Este finde, me acordaba de aquella peli de Juan Cavestany, Gente en sitios, que se convirtió en leyenda casi antes de estrenarse. Había quien la odiaba sin haberla visto (el odio, que suele venir de la ignorancia) y quien la amaba por encima de El hombre tranquilo, y es que llevamos ya años lejos de cualquier término medio.
Perdón, me despisto. A mí me gustó mucho (viéndola, que tiene más mérito) y estoy deseando ver Vergüenza, la serie que estrena en Movistar a finales de año y la recordaba porque mi gente no está en sitios, sino en parques. Con arena, helados, niños, perros, latas de cerveza y una sanísima obsesión por las croquetas.
Se intuye la primavera y allí estamos, en un parque muticultural, heterogéneo, urbano. Hay hermanos vestidos con bombachos idénticos, adolescentes disfrazados de pandilleros, ejecutivos de incógnito y hasta madres que delegan…
– Fíjate que aquí viene –dice uno– hasta gente que sale ahora de misa.
– ¿Y allí son buenas las croquetas?– pregunta uno de los niños.
– A veces no sé si estás educando niños laicos o niños bestias.
– Eso dice mi madre.
– Tu madre es sabia. ¿Le has dicho ya que se te ha cerrado el agujero de los pendientes?
– Lo sabe. Me lo hice a los quince y se me cerró antes de los dieciséis…
– Eres una inconstante…
Entre pullas y cariños, hablamos de teletrabajo, de las mujeres en tecnología, de las croquetas (eso siempre) y de colegios. Resulta que de todos los nuestros, el mejor es el concertado. No por el precio ni por el nivel académico, sino porque no toleran la palabra “normalidad”.
– ¿Qué es lo normal?–, preguntó el jefe de estudios.
– Todo es normal y todo es diferente.
Aplaudimos y miramos a nuestros niños: no hay ninguno normal, la verdad. Ni en el buen ni en el mal sentido. Todos son especiales.
***
J. se embarca en un crucero nostálgico:
– Yo, como buen católico educado por los curas, soy agnóstico…
El pobre intenta continuar hablando de bautizos y comuniones, pero no le dejamos. Deconstruimos su frase como si fuera espuma de croqueta.
– “Yo, como buen católico, soy agnóstico”.
– ¡Eh! Yo no he dicho eso…
– Te estoy editando... Corto lo que no me aporta y lo que me interesa lo publico…
– La jodiste, que no te hemos contado que ésta es un peligro público… Tiene un blog.
– “Yo, como buen católico, soy agnóstico”. Reconoce que es una frase perfecta.
Se nos llena la mesa de niños que quieren galletas, un móvil, una pala y un mayor que se ponga de portero. Concedemos las exigencias fáciles y esquivamos las que nos dan pereza. Se van y seguimos.
– El profe de mi hijo presume de no entender bien su asignatura.
– ¿Qué asignatura?
– Si te lo digo, me lo cambias tú de colegio y no me lo perdona.
– ¿Por qué no? Los niños se adaptan a todo.
– Y también se duelen de todo.
– ¿De qué habláis?– pregunta la mayor, atrapada en la preadolescencia, demasiado mayor para los niños, demasiado intensa para los mayores.
– De niñerías.
– Me quiero ir a casa.
– Los demás no.
– Quiero vivir en Whatsapp.
– Pues nosotros nos quedamos en el parque…
Entonces llega un ingeniero. “Te leo. Deja la primitiva y pásate al euromillones: hay una entre 116 millones de posibilidades de acertar frente a una entre 140”.
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– Una diferencia radical…– se burla K.
Al día siguiente nos toca interior: curro, colegio... Nieva. Da igual: este finde volvemos al parque.
Este finde, me acordaba de aquella peli de Juan Cavestany, Gente en sitios, que se convirtió en leyenda casi antes de estrenarse. Había quien la odiaba sin haberla visto (el odio, que suele venir de la ignorancia) y quien la amaba por encima de El hombre tranquilo, y es que llevamos ya años lejos de cualquier término medio.