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Un Kennedy en la infancia

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Lo peor del 50 aniversario de la muerte de JFK en Dallas es que yo tenía ocho años. Son de esas efemérides mediáticas que te sitúan ante el espejo, el paso del tiempo. Recuerdo que mi madre me despertó y para asegurarse de que me levantaba de la cama para ir al colegio, espetó: "Han matado al presidente Kennedy". Era 22 de noviembre de 1963. Aún no lo sabía pero estábamos en la década prodigiosa, el rock and roll, Elvis Presley y los Beatles. También fue la década de la guerra del Vietnam, de los derechos civiles en EEUU, de los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King, de la llegada del hombre a la Luna.

Recuerdo también el día de la entrada de los carros de combate rusos en Praga. Era 20 agosto de 1968. Estaba en clase en la recuperación de Matemáticas de primero de Bachillerato Elemental. El profesor del colegio Chamberí de Madrid era laico, una rareza en la plantilla. Solo dijo: "Hoy es un día terrible para el mundo, los rusos han invadido Checoslovaquia". Pese al tiempo transcurrido no he sabido cuál era el sentido de la frase, su ánimo. No parece propia de un franquista, quizá de un demócrata, de un eurocomunista.

Han pasado 50 años y el 65% de los estadounidenses sigue en sin creerse la versión oficial, la de Oswald y el tirador solitario. Acababan de ocurrir el desastre de Bahía Cochinos y el incidente de los misiles de Nikita Jrushchov, eran naturales las suspicacias. Kennedy fue un presidente bendecido por la memoria colectiva. Empezó una guerra, coqueteó con la Mafia, fue un mujeriego empedernido. Fue el primer presidente católico, como es hoy Barack Obama el primer presidente negro.

A Kennedy le encumbró su discurso de inauguración de mandato, una pieza maestra de oratoria, la esperanza que arrastró y una muerte violenta y prematura. A Obama habrá que medirlo dentro 30 años. No son sus fracasos o la decepción causada a los que tanto esperaban, la traición del yes we can, sino el impacto que tendrá ver a un presidente negro para millones de niños negros e hispanos. Es la prueba de que se puede llegar.

Algunas direcciones útiles fuera del discurso dominante.

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