Lo que los wasaps sugieren (aunque nunca ocurra) Cristina Monge

La semana pasada, en este mismo conventillo, glosábamos el noble arte del obituario a cuenta del acabose de Vargas Llosa. Ya es mala pata: con todos los chistes buenos hechos, va y se muere el papa.
Pocas cosas dan tanta vidilla a la prensa como que el vicario de Cristo estire la pata. Quizás, la Lotería de Navidad. Infografías recalentadas, los mejores trucos para distinguir el color de la fumata y esas entretenidísimas quinielas sobre el próximo mitrado. Más madera. «Papable», un sustantivo que se desempolva una vez a la década.
Pero tranquilos: no todos los periodistas de este país han caído extasiados ante el desbordante espectáculo de la liturgia romana
Como del romano pontífice se aprovechan hasta los andares, el martes amanecimos con tropecientas columnas sobre lo progresista que era Bergoglio; el miércoles con otros tantos análisis sobre el limitado rojerío que puede permitirse el jefe de la iglesia católica. Entre tanto, las rotativas nos han ido soltando entremeses divertidísimos: enternecedoras fotogalerías, consideraciones sobre la calidad del pontificado, el calendario de las pompas fúnebres (sección Ocio y tiempo libre) y otras minucias testamentarias. Estas últimas, reconozco, son mis favoritas: «Una sepultura sencilla en Santa María la Mayor». O lo uno o lo otro: ¿han visto ustedes cómo es Santa María la Mayor? Ni queriendo encuentras un panteón más suntuoso.
La supuesta humildad de Francisco también emana ríos de tinta. Saltando entre las coberturas de tanto enviado especial, me entero de que su santidad pidió que lo mostrasen sin catafalco, cosa buenísima para quedar de colega, pero malísima si, igualmente, te tienen tres días expuesto bajo el baldaquino de Bernini y la gente tiene que agachar la cerviz para rendirte homenaje. La altura, que parecemos nuevos, es cortesía para con el espectador.
Las customización del entierro (entre nosotros, si quieres irte por la puerta chica manda que el velatorio te lo hagan en Funeraria La Soledad y déjate de guardias suizos y gregorianos) está dándonos muchísimo contenido. Comparativas, reacciones, ¡comentaristas especializados en candelabros! Créanme, hay quien se ha puesto a buscar las siete diferencias con el sepelio de Wojtyla.
Pero un cambio en el trono petrino no solo concierne a los colegas de las secciones de Religión y Sociedad, también a los de política. ¿Vendrá un reaccionario trumpista? ¿Jorge Mario habrá dejado todo atado y bien atado? Los perfiles gustan según barrios: a los conservadores les da paniquito que gane algún asiático progresista y entre la socialdemocracia descreída se reza para que ni Burke, ni Sarah ni Müller logren la venia del Espíritu Santo.
Por mi parte, estoy enfadadísimo: otra sede vacante que se me pasa sin que nadie me contrate para retransmitir el espectáculo. ¡A mí, que sé distinguir los catorce tipos de monseñores a un kilómetro de distancia! Y nada, los críticos de cine haciendo su agosto recomendando Cónclave y servidor, que sabe que todas las mucetas y los roquetes de la película están mal patronados, al borde de la indigencia. Hasta Javier Cercas se ha metido a vaticanólogo, ¡trabajo de ensueño!
Pero tranquilos: no todos los periodistas de este país han caído extasiados ante el desbordante espectáculo de la liturgia romana. La sutil Nieves Concostrina, que ha hecho de sus prejuicios históricos una profesión, ha despachado en La Ser una de sus secciones contestatarias. «Muere Jorge Bergoglio, presidente “infalible” de una dictadura». Ante tanta finura, uno solo puede aplaudir.
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