No son buenos tiempos para la Iglesia Católica, tampoco para el papa Francisco. La extrema derecha eclesiástica, que existe y es muy activa, ha aprovechado el escándalo de los abusos en la archidiócesis de Filadelfia para situar al pontífice en el centro del huracán.
El ariete de la ofensiva es el arzobispo Carlo Maria Viganò. Sostiene que el papa conocía, desde el inicio de su mandato en 2013, los abusos sexuales cometidos por el cardenal Theodore McCarrick. Viganò no es un cualquiera, fue nuncio (embajador) del Vaticano en Washington entre 2011 y 2016. Es conocido por sus ideas homófobas. Para él, la pedofilia está relacionada con la penetración homosexual en la Iglesia. Forma parte del núcleo ultra que trata de derribar al papa desde que Francisco le destituyó.
En España, los ultras están dirigidos por los cardenales Rouco Varela y Cañizares, entre otros.
Esta corriente preconciliar forma hoy parte de un movimiento más amplio, en el que caben Trump, Le Pen, Salvini y el PP de Casado.
Francisco no ha querido responder, pese a que se trata de una acusación grave. Más allá del personaje de Viganò, es consistente con la actuación de este papa en Chile, uno de los epicentros del abuso de menores. ¿Recuerdan la película El Club de Pablo Larraín? Deberían verla.
El papa defendió al obispo Juan Ramos, sospechoso de encubrir casos de abuso. Su condescendencia provocó una insólita dimisión en cadena de obispos chilenos. La rectificación llegó, pero Francisco perdió una oportunidad de pasar del territorio de las palabras, en el que se mueve bien, al de los hechos, en el que tiene más dificultades. En este sentido es un papado decepcionante, una oportunidad perdida.
El riesgo que corre la extrema derecha eclesiástica es grande porque en el envite puede caer algo más que un papa. La carrera delictiva de McCarrick empezó hace 50 años. Entre 1994 y 2008, los obispos de EEUU y el papa Benedicto XVI recibieron informes sobre sus actividades sexuales. Juan Pablo II murió en 2005. ¿Tuvo algún conocimiento el papa santo? Fue él quien le ordenó cardenal en 2001.
Décadas de abusos están saliendo a la luz en todo el mundo. Un informe interno de la Iglesia fechado en 2004 reconocía más de 4.000 casos de sacerdotes que afectaban a unos 10.000 niños, la mayoría chicos. Las cifras actualizadas deben ser demoledoras. Solo en Filadelfia afecta a mil menores.
Francisco aprovechó su última visita a Irlanda, menos cálida de lo previsto, para pedir perdón. Irlanda es la zona cero de todo tipo de abusos. ¿Vieron la película Las hermanas de la Magdalena?
Afirmar que el abuso es masivo sería exagerado e injusto, pues existen miles de monjas y sacerdotes que hacen su trabajo decentemente. Lo que es masivo es la política de ocultamiento sistemático. La película Spotlight se basa en las investigaciones del diario The Boston Globe sobre este encubrimiento masivo auspiciado por el cardenal Bernard Law.
Boston es la ciudad más católica de EEUU. El periódico realizó su investigación en un terreno hostil. Las presiones debieron de ser formidables. Seguro que se escuchó la frase de que ‘esas informaciones ponen en riesgo la seguridad de la institución’. Lo mismo sucede en España con el caso del comisario Villarejo. Las informaciones no ponen en riesgo al Estado, ponen en riesgo la impunidad de personas que viven del Estado. No es lo mismo.
Las acusaciones de Viganò llegan en un momento peligroso para todos los protagonistas. El movimiento #MeToo ha reducido a cero la tolerancia. La sociedad está sensibilizada. Aunque se trata de casos anteriores, lo que persiste es la impunidad organizada. No se castiga ni denuncia a los culpables, solo se les cambia de diócesis. Ni siquiera se avisa a los nuevos fieles de que el pastor que llega está manchado.
Igual que en otros sectores, como en el cine, el primer abuso, el que ampara todo lo demás, es el abuso de poder. El de un sacerdote con conexión directa con un dios que decide quién se salva y quién se condena debe ser de los más fuertes. ¿Quién se atreve a denunciar a un hombre así? Los testimonios de Filadelfia muestran a personas que se sintieron desamparadas.
La Iglesia católica ha llevado el peso de la campaña contra el aborto en Argentina. Antes se opuso a la ley de divorcio. Entre sus grandes enemigos están las leyes de matrimonio homosexual y todo lo que huela a laicismo, convertido en un anatema diabólico. Cuando solo es el espacio de convivencia entre las distintas religiones, los agnósticos y ateos en un Estado aconfesional con leyes iguales para todos.
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Los abusos afectan al mensaje ético y la catadura moral de quien predica en nombre de un ser superior. Una de las grandes batallas es la educación. No solo es dinero, se trata del control de la formación de millones de niños. Son la garantía de que la fuerza del lobby se mantendrá intacta otros 50 años.
En las puertas del mundo de la robótica, los niños necesitan otro tipo de saberes. La ética, tener claro qué está bien y qué está mal, se refuerza desde la duda y el pensamiento, dos valores que cotizan poco en las organizaciones de obediencia debida, sean religiosas, militares o partidos políticos.