En las ilusiones pueden esconderse los engaños, pero en todas ellas hay también una negociación con el mundo de lo posible. Los desencantos de la realidad tienen casi siempre más que ver con los medios que con los fines.
Pienso en mis cartas a los Reyes Magos. La verdad es que un balón de reglamento, una batería, un Scalextric o un tubo de chocolatinas no sólo fueron posibles, sino también reales. Pocas cosas hay tan realistas como las cartas de los niños a los Reyes Magos. Otra cosa es que algunos Reyes Magos no existan y el amanecer deslumbrante de los regalos sólo sea posible gracias a la ilusión de los padres. Pero eso no tiene que ver con los fines, sino con los medios. La ilusión está ahí, nadie la desmiente. Sólo hace falta encontrar un modo de que los fines y los medios se ajusten, sean justos, compartan la realidad de un sueño.
Este año me han llamado del Ayuntamiento de Granada para que salga en la Cabalgata de los Reyes Magos. No he podido, no he querido resistirme a la ilusión, ni a la melancolía. Voy a hacer de Rey Gaspar y es un honor. Tengo recuerdos vivísimos de mi infancia, la letra redonda de las cartas con camellos en el sobre, la cabalgata, el tumulto de hermanos y primos en la puerta de la tienda de música de mi abuelo, la lucha por los caramelos, el desfile de pajes y carrozas llegadas del Oriente, el frío del regreso en la parada del autobús, las sábanas nerviosas, la impaciencia del amanecer y la fiesta de la luz encendida con el nombre de cada uno delante de los regalos distribuidos por el salón.
Las ilusiones en el futuro son realistas porque son infantiles, porque saben lo que debe suceder, porque tienen la forma de un par de zapatos de niño en espera de unas monedas de chocolate, tres copas de licor para los Reyes, unas cuantas zanahorias y un barreño de agua para los camellos.
Los ajustes con los datos de la verdad son irremediables. Ayer fui al Ayuntamiento a probarme la corona, la túnica y el manto. Siempre hace falta tomar medidas. Me condujeron a la dependencia municipal más hermosa, un gran almacén donde se guardan los utensilios de la cabalgata de Reyes y de la procesión del Corpus. Allí estaba mi infancia ordenada en estanterías y guardada en baldas, baúles y cajones. Me miraron en silencio los cabezudos, la cara sin velo de la reina mora, la Tarasca, los gorros con plumero, los jarrones de Oriente, las vestiduras de los pajes y de sus Majestades. Allí estaba la memoria, llena de color y fantasía, ocupando unos metros cuadrados de la realidad.
Ver másEl cuento del fiscal independiente
La verdad es que la corona y el manto del Rey Gaspar me quedaban muy bien. No hubo que añadirles o quitarles un centímetro. Ya que estaba tan cerca de la ilusión, decidí escribir una carta para pedirme unas cuantas cosas a mí mismo. Ahora no se me escapan los sueños, yo me lo guiso y yo me lo como, sin necesidad de saber dónde acaba Gaspar y dónde empieza Luis. Deformado por los años, pensé en iniciar la carta con una declaración de principios. La vida nos condena a guardar los ideales y la conciencia en un almacén secreto, a doblar las telas de las esperanzas y el compromiso, del mismo modo que los operarios municipales guardan y doblan los trajes de una cabalgata.
Buena imagen, pero engañosa, porque ahí no reside el problema. La vida cotidiana está repleta de ilusiones a flor de piel y muchas de ellas guardan un calado político real a la hora de pensar en un mundo más justo. No son los fines los que fallan, sino los medios, las personas que están por medio. Por eso no deberíamos desencantarnos de nuestros sueños de igualdad, fraternidad, libertad y justicia social, sino comprender que nos hemos equivocado de reyes o de padres al escribir la carta. El Scalextric y las chocolatinas son posibles…, las que no tienen perdón son unas autoridades que se han comportado como los dioses, reyes o tribunos de siempre.
Perder el miedo a los intermediarios, es decir, cambiar de intermediarios, es urgente y mucho más útil que perder la ilusión. Os lo dice el Rey Gaspar que sabe mucho de cartas precisas y esfuerzos de hombres y mujeres, de miles de personas dispuestas a que las ilusiones se cumplan. Este rey sólo cree en la corona de los sueños, en el brillo de los ojos de la gente que sabe lo que quiere ver al despertarse. Para los intermediarios del viejo mundo, tiene preparado un saco de carbón.
En las ilusiones pueden esconderse los engaños, pero en todas ellas hay también una negociación con el mundo de lo posible. Los desencantos de la realidad tienen casi siempre más que ver con los medios que con los fines.