Cuando un grupo de jóvenes liderados por una joven sueca empezaron a movilizarse delante de sus parlamentos la ola ya estaba en marcha. Crecía sobre evidencias científicas que habían conseguido un consenso casi unánime acerca de la profunda transformación que estamos obligados a hacer para, a la vez que nos adaptamos, intentar detener el ritmo al que avanza el cambio climático.
Años de militancia ecologista que hunde sus raíces en los años 70, centenares de informes científicos de múltiples disciplinas, e iniciativas políticas que iban apuntando maneras, han sido la base sobre la que se ha levantado el movimiento de jóvenes que hoy ocupan titulares, plazas y tribunas de oradores erigiéndose en la voz del futuro. ¿Quién si no?
Agrupados en redes como Fridays for Future o Extinction Rebellion, ellas y ellos han entendido el potencial político de la movilización, y trascendiendo a partidos, organizaciones ecologistas y expertos, han levantado una ola de indignación ante la inacción que amenaza hoy la vida en el planeta. Quien no entienda esta ola, por compleja que sea —que lo es—, corre el riesgo de ser arrastrado por ella.
Los jóvenes que protagonizan hoy las movilizaciones por el clima han conseguido con su trabajo en red, tan caótico como creativo, llevar la crisis climática a las instituciones —ayuntamientos, comunidades autónomas, gobiernos de todo tipo están aprobando declaraciones de “emergencia climática” —y llamar la atención de la opinión pública. Es cierto que el terreno estaba abonado por movilizaciones previas que no hay que olvidar, por una larga tradición de ecologismo, ecofeminismo, ecosocialismo y algunos “ecos” más. También es verdad que la atención mediática llevaba ya tiempo creciendo, como se puede ver aquí, pero todo esto no hubiera sido posible si la estrategia emprendida por los más jóvenes no hubiera sido eficaz e inteligente: se han apoyado en las evidencias científicas para reclamar a los gobiernos que actúen. “No me escuchen a mí, escuchen a los científicos”, dice la controvertida Greta Thumberg, y demuestra así la habilidad de quien ha entendido que el conocimiento científico es la pértiga en la que apoyarse para llegar a las cumbres donde están los líderes mundiales.
No se andan con discursos complacientes ni justificativos. Saben que el planeta —su casa— está en llamas y apelan a quienes tienen más y mejores herramientas para gestionar la crisis que ya está aquí: los representantes políticos. Y lo hacen con un lenguaje claro, directo y sin matices.
En pocos meses el movimiento ha sido capaz de aglutinar apoyos de otros sectores que lo están amplificando. Desde las Madres por el Clima, que nacen con un grupo de Whatsapp, hasta los profesores que se suman con la iniciativa Teachers for Future, o Universidades que han empezado a reconocer la emergencia climática y a plantearse qué papel deben jugar en este desafío.
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Como un hito destacable en todo este proceso, el pasado 20 de septiembre, más de 4.000.000 de personas se movilizaron en 160 países con un propósito: reclamar urgencia y ambición en la lucha frente al cambio climático. Querían hacerse presentes en la Cumbre sobre la Acción Climática, que se celebraba a los pocos días en Nueva York, en la sede de Naciones Unidas.
Hay quien ha dicho que este movimiento es una especie de 15M ambiental, y podría ser, se verá. Dependerá, entre otras cosas, de que sus padres y madres entiendan su indignación y se unan a ella. ¿Qué mayor obligación tienen un padre y una madre que intentar preservar la vida y la salud de sus hijos e hijas? ¿Y qué mayor responsabilidad de un representante político que velar por la salud de su ciudadanía? No sé si somos conscientes, pero nos estamos jugando la vida.
El grito de indignación —socorro, le llaman—, que lanzan estas chicas y chicos tiene que ser escuchado y gestionado. En la cumbre del clima que se ha celebrado recientemente en Naciones Unidas prácticamente todos los líderes han hecho referencia al movimiento de los jóvenes. A nadie se le escapa que este eco puede ser un acto reflejo dispuesto a dar un titular y poco más, pero ahora son los responsables de tomar las grandes decisiones quienes tienen que entender la indignación de los jóvenes y canalizarla en políticas que impliquen al conjunto de la sociedad en el cambio profundo que necesitamos. En sus manos está mantener la inercia que nos ha traído hasta aquí o pivotar la gran transición, y por eso les juzgará la Historia, o sea, sus hijos y sus hijas, sus nietos y sus nietas.
Cuando un grupo de jóvenes liderados por una joven sueca empezaron a movilizarse delante de sus parlamentos la ola ya estaba en marcha. Crecía sobre evidencias científicas que habían conseguido un consenso casi unánime acerca de la profunda transformación que estamos obligados a hacer para, a la vez que nos adaptamos, intentar detener el ritmo al que avanza el cambio climático.