Marine Richard, una poeta francesa, puso los focos sobre un mal de nuestro tiempo el verano pasado. Un tribunal sentenció concederle una pensión de 800 euros al mes para que pueda vivir en las montañas pirenaicas, alejada de cualquier aparato electrónico. Ante un teléfono, una conexión wifi o la presencia de una antena la artista se desmorona. Le asalta el dolor de cabeza, sus articulaciones se resienten, el insomnio desvela sus noches, se le olvidan las cosas y sufre angustia. Su discapacidad es del 85% según acepta el tribunal. Padece un trastorno de hipersensibilidad electromagnética.
Esta enfermedad existe. Pero no está provocada por un efecto directo de las ondas sobre el organismo de las personas. Es una enfermedad mental, un trastorno psicosomático. Las personas que lo sufren se obsesionan y culpan de todos sus males a la wifi, los ordenadores o los teléfonos móviles. Sufren un efecto nocebo. Los pacientes están convencidos de que estas ondas les están afectando y destruyendo por dentro, no pueden soportarlo y enferman, de la propia ansiedad. La enfermedad está en su mente.
Hay desalmados que aprovechan el miedo para sacar dinero y fomentar la histeria antiondas. Cobran cientos de euros para medir las ondas de las viviendas, venden blindajes, como lonas, cortinas, capas y cascos protectores. Nada de eso está probado que funcione y en el caso de que lo hicieran esquivarían algo que no causa daño.
Las ondas electromagnéticas están clasificadas en función de su energía. Cuanta más energía más dañinas para un organismo vivo. Los rayos gamma, los rayos X, los UV son altamente energéticos y alteran estructuras vivas. Las ondas que demonizan estas personas están en el rango de las radiofrecuencias. Son las microondas, las ondas de radio, las de la tele, la wifi o las líneas eléctricas. Tienen menos energía que la luz visible, que también es una onda electromagnética; cada color tiene una energía. Sin embargo, las bombillas o el arco iris no parecen afectar a estas personas.
Para entender por qué un microondas asa un pollo y un teléfono móvil no, hay que tener en cuenta la intensidad con que se irradia el alimento. Aunque las ondas que usan estos aparatos son de energías parecidas, la potencia de un microondas es 5000 veces mayor que la de un móvil. Si se sustituye el generador de microondas del horno por el que hay en un teléfono móvil y se pusiera a trabajar ininterrumpidamente a la máxima potencia tardaría más de diez días en hervir un simple vaso de agua.
Sobre las temidas antenas repetidoras, por tener una antena repetidora en la azotea uno no está expuesto a más radiofrecuencias. Al contrario, porque estas antenas emiten de manera horizontal con una leve inclinación hacia el suelo. Además, cuanto más lejos estemos de la antena más potencia ha de usar el teléfono móvil para establecer comunicación y por lo tanto ondas más intensas alcanzarán a nuestro organismo.
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Es cierto que nunca antes habíamos estado expuestos a tantas ondas electromagnéticas del rango de las radiofrecuencias. Hay unos 7000 millones de contratos de telefonía móvil. En 1993 había solo 90 millones. Las conexiones wifi también se han multiplicado y nuestro entorno está cada vez más tecnificado. Sin embargo, no hay nada que indique que las radiofrecuencias sean dañinas para la salud. El comité de expertos de la Comisión Europea, el comité del Ministerio de Sanidad español y la Organización Mundial de la Salud entre otros, han llegado a esta conclusión. Este año la OMS tiene previsto publicar un nuevo informe basándose en los datos de los estudios hasta la actualidad de los efectos de las radiofrecuencias sobre la salud.
A pesar de no haberse encontrado evidencias, la OMS ha clasificado los campos electromagnéticos de radiofrecuencia en el polémico grupo 2B, donde también se incluye el café y la carne procesada.
Ante la duda, y mientras se sigue investigando, se clasifican en ese grupo. Por el momento, nada, absolutamente nada, muestra que la wifi, la radio o la tele produzcan los síntomas de Marine. Ni los de ella, ni los de todos aquellos que achacan a las ondas sus dolencias. Estas personas deberían consultar a un especialista en trastornos psicosomáticos e intentar averiguar, para curarse, por qué su mente les está jugando esta mala pasada.
Marine Richard, una poeta francesa, puso los focos sobre un mal de nuestro tiempo el verano pasado. Un tribunal sentenció concederle una pensión de 800 euros al mes para que pueda vivir en las montañas pirenaicas, alejada de cualquier aparato electrónico. Ante un teléfono, una conexión wifi o la presencia de una antena la artista se desmorona. Le asalta el dolor de cabeza, sus articulaciones se resienten, el insomnio desvela sus noches, se le olvidan las cosas y sufre angustia. Su discapacidad es del 85% según acepta el tribunal. Padece un trastorno de hipersensibilidad electromagnética.