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Nunca pongo la radio los días de holganza, pero con las redes uno termina por enterarse de todo. Por ejemplo, de los editoriales de Fin de semana en COPE, pronunciados por la mismísma Cristina López Schlichting, la veterana periodista que comandaba el magacín vespertino en los furiosos tiempos radioepiscopales de los maitines de Losantos y las completas de César Vidal.

Este domingo, pasados los avisos meteorológicos, la locutora tocaba la actualidad valenciana. «Siguen los entierros» (minuto y resultado) como el de un joven cuya madre «se ha hecho famosa» por pedir la dimisión de Pedro Sánchez. La fama, qué cosa. «Es normal que la gente esté enfadada e impotente», dice López mientras servidor asiente. «El problema es cuando la indignación social nos hace inoperativos. ¿Os acordáis de los atentados de Atocha? Nos dividimos en dos bandos y nos enfrentamos como siempre, y las energías se canalizaron en una batalla política intestina. Nos habían agredido desde fuera y les hicimos el trabajo sucio de debilitar el país».

«Nos dividimos». «Como siempre». Motu proprio. Lo he transcrito entero porque es de no creer. La espumilla del micrófono («COPE, estar informados») la mira, atónita. Aprovechando la pausa, un empleado entra a secar las miasmas que aún rezuman de las paredes del locutorio. La teoría de la conspiración, dice mientras rasca, es peor que una humedad. «Ahora corremos ese peligro», retoma doña Cristina. Visto lo visto, lo considero una amenaza. A la Schlichting le parece regulinchi que ciento treinta mil personas saliesen a la calle. Las manis buenas eran las que convocaba Rouco Varela contra el matrimonio gay.

Según parece, los nacionalistas de izquierda (sic) están detrás del motín de Esquilache. Incitadores, ¡berberiscos! ¡Han manchado la fachada del Ayuntamiento! ¡Esto es el colmo!

Cristina está triste. Según parece, los nacionalistas de izquierda (sic) están detrás del motín de Esquilache. Incitadores, ¡berberiscos! ¡Han manchado la fachada del Ayuntamiento! ¡Esto es el colmo! La Asociación Internacional en Defensa del Mobiliario Urbano ha emitido un sentido mensaje en adhesión a la conmovida comunicadora. No se veía tal congregación de plañideras desde los funerales de Marco Aurelio.

«Francamente, no me parece el tiempo de manifestaciones. Yo comprendo que no toda Valencia puede ir a sacar barro, pero tampoco es momento de alborotar las calles». Valencianos, botarates, ¡debería daros vergüenza! ¿A quién se le ocurre salir a la calle sin consultarlo antes con la periodista menos influyente del país? Es de ser chorlitos. «¿De verdad es el momento de enviar policías al hospital y destinar operarios a arreglar los desperfectos del Ayuntamiento y borrar pintadas?».

Recórcholis. Te la imaginas, escribiéndose el discurso y murmurando jaque mate. Me rindo: dinos, oh, preclara lumbrera, para qué es buen momento. ¿Para poner a esos maderos apaleamanifestantes en ocupaciones mejores? ¿Para estar paleando fango en vez de decir sandeces? ¿Para que la santa madre iglesia te pusiese de patitas en la calle y dedicase tu presupuesto a caridad?

Es cierto que López Schlichting no se ha quedado sola en sus críticas a la exteriorización, organizada y por cauces perfectamente constitucionales, del malestar de la gente, pero hay que reconocerle que nadie ha gastado tanto paternalismo meapilas. Los otros (los más) han jugado la carta de que «la manifestación estaba politizada». Pues claro, cenutrio, para eso se convocan.

Nunca pongo la radio los días de holganza, pero con las redes uno termina por enterarse de todo. Por ejemplo, de los editoriales de Fin de semana en COPE, pronunciados por la mismísma Cristina López Schlichting, la veterana periodista que comandaba el magacín vespertino en los furiosos tiempos radioepiscopales de los maitines de Losantos y las completas de César Vidal.

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