Hoy es siempre todavía

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Más que acomodar las cosas, la ética dificulta los argumentos con su claridad. Para fundar una tranquilidad mentirosa, que es siempre la tranquilidad del poder injusto, las sociedades pretenden dividir a sus ciudadanos en dos especies: los que se engañan a sí mismos y los que engañan a los demás. Pero llega la ética y nos avisa de que engañarnos a nosotros mismos es engañar a los demás y engañar a los demás supone engañarnos a nosotros mismos. Somos una conversación, palabras de ida y vuelta.

La ética nos enseña que sentir es una forma de pensamiento y pensar el modo más humano de sentir. Si nos sirven las copas del bien y del mal, vivir con respeto no supone elegir así como así, de buenas a primeras, el bien ofrecido en bandeja. Se trata de dudar dónde está el veneno, de dudar sobre el bien y el mal para hacernos dueños de nuestras palabras. El sí y el no ceden el paso al vamos a ver, vamos a tomarnos en serio el momento de la decisión. Los valores desestabilizan con frecuencia la lógica prevista por la sociedad. Los valores salvan a la palabra de esa banda de tambores y cornetas que utilizan los tribunos para llamar la atención y exigir el consenso. Tener cuidado con lo que se aplaude y lo que se niega: es la lección que Antonio Machado convirtió en poesía. Debajo de cualquier retórico hay un sargento chusquero. El sargento chusquero que todos llevamos dentro.

Alejarnos de las certezas nos desorienta, nos convierte en unos perdidos. Pero saber perder no significa renunciar a la victoria. Elegir en conciencia una derrota no supone contentarse con la épica de los perdedores. Estar lejos, casi solo, exiliado, vencido, tampoco es lo mismo que sentirse fuera de lugar. Cuando aceptamos que somos lo que somos, nada más y nada menos, se comprende mejor lo que queremos conservar y los que perdemos, lo que damos y lo que recibimos. Se abre además una relación distinta con el tiempo. El pesimismo y el optimismo desaparecen como razón de vida. El triunfo deja de ser el argumento de la decisión. Empieza el orden de los valores.

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Hoy es siempre todavía. Es el proverbio de Antonio Machado que recordé delante de su tumba, en Colliure, el pueblo francés en el que murió hace ahora 75 años. Cuando Rafael Alberti recibió la noticia aún luchaba en Madrid contra los militares golpistas. Pero dio la República por perdida. Otros escritores republicanos como Francisco Ayala y María Zambrano sintieron un mismo vacío. Machado, heredero de la Institución Libre de Enseñanza, había fijado la dignidad social en la alianza de la educación, la cultura y el trabajo. Esta fe le hizo envejecer a contracorriente. Mientras otros compañeros de generación, muy revolucionarios en su juventud, se iban haciendo conservadores, don Antonio comprendió que la libertad resultaba inseparable de la justicia social y la economía, tan inseparable como los sueños de la realidad. Su vocación de sentir y de pensar al mismo tiempo, lo situó al lado de aquellos que estaban sufriendo.

En medio de la desbandada final, cuando salía al exilio por la frontera francesa, fue detenido con palabras secas. Mal está el mundo allí donde se secan las palabras. El escritor Corpus Barga tuvo que explicar de quién se trataba y mostrar documentos oficiales del Gobierno para que no lo encerrasen en un campo de concentración. Era el destino normal de los españoles que huían del fascismo. Machado viajaba con una madre enferma, él mismo estaba envejecido y enfermo, caminaba hacia la muerte inmediata en una posada extranjera. La atención respetuosa al significado de don Antonio parecía más que lógica. Pero la separación del poeta y de su gente representó el verdadero final del sueño republicano. La alianza de la educación y el trabajo estallaba como un espejo roto.

Hoy es siempre todavía. Saber elegir una derrota ante la tumba de Machado, ponerse por voluntad en el lugar de los vencidos, supone aceptar una tradición que no es optimista ni pesimista. Se trata de no sostener el relato en los triunfos, sino en las convicciones. Abro una vez más las páginas de Juan de Mairena y busco en el pasado motivos para recuperar la confianza en un futuro sin sargentos chusqueros. La verdadera libertad no está en decir lo que pensamos, sino en pensar lo que decimos. Los que nos invitan a despreciar la política sólo quieren hacer su política sin nosotros. Nada justifica el desprecio a un ser humano, porque ningún adjetivo tiene más valor que el hecho mismo de ser humano. La poesía es hospitalaria porque sabe ponerse en el lugar del otro y no deja al otro sin lugar. El tú es tan fundamental como el yo. Palabras de Machado, palabras que no conviene olvidar si queremos convivir con el futuro y con el pasado sin renunciar al hoy. Flores rojas, amarillas y moradas en la tumba de Antonio Machado. Hoy es siempre todavía.

Más que acomodar las cosas, la ética dificulta los argumentos con su claridad. Para fundar una tranquilidad mentirosa, que es siempre la tranquilidad del poder injusto, las sociedades pretenden dividir a sus ciudadanos en dos especies: los que se engañan a sí mismos y los que engañan a los demás. Pero llega la ética y nos avisa de que engañarnos a nosotros mismos es engañar a los demás y engañar a los demás supone engañarnos a nosotros mismos. Somos una conversación, palabras de ida y vuelta.

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