Estamos en temporada alta de festivales de cine con alfombra, la que recorren los profesionales del séptimo arte en modo Cenicienta, dejando a su paso una estela de polvo de estrellas. Los cinéfilos disfrutamos de la exhibición con complicidad, conscientes de que es noche de celebración y todo lo demás es curro…
El martes, en el Festival de Málaga, Blanca Portillo subió al escenario para recoger el premio a su trayectoria, con vaqueros, camiseta y zapatillas de deporte. El atuendo "Os estaréis preguntando qué hace vestida así esta mamarracha en una noche de lujo y esplendor" no lo eligió porque le hubieran perdido la maleta o por falta de tiempo para maquearse. Blanca sabía muy bien lo que hacía:
“Ha sido una decisión muy pensada, esta noche no estoy aquí para defender un personaje o un trabajo concreto. Estoy aquí porque habéis decidido poner en valor el trabajo de casi cuarenta años dedicados, casi de forma enfermiza, a la interpretación. Puesto que es eso lo que estáis valorando quiero recibirlo como persona, no como actriz. Y esto es sencilla y claramente lo que soy: Blanca, una persona".
Así de potente arrancó el discurso que continuó con su autodefinición:
"Un ser humano despojado de lujos y disfraces, sin aditivos ni colorantes ni conservantes. Una mujer de 59 años que la mayor parte del tiempo tiene miedo y frío, y que necesita desesperadamente cariño y apoyo”.
La intervención de Blanca —si no la han visto, no se priven de tal delicia— tuvo un guiño de humor que desembocó en profunda reflexión. Su identificación con Brad Pitt, para explicar que ambos han luchado contra su físico por razones diferentes. Y concluyó con la misma fuerza que exhibe en sus interpretaciones:
"Así que quiero aprovechar este reconocimiento para lanzar un mensaje de fuerza y de esperanza a todos y todas a quienes alguna vez les han dicho que les hace falta el físico para dedicarse a esta profesión. Para dedicarse a ella lo que hace falta es amor, esfuerzo, formación, capacidad de soñar lo que no existe, valentía para sobreponerse al miedo, respeto por ti mismo y quienes te rodean. Cultura, trabajo y devoción. Todo eso aumenta con los años y con la práctica. Todo lo demás, se lo lleva el tiempo".
¿Puede un discurso cambiar el mundo? El mundo es demasiado tozudo para dejarse convencer por la palabra pero, sin duda, un discurso puede ayudar a quienes lo habitamos
Hace unas semanas, en El Condensador de Fluzo —programa divulgativo de La2—, Jorge Lucena, experto en oratoria, enumeró los tres ingredientes básicos que ha de tener un orador para que su discurso penetre en la audiencia: seguridad, naturalidad y capacidad de transmitir emociones. Blanca hizo gala de los tres, la seguridad de quien habla desde la verdad, la naturalidad de quien no imposta y la capacidad de transmitir emociones de quien comunica desde el corazón.
¿Puede un discurso cambiar el mundo? El mundo es demasiado tozudo para dejarse convencer por la palabra pero, sin duda, un discurso puede ayudar a quienes lo habitamos. El de Blanca fue clarificador para quienes empiezan el camino y reconfortante para quienes tenemos frío, miedo y solo queremos que nos quieran. La fuerza inmensa del referente que muestra su fragilidad.
Ojalá, admirada Portillo, tus palabras calen de verdad, que no se las lleve el tiempo. Solo quiero expresar mi total desacuerdo con un punto de tu discurso, cuando te referiste a tu falta de belleza. No, Blanca, belleza eres tú.
Estamos en temporada alta de festivales de cine con alfombra, la que recorren los profesionales del séptimo arte en modo Cenicienta, dejando a su paso una estela de polvo de estrellas. Los cinéfilos disfrutamos de la exhibición con complicidad, conscientes de que es noche de celebración y todo lo demás es curro…