La memoria es la última defensa de la justicia. Sin ella, los asesinos quedarían impunes y los asesinados no podrían tener paz y recuperar su dignidad. Hay muchas maneras de recordar y honrar a los muertos. La más efectiva es hacerlo cada día, sin importar el aniversario. Me gustó el documental Pinturas contra el olvido de Bärbel Jacks sobre los dibujos al carboncillo de Manfred Bockelmann. Trata de niños asesinados por el nazismo. Nadie les lloró porque no les quedaba familia, todos habían sido asesinados. Es emocionante, imprescindible, demoledor. Lo tienen en Filmin. Es de ese tipo de obras maestras que nos permiten crecer como personas, sucede también con algunos libros.
Esta semana hemos conmemorado el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau, el peor de los campos de exterminio nazis, convertido en símbolo del asesinato industrializado de 11 millones de personas –seis millones de judíos y cinco millones de no judíos–. Representa la expresión máxima del horror, el intento de borrar un pueblo de la faz de Europa, además de eliminar toda disidencia y preservar la pureza aria. Hubo campos terribles cuyos nombres no debemos olvidar jamás: Treblinka, Sobidor, Belzec, Mauthausen, Buchenwald, Dachau, Bergen, y el de las mujeres de Ravensbrück. El grito de “Nunca más” lanzado por los aliados tras descubrir la envergadura de los crímenes no sirvió para impedir los genocidios de Camboya y Ruanda, ni la desaparición sistemática de personas en las dictaduras militares de América Latina.
Han pasado 75 años y no hemos aprendido nada. Se multiplican los actos, las declaraciones más o menos pomposas y los intentos de utilización de las víctimas con fines partidistas y electorales. Somos incapaces de sentir desde el silencio, respetar la memoria. Tampoco somos capaces de frenar el renacimiento del lenguaje del odio, los actos de antisemitismo y el alza de las extremas derechas 2.0, primas hermanas de los fascismos de los años 30 del siglo pasado.
Es necesario recordar a los muertos, mimar a los sobrevivientes y a sus familias, publicar cada una de las historias de heroísmo y lucha, sentirnos parte de ellos, estar agradecidos de poder compartir. Ese abrazo colectivo debería ser para los judíos y los no judíos, para todos los que trabajaron por derrotar al nazismo. La memoria es indivisible, no caben los espacios de olvido. No podemos conmemorar la liberación de Auschwitz-Birkenau por parte del Ejército Rojo e ignorar el marco en el que se produjo aquella barbarie, eso incluye el respeto a los españoles que padecieron y murieron en Mauthausen y en otros campos similares.
La empatía es un sentimiento que no admite sordinas. No es ético declararse emocionado con unas víctimas, las que sirven para adornar un discurso partidista, y no con otras, sean del 11-M, el franquismo o el GAL. Las víctimas carecen de siglas. No hay víctimas de derechas y de izquierdas, sólo existen personas que sufren una pérdida causada por criminales. Es fácil lograr el equilibrio, basta con creer en los derechos humanos por encima de cualquier bandera e ideología. Así podremos ver en Arabia Saudí lo que denunciamos en Venezuela, y al contrario.
Sería bueno que más allá de las cumbres, los comunicados y las declaraciones emocionadas de los líderes fuésemos capaces de establecer políticas concretas y efectivas que persigan los crímenes de odio, incluido el machismo, y centrarnos en educar a las nuevas generaciones en el valor de la memoria, el respeto y en la de defensa de los valores democráticos.
Educar en libertad y tolerancia es incompatible con la prédica de la intolerancia en centros escolares subvencionados por el Estado. Esto conecta con el debate absurdo de la censura parental y con el texto que escribí la semana pasada, titulado “Quite sus manos del clítoris de mi hija”. Cuestionar la educación en valores de respeto a los demás, sean judíos, cristianos o musulmanes; nacionales o migrantes; blancos o negros, heterosexuales u homosexuales es el caballo de Troya de la intolerancia, y de ella surgen los fascismos.
Vivimos tiempos de reescritura. Polonia trata de borrar el vínculo de los campos de extermino con su territorio, y su responsabilidad en el antisemitismo que permitió la matanza, aunque es cierto que también hubo miles de polacos que padecieron la represión alemana. En Holanda, el primer ministro Mark Rutte pide perdón porque su país no hizo más por proteger a sus judíos, y el titular, 75 años después, destaca que se trata del primer líder holandés que lo hace.
El primer ministro en funciones de Israel, Benjamin Netanyahu, cercado por varios casos de corrupción, la tercera repetición de las elecciones y el miedo a salir del poder, aprovecha un evento conmemorativo de la tragedia del Holocausto para hablar de Irán, su tema electoral favorito, mientras que hace sonar las trompetas de la anexión de gran parte de Cisjordania. Su amigo, Donald Trump, sometido a un proceso de destitución que empieza a enredarse en el Senado presenta un plan de paz para Oriente Próximo que viola las resoluciones del Consejo de Seguridad que ha votado EEUU y pone en peligro la paz en la región. Su plan es una bofetada a millones de palestinos. Se trata de los dos políticos más peligrosos e irresponsables del momento.
Las derechas españolas nunca tuvieron un relato alternativo a la defensa, activa o callada del franquismo. Para ellas, el dictador fue un hombre providencial. Lo tienen limpio de su carga inicial porque fueron los fascistas de Italia y los nazis de Alemania los que le permitieron ganar la Guerra Civil. Fuimos el laboratorio y el banco de prueba de la Segunda Guerra Mundial. Tras la derrota de los nazis nos quedamos 40 años con su franquicia, que se salvó gracias a la Guerra Fría. No son capaces de ver que los crímenes franquistas son similares a los de Sadam Husein, que en España también hubo un genocidio, el intento de eliminar a cualquiera que defendiera ideas de progreso. Uno de los objetivos fueron los maestros y la Escuela Libre de Enseñanza. Fue un pin parental criminal que ha cercenado la educación de varias generaciones. También hubo crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Comparado con Franco, el régimen de Maduro es un kindergarten.
También hay una reescritura de los crímenes de Stalin, de la política de los gulag que tan bien está descrita en los libros de Aleksandr Solzhenitsin. Si tienen poco tiempo, lean Un día en la vida de Iván Denísovich; si tienen más, El archipiélago Gulag. O la serie de Relatos de Kolima de Varlam Shalámov. Resulta inquietante que en las encuestas de popularidad que se realizan en Rusia, Stalin esté entre los mejor recordados cuando fue un asesino en serie que poco tiene que envidiar a Hitler. Ellos, junto al rey Leopoldo de Bélgica, son tres de los mayores criminales de la historia. Cuando una sociedad como la rusa (o la española) no tiene claro quiénes son sus héroes, o los tiene equivocados, suele ser síntoma de una enfermedad colectiva que nace y pervive en la educación.
No saber quiénes son los verdugos y quiénes las víctimas, como le sucede a una parte de la derecha española, y a algunos en la izquierda que siguen dando vueltas a sus viejos héroes en la URSS, o con el líder serbio Milosevic, representa un error político y una indecencia moral.