El freno, el acelerador y el retrovisor...

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Una de las obligaciones que hemos perdido con el confinamiento es la de llenar tensos silencios en los trayectos de ascensor hablando del tiempo. Ahora los silencios tensos los tenemos en nuestro interior y los llenamos hablándonos de tiempos verbales, presente, pasado, futuro…

Es una constante que practicamos muchos de nosotros. Y lo hacemos en cualquiera de los tonos que empleamos durante el día, desde el nostálgico hasta el cómico. Miramos con ilusión y vértigo al futuro: “cuando esto acabe”; revisamos con añoranza lo que hacíamos hace apenas tres semanas: “cuando podíamos” y soportamos con estoicismo el presente: “bien, de momento”.

A pesar de este viaje entre el ayer y el mañana, los dos puntos del mapa de la felicidad a los que intentamos escapar de vez en cuando, puede que ahora seamos más conscientes que nunca de que solo tenemos el presente.

Ya sé que esto de pisar el único suelo real, el de hoy, Buda lo dejó clarinete hace muchísimo tiempo, en los tiempos de a.C (antes de Cristo y del coronavirus…).

Él lo dijo así:

“No te detengas en el pasado, no sueñes con el futuro, concentra la mente en el presente".

Y hay quien lleva años practicándolo… Yo admiro muchísimo lograr el entrenamiento de mente y espíritu necesario para cumplir con el consejo de Siddarta Gautama, pero en la mayoría de los casos, reconozcámoslo, ha tenido que llegar un puto virus para demostrarnos que no podemos planificar lo que sucederá mañana y que de nada vale lo que habíamos proyectado hace apenas un mes. De las pensiones ni hablamos…

Tengo que admitir, sin embargo, que ahora mismo sacaría un cero en budismo, aunque tuviera al mismísimo Buda dándome clases por Skype, porque soy incapaz de cumplir con ese postulado. Incluso en estos días, en los que nos han echado el freno, a ratos piso el acelerador para trasladarme a un hipotético futuro o me pongo a mirar a través del retrovisor, hechizada…

Con simpatía, admiración y máximo respeto a Buda, mirar continuamente a este presente, que nos han pintado de color Covid-19 en el Pantone, me agota. Por ello en algún momento del día o cuando llega la noche, intento visualizar colores de pasadas temporadas de “cuando podíamos” o tratando de imaginar cómo serán los que se lleven en el día soñado… “cuando esto acabe”. Mirar hacia el pasado y hacia el futuro para poder resistir el presente.

En estos días, más que nunca, procuro pensar en gente inspiradora. Melody Gardot es una música que tengo entre mis favoritas, tuvo un accidente terrible y su médico, tratando de amortiguar las secuelas cognitivas del atropello, le recomendó que interpretara y compusiera música durante su rehabilitación.

La de Gardot es lo que se conoce como “una historia de superación”, pero hay algo más, ella no solo construyó una brillante carrera musical a partir de una tremenda prueba personal, sino que, con su dolor, tejió un regalo delicioso de arte y energía para miles de desconocidos en todo el mundo.

El tiempo dirá si somos capaces de utilizar el dolor de este presente para construir algo valioso en el futuro.

Una de las obligaciones que hemos perdido con el confinamiento es la de llenar tensos silencios en los trayectos de ascensor hablando del tiempo. Ahora los silencios tensos los tenemos en nuestro interior y los llenamos hablándonos de tiempos verbales, presente, pasado, futuro…

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