Tuvimos que esperar a la serie Vikingos para enterarnos de que ellas también embarcaban en los drakkar y que estaban perfectamente entrenadas para rebanar gargantas cristianas. Nuestra Lagertha particular llegó a las costas vizcaínas en pleno siglo IX y no precisamente para recrearse con el increíble paisaje de la, muchísimos años después, Reserva de la Biosfera de Urdaibai. La joven fue desembarcada a la fuerza en la ría de Gernika por su padre, un auténtico señoro rey vikingo que se sintió ultrajado tras descubrir a bordo que su princesa estaba encinta. Y puso a su hija en la siguiente tesitura: o confesaba quién era su improbable futuro yerno o sería abandonada a su suerte junto a su retoño en las remotas tierras de los vascones. Ella optó por quedarse entre nosotras.
Las cosas no andaban por aquí precisamente tranquilas. Los vizcaínos llevaban un tiempo sin pagar al Reino de Asturias el cupo de la época: bueyes, vacas y caballos cuya cifra no viene al caso. Un cabreado Alfonso III envió a su hijo Ordoño en dirección Este para reclamar el pago topándose con un desordenado ejército de vascos cabreados. El asturiano dejó claro que sólo combatiría con un ejército dirigido por un semejante, o sea un noble o algo parecido. En las orillas del Nervión andaban muy escasos, antes y ahora, de sangre azul y se acordaron de la criatura nórdica, que estaría ya crecidita y que, al fin y al cabo, pertenecía a un solvente linaje vikingo. Le bautizaron Jaun Zuria, Señor Blanco, por el color del pelo y su tez, a diferencia del moreno típico de las merindades vizcaínas. El señor Zuria acabaría con la vida de Ordoño en singular combate en el 888 y se proclamó, ante el entusiasmo de sus nuevos amigos, señor de Bizkaia. Los bueyes se quedaban en casa.
¿Pradales Gil, el candidato del PNV con ocho apellidos castellanos, será el nuevo Jaun Zuria? ¿O el vikingo será Pello Otxandiano, cuyo partido, EH Bildu, ha dejado su estado salvaje y negocia de tú a tú con el Reino de España?
Las posibilidades de que Jaun Zuria existiera son remotas. No deja de ser un relato de origen medieval adaptado en el XIX por autores carlistas que creyeron adivinar una auténtica saga nórdica en las inmediaciones de lo que luego sería Bilbao. Pero más de mil años después, y sorprendentemente, la historia rima. Ya no estamos en tiempos de guerra. Estamos, recuerden, en el oasis vasco. Y surgen preguntas inquietantes: ¿Pradales Gil, el candidato del PNV con ocho apellidos castellanos, será el nuevo Jaun Zuria? ¿O el vikingo será Pello Otxandiano, cuyo partido, EH Bildu, ha dejado su estado salvaje y negocia de tú a tú con el Reino de España? Por cierto, ¿los vascos deben volver a pagar vacas y caballos? ¿Y cuántos votos lograrán los gafados Ordoños del PP y Vox? ¿Y los socialistas? No aparecen en el relato pero ya se sabe que suelen presentarse al final de la batalla y deciden quién gana. ¿Y las princesas? ¿Cómo es posible que no haya sitio para ellas en Ajuria Enea? ¿Y Podemos y Sumar? A ver... la historia rima pero las leyendas dan para lo que dan.
Tuvimos que esperar a la serie Vikingos para enterarnos de que ellas también embarcaban en los drakkar y que estaban perfectamente entrenadas para rebanar gargantas cristianas. Nuestra Lagertha particular llegó a las costas vizcaínas en pleno siglo IX y no precisamente para recrearse con el increíble paisaje de la, muchísimos años después, Reserva de la Biosfera de Urdaibai. La joven fue desembarcada a la fuerza en la ría de Gernika por su padre, un auténtico señoro rey vikingo que se sintió ultrajado tras descubrir a bordo que su princesa estaba encinta. Y puso a su hija en la siguiente tesitura: o confesaba quién era su improbable futuro yerno o sería abandonada a su suerte junto a su retoño en las remotas tierras de los vascones. Ella optó por quedarse entre nosotras.