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Soy el amo de mi destino

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Ha muerto un hombre especial: Nelson Mandela, el presidente que todos hubiéramos querido tener. Era el último de los grandes líderes del siglo XX. Grande por su estatura ética, por la transcendencia de sus actos, no por el peso económico de su país. Una persona que supo muy pronto en su vida quién era, qué representaba. Nunca nos falló. Queda, quizá, Aung San Suu Kyi y poco más. Ni siquiera Barack Obama se ha salvado del ejercicio del poder.

El vacío no es político, es moral. Perdemos un referente en un mundo ocupado por el miedo, la renuncia y la cobardía. Perdemos un líder capaz de gestos extraordinarios, como el célebre del campeonato mundial de rugby. Su capacidad para trasformar una afrenta histórica, el racismo –simbolizada por un equipo nacional de blancos para blancos–, en un espacio de encuentro, de creación de la nueva identidad sudafricana por encima del color. Lo cuenta John Carlin en su libro. Lo cuenta este documental. Las personas que saben valerse de la capacidad transformadora de las pequeñas cosas son aquellas que saben qué quieren, a dónde se dirigen, qué defienden.

Es un día de obituarios, de análisis, de despedidas, de artículos y reflexiones sobre la persona y su obra, el mito que pervive. Serán jornadas de frases grandilocuentes de personas sin grandeza ni elocuencia alguna, los que nada tienen que ver con Mandela. Pero también serán días para la música, para escuchar ese himno nacional, Nkosi Sikelele, cantado por Miriam Makeba, otro puntal de esa lucha contra el apartheid, Hugh Masakela y Ladysmith Black Mambazo, entre otros.

Mandela fue un hombre celebrado y cantado por músicos de todo el mundo. En los conciertos emblemáticos de Wembley para celebrar su libertad, sus cumpleaños. Fue un icono pop que logró sobrevivir a la utilización de su imagen. Pasará el tiempo, se apagarán los elogios, los focos y las cámaras y regresará la normalidad, esta aburrida y peligrosa normalidad gobernada por políticos mediocres, cobardes, sin valores. La antítesis del héroe que se marchó. Ojala que nazcan miles de Mandelas y nos saquen de esta inmundicia moral.

Este es el poema que repitió durante los 27 años de prisión. En él están los sueños de la libertad y lo que significaba ser Mandela. Es tiempo de no olvidarlo:

Más allá de la noche que me cubre

negra como el abismo insondable,

doy gracias a los dioses que pudieran existir

por mi alma invicta.

En las azarosas garras de las circunstancias

nunca me he lamentado ni he pestañeado.

Sometido a los golpes del destino

mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.

Más allá de este lugar de cólera y lágrimas

donde yace el Horror de la Sombra,

la amenaza de los años

me encuentra, y me encontrará, sin miedo.

No importa cuán estrecho sea el portal,

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cuán cargada de castigos la sentencia,

soy el amo de mi destino,

soy el capitán de mi alma.

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