La acción popular: ni suprimirla ni darle un hachazo José Antonio Martín Pallín
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Parece un chiste. Pablo Iglesias y Luis María Anson entran en un bar. En el Garibaldi, para más señas. Dos horas y media de charleta entre las contestatarias paredes de la taberna vicepresidencial a propuesta de El Español. «Profundidades de Lavapiés, un día cualquiera», narra el periodista en off. «Con su traje y su corbata, se ve de pronto envuelto en una lluvia de estrellas rojas y banderas republicanas. Anson e Iglesias son dos amantes en las antípodas: se profesan una mezcla de cariño y admiración que a ratos se parece a la de los novios que acaban de conocerse […]. Para empezar, para dejar constancia de esa veneración secreta, le pedimos a Luis María que le recite a Iglesias uno de los sonetos del Amor oscuro de Lorca». La madre que me parió.
Un día, más pronto que tarde, pienso fundar una asociación de damnificados por el periodismo poético. ¡Muera la metáfora, viva el atestado, rediós! En la era del podcast conversacional, cualquier excusa es buena para el desvarío. Hay noches en las que, entre sudores fríos y palpitaciones malsanas, todavía me despierta aquella escuela de Atenas que montó Antonio Lucas con Sabina en un sillón y Reverte en el otro. «A la lumbre de un tequila», válgame el Señor.
Retomando, el debate lavapiesino tiene su aquel. Anson recitando de memoria a Mao Tse Dong («Tengo Tiktok, lo veo todos los días»), Iglesias comprometiéndose a meter un cóctel «Luis María» en la carta, ¿quién da más? Luego, lo de siempre, que si la Transición fue una chapuza, que a los franquistas se les compró para que soltasen los escaños, que lo de Armada y Milans del Bosch fue una jugarreta que le hicieron al rey… Todos asentimos y otra revolución hecha en un salón comedor. Me llamaron la atención los muchísimos elogios que el consejero privado de don Juan (el pobre se va a morir sin que le den un marquesado, mira que son ingratos los borbones) hizo del tugurio garibáldico y de los méritos del señor don Pablo, el hostelero (el tertulianismo y los férreos lineamientos ideológicos del Canal Red no interesaron demasiado). Malo es fracasar en el asalto a los cielos, peor es que te alabe la prosa, el menú del día y la astucia política un señor al que solo sacan del Palace cada diez bisiestos. «Tendrían que haberte hecho presidente del Prado», repite una y otra vez. Fíjense con qué pocas palabras explica uno su ideología.
Lo de siempre, que si la Transición fue una chapuza, que a los franquistas se les compró para que soltasen los escaños, que lo de Armada y Milans del Bosch fue una jugarreta que le hicieron al rey…
Al terminarme el videíto (me lo tragué entero, verás la bronca que me pega el psiquiatra), YouTube me recomendó otro encuentro en la cumbre, esta vez entre Losantos y Olona. El algoritmo sabe que Anson y Federico coincidirán en el estribillo del «solo soy un periodista», un notario de lo más aséptico. Algo se trae entre sus manitas el de Teruel: la semana pasada llevó al estudio a Espinosa de los Monteros; ahora, a Macarena. Ex voxeros (cuánta equis), el «aristogato» y la veleta, redimidos según conviene. Uno de sus lacayos (en esa tertulia, todo es asentimiento) le pregunta a la doña si piensa volver a la política. Ella, remangándose las mil doscientas pulseras de las fuerzas del orden, responde en tono curil que después de haber examinado su conciencia bajo el prisma de su amor a la patria (sic), nones. Acto seguido, se propone como ministra del Interior. Por si las moscas, ya tiene redondeada su medida estrella: abrogar (¡más todavía!) el principio de proporcionalidad en la respuesta policial.
Seguro que Luis María también tiene un verso para eso.
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