empezamos a comprobar que esto no ha sido así. La "Constitución del 15M" que anunció Pedro Sánchez hace unos días no parece tener muchos visos de realidad a la luz de lo que vamos viendo en la comisión de reforma constitucional recientemente inaugurada, con los padres de la criatura intentando defender su creación y admitiendo reformas mínimas como mal menor, y un PP que no está dispuesto a transigir ni con un ligero maquillaje.

Ojalá la culpa fuera (sólo) de la prensa

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En Podemos las cosas no pintan mejor. El discurso que Pablo Iglesias pronunció el pasado sábado ante su Consejo Ciudadano parece reconocer algunos elementos que son indispensables para entender el momento político que vivimos. Podemos y sus aliados son hijos del 15M pero no están siendo capaces de trasladar las ideas que se apuntaban en las plazas día a día, el Poder instituido se resistirá siempre y atacará a cualquiera que quiera iniciar otro proceso instituyente –sin que esto deba sorprender a nadie–, y es imprescindible partir de la autocrítica, tanto en el tema catalán como en el resto. Sin embargo, se le olvida algo importante a Iglesias: para que la España del 15M venza a la vieja España –como él tan bien expresa–  la política ha de ser útil, cambiando en el día a día la realidad que nos rodea. Para ello, que yo sepa, hay tres vías: el recurso a las armas –que espero que hoy nadie se plantee–, la  mayoría social y política, o los acuerdos y alianzas con otros que, forzosamente, han de ser diferentes a uno mismo.

El ciclo de esperanza que abrió el 15M parece estar llamando a su fin, y la ventana de oportunidad que supuso esa ola de movilización e ilusión puede estar cerrándose, si es que no está clausurada ya. De aquí a poco tiempo veremos cómo ha quedado el sistema de partidos, y comprobaremos también cómo ha quedado la sociedad tras una crisis que hizo temblar los cimientos y que abrió la posibilidad de reformar en profundidad el edificio.

Puede que aún estemos a tiempo, pero para ello hay que recuperar la idea de utilidad y el principio de realidad –no sólo en Cataluña–. Si se nos olvida esto último, ya sabemos lo que viene: una segunda transición liderada y ganada por la derecha que aprovecha, como ya está haciendo, para recuperar el terreno que considera que perdió en el 78. No me extraña que Luis García Montero se preguntara hace unos días: ¿Dónde coño está la izquierda? Como ejemplo, ahí está Cataluña.

Se cumplen diez años del inicio de la crisis económica, financiera, política, social, cultural y de valores que inauguró una nueva etapa en la historia de Occidente. En España somos muchos los que hablamos de "una segunda transición", aunque pueda denominarse con otras expresiones similares.

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