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Muros sin Fronteras

Albert Rivera está muerto, pero él aún no lo sabe

Los muertos en política son los últimos en enterarse de su defunción. Le sucedió a Felipe González en junio de 1993, cuando ganó unas elecciones que iba a perder contra Aznar, y afirmó "he entendido el mensaje", frase que suelen pronunciar aquellos que no han entendido nada. También existen muertos que resucitan cuando todos les daban por difuntos definitivos, como Pedro Sánchez. No fue un caso de Cuarto Milenio y esas gaitas, sino el del típico muerto mal rematado. La turba susanista que le atacó con alevosía en Ferraz en octubre de 2016 le dejó con un ojo abierto, que es hoy el ojo con el que hace memoria.

Albert Rivera podría ser en estos momentos un émulo del doctor Crowe, el personaje de Bruce Willis en El sexto sentido. Rivera pulula por el mundo de los vivos, imparte órdenes, se mira al espejo –una costumbre peligrosa–, clava agujas de vudú a un muñeco de trapo al que llama Pedro Sánchez, habla solo o con Emmanuel Macron y trata de anular a sus posibles rivales internos. Estarán de acuerdo que se trata de una actividad estresante, incluso para un muerto.

El aún líder de Ciudadanos empezó a perder el norte en la moción de censura a Mariano Rajoy, un muerto a cámara lenta. Apostó todo a su fracaso y al triunfar se quedó en fuera de juego, y sin plan B. Se hizo la foto junto al partido que perdía el gobierno lastrado por la corrupción. Fue un error grave del que no ha sabido salir. Nada quedaba del Rivera de presunto centro que pactó con Sánchez tras las elecciones de diciembre de 2015. Pasó del pactismo con los socialistas al desprecio visceral a su líder, un sentimiento que es mutuo.

Existe una tendencia muy humana que en España practicamos con pasión: la contumacia en el error. Antes de rectificar, realizar una autocrítica e introducir cambios, aplicamos el castellano sostenella y no enmendalla. No solo le afecta a Rivera, también a PP, PSOE y Unidas Podemos.

Los datos de las elecciones generales del 28 de abril, en las que Rivera quedó muy cerca del PP, parecen hoy una ficción, como lo fueron los de Podemos en 2015. En ambos casos, las encuestas parecían anticipar un sorpasso que nunca se produjo en el caso de Podemos y que no se va a producir en el caso de Rivera. Movido por la animadversión a Sánchez, el líder de Ciudadanos anticipó líneas rojas en casi todas las comunidades. En Madrid, incluyó en su lista de radicales a Ángel Gabilondo.

Se le llenó tanto la boca que se ha quedado sin margen de maniobra para una nueva pirueta. Sigue atrapado en la moción de censura, cavando su tumba con entusiasmo.

Su política de pactos tras las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo perjudica a su partido a medio y largo plazo. En vez de rematar a Pablo Casado en Madrid y en Castilla-León, que era lo mejor para acelerar el sorpasso nacional, le ha resucitado. Aunque no parece el mejor líder posible para los populares, Rivera le ha regalado una segunda oportunidad. Se repite el caso de Sánchez. El PP no está muerto del todo, volverá.

Ciudadanos no ha servido para contener el independentismo, al anclarse en el 155 como única opción de hacer política en Cataluña, ni para frenar a Podemos, en condiciones de estar en el Gobierno de Sánchez, con ministros o mediante un pacto de legislatura a la portuguesa si es que los dos protagonistas no lo desgracian.

Los valedores políticos y económicos están enfadados. El plan era crear un partido de derechas europeo y moderado por si el PP se hundía en la corrupción. Había pánico a Podemos. Ahora, esos valedores han encontrado un mirlo blanco como alternativa.

El tiempo determinará si Manuel Valls es el mirlo o una ave migratoria. De momento parece claro que ha matado a Rivera al anunciar su voto incondicional a Ada Colau, que se halla en sus antípodas. El objetivo era impedir que Ernest Maragall, de ERC, fuese alcalde de Barcelona. Ya ha hecho más por frenar al independentismo que Rivera y Ciudadanos en toda su historia. Para Valls, Colau es el mal menor, el medio para impedir que la ciudad menos independentista de Cataluña fuese gobernada por el independentismo. En Europa es frecuente cruzar las líneas ideológicas. Se llama sentido del Estado.

Valls tiene dos líneas rojas: no a la extrema derecha y no al independentismo catalán, el resto es negociable. También cree que del llamado conflicto catalán se sale con política, es decir con propuestas y diálogo. Tener dos líneas rojas, y actuar conforme a ellas, resulta una rareza en España donde la media son diez líneas rojas por partido, y no siempre las mismas.

Que el ex primer ministro francés, que no dejó un gran recuerdo entre sus compatriotas, sea la luz que ilumine el camino dice poco de los dirigentes españoles, enfangados en el tacticismo y en el catenaccio. ¿Qué fue de la estrategia? Una prueba es el juego de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias, ¿qué busca el presidente en funciones? ¿Hundir a Rivera, provocar una rebelión en Ciudadanos? ¿Volver locos a sus votantes que le dejaron clara una sola línea roja?

Rivera rechazó el voto a Colau, a quien llamó populista independentista, y puso condiciones al PSC imposibles de cumplir. Si de él hubiese dependido, Maragall sería alcalde. Para el todavía líder de Ciudadanos, la política se resume en el cuanto peor, mejor. En esto es muy parecido a sus presuntos enemigos Carles Puigdemont y Quim Torra. Los tres viven la política desde una performance continua en la que mandan la escena y las emociones.

Con solo tres concejales, Valls se ha cargado al líder de Ciudadanos, que tiene otros tres, más 25 diputados en el Parlament y otros 57 en el Congreso de los Diputados, donde es la tercera fuerza. Le ha dado una lección mayúscula de lo que es la política y lo que es peor para Rivera, se la ha dado con luz y taquígrafos, retransmitida en directo a los votantes, militantes y apoyos económicos de Ciudadanos, y a la UE, incluidos Macron y Angela Merkel, dos de los pilares europeos en la lucha contra la extrema derecha. Valls se ha presentado ante todos ellos como la persona capaz de liderar el espacio socio-liberal que no ha sabido ocupar Rivera, escorado a la extrema derecha de la que partió en sus devaneos con Libertas.

También lo han visto todos los apoyos mediáticos que se han pasado en bloque a Valls, al menos de momento. Entre los que ha aplaudido el sentido de Estado del francés están los Salvador Sostres y Arcadi Espada, además de uno de los padres fundadores de Ciudadanos, el catedrático Francesc de Carreras, que calificó a Rivera de "adolescente caprichoso".

El relevo natural de Rivera en Ciudadanos sería Inés Arrimadas, mucho más empática y natural como demostró en su saludo a los diputados catalanes presos. En el documental de Netflix de las dos Cataluñas es de las que mejor queda. Pero por alguna razón inexplicable ha decidido lanzarse al vacío junto a su jefe, que la trajo a Madrid para marcarla de cerca. Le ha copiado el discurso duro y el tono. Venía entrenada porque desde que ganó las elecciones catalanas dejó de hacer política y comenzó a realizar perfomancesperfomances, igual que su rival Torra, y a endurecer su lenguaje en la línea de Rivera. También parece alineada en la tesis de cuanto peor, mejor.

Había un runrún que colocaba a Valls como ministro de Exteriores, ya desmentido por la continuidad de Josep Borrell. Era una opción rara porque Valls, que tiene tanto ego como Rivera y un carácter de mil demonios, no es tonto, y ve una oportunidad única para liderar un partido socio-liberal, casi macroniano, en Cataluña, primero, y en España, después.

Su principal fallo en Francia, donde fue ministro del Interior además de primer ministro con el PS de Hollande, es que nunca fue muy socialista. Es un socialdemócrata conservador, como algunos de los líderes regionales del PSOE, y el propio Felipe González, más próximos a Ciudadanos que a su secretario general.

Personas cercanas a Valls están montando un partido en Cataluña, la Lliga Democrática. No se sabe si es por encargo de Valls, pero parecería lógico que se prepare para unas elecciones anticipadas, que se convocarán tras la sentencia del Supremo, para aprovechar la emotividad.

Sería un primer paso para pasar de tres concejales a un número indeterminado de diputados que le permitan tener una voz potente. Tendría después tres años y medio para organizar el partido nacional. El espacio es el del Ciudadanos original, sumando a los populares que se sienten incómodos con Vox y con unas siglas lastradas por la corrupción.

El mensaje subliminal de Valls tras lo ocurrido en el Ayuntamiento de Barcelona es claro: yo sí pactaría con Sánchez. El goteo de bajas de Ciudadanos no ha hecho más que comenzar.

Esto lo ve Pablo Iglesias, que pese a la sucesión de errores, sigue vivo y dispuesto a resistir en el fuerte de los 42 diputados, Sabe que tiene tres años y medio para resetearse y reconquistar el espacio perdido y evitar que Iñigo Errejón le desplace dejándole en la irrelevancia. Para ello necesita visibilidad. Si Sánchez fracasara en su investidura, todo lo anterior sería papel mojado. No habría tiempo para grandes movimientos entre partidos.

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