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¿Algo interesante?

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Quizá no debía confesarlo, pero cada vez me cuesta más escapar de los lugares comunes a la hora de contemplar y comentar lo que de sí han dado los últimos siete días en la cosa pública.

Será mi limitada capacidad de análisis, o acaso que me hago mayor y tiro a lo cómodo, o quién sabe si alguna suerte de hechizo inexplicable fruto de mi trabajo diario en una gran compañía de comunicación, pero el caso es que cada vez me cuesta más encontrar en el ruedo ibérico algo que merezca la pena ser perfilado con el trazo personal del comentario. Algo interesante, vamos.

Puede que me falten luces para iluminar, pero es posible también que donde no las haya sea en el escenario. No veo ni escucho ideas nuevas, ni entidad en lo que se dice, ni originalidad en lo que se hace.

Por ir a algo concreto: pocas luces hay que tener para creer que el personal se traga tranquilamente lo del políticamente correcto “debate de ideas” cuando en realidad lo que se evidencia es que estamos ante una “sangrienta disputa” por el poder.

Lo acabamos de ver en el PSOE, lo estamos viendo en Podemos, cualquier día salta en Ciudadanos, devoró a UPyD o al CDS, y no salta en el PP porque el miedo es superior a las ganas de disputa y a los posibles combatientes les renta más tragar quina que plantar cara.

La mediocridad no nos abandona. Al contrario, crece y se multiplica y lo peor de todo –y esto ya es cansinamente reiterativo por parte de quien esto escribe– es que la ejecutoria de los nuevos políticos no rompe la línea marcada por los de siempre desde hace tiempo. Debe ser que cuando uno toca moqueta experimenta algún tipo de impacto neuroemocional que le hace perder firmeza en sus conexiones y ve a los que no son de su especie –¿casta?– como perfectos imbéciles que digieren sin rechistar todo lo que ellos sueltan.

Esto confirmaría la irritación con que se enfrentan a la crítica interna y el desprecio que parecen sentir por la prensa que critica sus acciones. Se sienten incomprendidos, pero porque los demás no estamos a su altura. Todos, siempre. Y parece que en cualquier tiempo y cualquier lugar.

Siempre me asombré de la torpeza de los políticos “clásicos” a la hora de relacionarse con los medios de comunicación. Confunden velocidad con tocino, fondo con forma, tiempo con espacio, y ni los nuevos han sido capaces de liberarse de esa tara que, insisto, probablemente les sobrevenga en el momento que reciben un nombramiento, desde concejal a ministro, pasando por diputado, consejero o alcalde. No todos, claro, porque aquí también generalizar es estúpido e injusto, pero sí muchos de los que hoy tienen proyección pública.

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Creen que el simple hecho de aparecer en la tele o estar más presente en redes o en los medios tiene valor en sí mismo, independientemente del contenido o el contexto de esa aparición. Antes medían con reloj los minutos de telediario al margen de lo que en ellos se dijera. Hoy procuran estar en el mayor número posible de sitios donde haya cámaras y luces para vender un mensaje que el público se tragará sin rechistar. Todos, insisto, todos. Unos con más habilidad para moverse en redes sociales y otros en salones y teles militantes, pero todos, incluso los que mejor han manejado su propio márketing, terminan convencidos de ser infalibles hasta el punto de que su mera aparición es sagrada, que la visibilidad les hace aún más poderosos.

Todo lo cual explicaría que un tipo supuestamente leído como Monedero pretenda hacernos creer que a las pocas horas de las amenazas a Yllanes los dos se fueron de pinchos tan tranquilos, y que Errejón siga hablando de debate interno cuando todos estamos viendo que están puliendo la bandeja para hacer con él lo que Herodes hizo al Bautista como ofrenda a Salomé.

Ya digo, serán mis limitaciones, pero es posible también que la dificultad para encontrar algo diferente e interesante que comentar del patio político, tenga que ver con la inexistencia en ese patio de algo realmente diferente e interesante.

Quizá no debía confesarlo, pero cada vez me cuesta más escapar de los lugares comunes a la hora de contemplar y comentar lo que de sí han dado los últimos siete días en la cosa pública.

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