Estuve una vez en El Cairo. Fue a principios de 2011, para contar en Radio Nacional el estallido de una revolución con epicentro en la plaza Tahrir que acabó con treinta años de régimen de Mubarak. Una dictadura consentida y sostenida por Estados Unidos y Europa, más interesadas en sus propios diseños geoestratégicos y económicos que en las condiciones de vida de los egipcios. Para los poderosos, la democracia es un bien a defender siempre y cuando no amenace sus intereses.
Las revueltas del norte de África obligaron a ese Occidente "democrático" a cambiar el paso porque la energía de aquella ira popular consiguió iluminar esa vergüenza hasta el punto de no poderla mantener: dejaron caer a quienes hasta entonces habían apoyado, con tanta facilidad como descaro aplicaron en tratar de hacernos creer que se acaban de enterar de la calaña de sus amigos.
De aquella visita a El Cairo me llevé dos impresiones que hoy vuelven a mi ánimo y mi retina: la entusiasmada urgencia de la gente en calles y plazas por conseguir una esperanza democrática, y la feroz crueldad contenida de la policía militar con la que el equipo de Radio Nacional tuvo un desagradable encuentro cuando trataba de salir de la capital. Grupos de hombres armados con machetes y cuchillos nos retuvieron cerca de las murallas, nos registraron material y equipaje y nos llevaron a un control en el que policías de paisano que parecían organizar y controlar esas bandas supuestamente anárquicas de civiles, nos tomaron "prestados" los pasaportes durante treinta eternos minutos de incertidumbre. Laura, Rafa y Sergio también lo recuerdan bien.
Tuvimos entonces la impresión de que aquella gente de Mubarak no se iba a retirar mansamente ante lo que ya entonces era un claro final del régimen.
Desde entonces sólo ha habido un acontecimiento que me alejara de esa impresión: la victoria en las urnas de los Hermanos Musulmanes. Ahora vuelve a mí tan vívida y despojada de dudas como la mirada y los saludos esperanzados de la gente de Tahrir. Con un añadido: la vergüenza una vez más de ser ciudadano de una Europa que si entonces resultó pequeña, mentirosa y mezquina hoy se torna en hipócrita y miserable.
Esta Europa en la que un caballero de 20.000 al mes se permite recetar ajadas e inservibles recetas de recorte salarial, esta Europa que lleva más de un lustro exigiendo medidas que el tiempo ha demostrado ineficaces, esta Europa ferozmente insolidaria en sus instituciones y gobiernos, que carece de imaginación y camina hacia el abismo salvo golpe de suerte inesperado, esa Europa en la que el talento emigra y se elevan al alto funcionariado los mediocres e incapaces, esa Europa decadente y débil, acaba de arrojar sobre sí una gran parte de los cadáveres que empiezan a esparcirse por las calles de las principales ciudades egipcias.
Cuando el pasado tres de julio el ejército egipcio anunció que derrocaba y arrestaba al presidente electo Mohamed Mursi, suspendía las garantías constitucionales y derechos civiles y cerraba medios de comunicación, Europa -como Estados Unidos y hasta la mismísima ONU- consideró que aquello no era condenable porque no era un golpe de Estado y contaba con el apoyo mayoritario de la población. Mursi decepcionó, tuvo gestos y tomo decisiones autoritarias e impulsó una mayor influencia del islam en la sociedad, pero su elección había sido democrática. Y su derrocamiento, un golpe de estado "de libro". Pero Estados Unidos prefería la opción militar antes que el crecimiento islámico y para no retirar la ayuda económica a Egipto -la mayor tras Israel- tuvo que obviar lo evidente la existencia de un golpe. Europa hizo suya esa política.
La matanza de esta semana en El Cairo, la estremecedora represión a tiros en otras ciudades como muestra el video en Ismailía, y la sangre que empieza a llenar la vida cotidiana del más grande de los países árabes, han desnudado la vergüenza de Occidente y en particular de esta Europa sumisa y desnortada.
Ahora se rasgan las vestiduras por la crueldad que esos militares a quienes, como poco, dejaron hacer, están aplicando con sus compatriotas. Esos que tuvieron esperanza y dejamos que hoy la pierdan en manos de aquellos otros que a la vista estaba, no se iban a dejar vencer. Unos y otros vuelven hoy a mi memoria solidaria e indignada.
Egipto camina acelerado hacia la guerra civil. Ojalá me equivoque.
Pero la sangre ya derramada ha de pesar en la memoria de una Europa que no ha sido ajena a ese destino, como otro de sus errores históricos tan de este tiempo, tan desoladores, tan suicidas.
Estuve una vez en El Cairo. Fue a principios de 2011, para contar en Radio Nacional el estallido de una revolución con epicentro en la plaza Tahrir que acabó con treinta años de régimen de Mubarak. Una dictadura consentida y sostenida por Estados Unidos y Europa, más interesadas en sus propios diseños geoestratégicos y económicos que en las condiciones de vida de los egipcios. Para los poderosos, la democracia es un bien a defender siempre y cuando no amenace sus intereses.