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Lulú fuma desde que era un bebé

América Valenzuela

Lulú fuma desde que era un bebé. La obligaba el fotógrafo que la usaba como reclamo de playa en playa a finales de los años ochenta. Las autoridades incautaron la chimpancé y la encerraron durante 10 años en un recinto de hormigón y cristal de un parque público en Gran Canaria. Los viandantes le gritaban, le tiraban latas y cigarros encendidos.

Lulú se deprimió. Pasaba sus días con la mirada perdida. En 2005 fue rescatada y ahora vive en Rainfer, uno de los tres centros de recuperación de primates que existen en España. Hoy, Lulú es cariñosa, dulce y atenta con el resto de sus congéneres y el personal del centro. Le encanta mirarse en el espejo y acicalarse. Adora estar en lo alto de una atalaya del recinto hasta que atardece y siempre es la última en irse a dormir.

Marco fue estrella de la televisión. Ridiculizado pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en una diminuta jaula en un camión con otros seis individuos. Fue rescatado en 2001 y ahora vive en las instalaciones de acogida de la Fundación Mona. Tiene 32 años, está en la plenitud de su vida. Es muy esquivo con las personas y le asustan las cámaras. Debido a su cardiopatía causada por la malnutrición, es un enfermo crónico y se medica a diario. Este es Marco en un anuncio de cerveza:

En España hay cientos de chimpancés y macacos como Lulú y Marco que han sufrido abuso y maltrato. En su mayoría provienen de circos y otros espectáculos, o de particulares que los compraron como mascotas. Llegan en pésimas condiciones físicas, atrofiados, con mutilaciones y trastornos mentales. Ahora que los chimpancés están más protegidos que nunca, el problema son los macacos de Berbería. “Se ha puesto de moda tenerlos en casa como mascotas. Entran centenares al año por el paso del estrecho de Gibraltar”, explica Miquel Llorente, primatólogo de la Fundación Mona.

Cuando un animal es incautado por las autoridades por vivir en malas condiciones o proceder del tráfico ilegal, pasa a ser propiedad del Estado. En el caso de los chimpancés, orangutanes, macacos, lémures y demás primates, se ceden a alguno de estos centros privados, que los acogen sin recibir nada a cambio. Es más, están abandonados casi por completo por la Administración. No reciben más que exiguas aportaciones que no alcanzan ni para cuidar un par de ejemplares durante un año.

La Fundación Mona acoge a 14 chimpancés y a 4 macacos. Menos del 1% de su presupuesto proviene de estamentos públicos. Se mantiene gracias a los cursos que imparten sobre comportamiento animal y un máster en primatología. Está abierto a visitas pagadas. “Tiramos de imaginación para recaudar fondos. El otro día subastamos los muebles que se iban a tirar de una hotel de lujo cercano”, se lamenta Llorente.

Otro de los santuarios de primates es Rainfer. Está al borde del colapso. Subsiste desde hace 20 años gracias a los ahorros del biólogo Guillermo Bustelo. Era un centro muy independiente, sin acceso a visitas para evitar el estrés a los animales. Tanto es así que la ubicación se ocultaba para evitar asaltos. Ahora la crisis ha pegado fuerte y no les llega para mantener a los 130 primates que habitan las instalaciones. Se han reinventado, han abierto las puertas a visitas y piden donaciones. Están saliendo a flote con pequeños parches. La campaña de donación para recaudar 4000 euros para pagar la calefacción de los animales durante el invierno ha sido un éxito. Más allá del mes de marzo, hay un precipicio.

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El tercer centro que hay en territorio español es Primadomus. Forma parte de la asociación holandesa AAP de acogida de mamíferos exóticos. Rescata animales españoles pero todo su presupuesto proviene de Los Países Bajos.

La situación es crítica. Las incautaciones se han paralizado porque no hay dinero para mantener a los animales. “No es raro que los animales maltratados se queden en depósito con su maltratador. Es surrealista”, asegura Miquel Llorente.

Mantener un chimpancé cuesta 7000 euros al año, un macaco menos de un tercio. Es asumible por el estado. Ocuparnos de estos animales es nuestro deber como especie y como sociedad. Somos nosotros los que los hemos vejado, enfermado y mutilado. Es un comportamiento inmundo que tenemos la obligación de reparar.

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