Sin periodistas no hay Siria

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A Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova

   

La mayoría de los reporteros que van a una guerra no vuelven a ir a otra. Hay que estar bastante loco para repetir, para transformar esa primera experiencia en una forma de vida, de trabajo. Una minoría lo hace. Gracias a ellos sabemos lo que sucede allá fuera sin depender de la propaganda.

Michael Herr explica en el primer vídeo su atracción por la guerra y su incapacidad de dejarlo tras quedar atrapado por esa forma nada aburrida de contar la historia en movimiento. Es una droga, a veces peligrosa. A Herr le debemos un libro soberbio: 'Dispaches', que en España tradujo Anagrama (Despachos de guerra). 

Siria no es el Vietnam de Herr ni la Bosnia-Herzegovina de toda una generación de reporteros, muchos de ellos españoles, Siria es un estercolero, un agujero negro, como lo fue el primer Irak tras la invasión estadounidense y el Líbano de los secuestros. Los periodistas que van a guerras asumen riesgos físicos, emocionales; puede haber heridas, muerte, sufrimiento. No hay inmortalidad que valga frente a la mala suerte y la estupidez humana.

Hay tres periodistas españoles secuestrados por grupos yihadistas en Siria: Marc Marginedas de El Periódico de Catalunya; Javier Espinosa de El Mundo y Ricardo García Vilanova, freelance.

Son veteranos, pertenecen a esa minoría tozuda que va una y otra vez para que no reine el silencio y la mentira. Los dos primeros son una rara avis en un universo periodístico sometido a una crisis sin precedentes: pertenecen a la plantilla de sus periódicos. La externalización también ha llegado a este trabajo; son cientos los freelance que se juegan el pellejo en guerras lejanas sin tener siquiera garantizado un pago honesto por su trabajo o que les cojan el teléfono.

La industria clásica de los diarios impresos se hunde poco a poco. Sus ediciones de papel pierden fuelle y lectores mientras las ediciones digitales siguen sin dar con la tecla de la rentabilidad. Los viejos reporteros son reemplazados por ejércitos de becarios mal pagados en los que el contrato de mileurista de hace unos años dejo de ser una realidad para convertirse en una quimera. Los primeros garantizan una mirada, historias propias, color, olor, sabor y personas en cada historia, una cierta rebeldía; los segundos, atados a la mesa, solo pueden cortar y pegar, divulgar comunicados oficiales, callar. Pierde el periodismo, pierden los lectores; gana la política a través de una televisión plasma, ganan los mentirosos.

Las partes débiles saben desde hace décadas que los informadores extranjeros son la garantía de que su versión será conocida. Sarajevo fue la capital informativa de la guerra bosnia, como lo fue Madrid durante la Guerra Civil. También lo sabe la parte fuerte desde que EEUU perdió la guerra de Vietnam por las informaciones de muchos de sus periodistas. Todo cambia en el verano de 2003 en Irak, unos meses después de la invasión. La resistencia iraquí formada por soldados del Ejército de Sadam Husein torpemente disuelto y sobre todo una resistencia islamista cada vez más radicalizada, deciden que el periodista extranjero es su enemigo, un espía. Gracias a la existencia de Internet disponen de medios técnicos para colocar su mensaje sin intermediarios a través de webs islamistas y televisiones árabes por satélite.

La ciudad de Faluya, a 69 kilómetros al oeste de Bagdad, se convirtió en su bastión en 2004. Desde ella partían muchos atentados. Los mismos islamistas que lucharon calle por calle en noviembre-diciembre de ese año contra los marines estadounidenses que tomaron Faluya, son los que ahora se presentan bajo las siglas IISS (Al Qaeda Estado Islámico de Irak y Levante) y que tienen secuestrados a Espinosa y García Vilanova.

La primera víctima de toda guerra es la verdad, se impone la mentira, el engaño. Una guerra es la expresión máxima de la codicia humana, la corrupción, el odio. Todo se suspende: la ley, el castigo, la vida. Campa la bestia que todos llevamos dentro. Vemos sentados en casa vídeos y fotos de las guerras y decidimos como protección emocional que esa barbarie lejana no nos pertenece, que no tenemos nada que ver con ella. Un error: detrás de las balas y las armas están los negocios, intereses, nuestro sistema de vida, empresas que nos son familiares. El silencio y la indiferencia son una forma cobarde de complicidad.

Es bueno que existan reporteros locos para que nos lo recuerden, como hizo C.J. Chivers con las bombas de racimo 'Made in Spain' lanzadas por Gadafi sobre Misrata.

¿A quiénes vamos a dejar el patrimonio de la verdad? ¿A los que se benefician con su ausencia? ¿A los manipuladores? Periodistas como Marc, Javier y Ricardo y otros 27 secuestrados en Siria son esenciales, son la garantía de la honestidad y de una salud democrática a prueba de corruptos. Serán los lectores los que deberán decidir si desean pagar por estar informados, por construirse un criterio propio, y si este es otro territorio de claudicación y renuncia. No están en juego los periodistas, está en juego la libertad.

El gran Seymour Hersh, célebre por su reportaje sobre la matanza de My Lai en Vietnam, contó en El Salvador en una reunión de periodistas convocada por El Faro, cómo llegó a esa historia que marcó el curso de la guerra.

Tras mucho tesón y algún golpe de fortuna, Hersh dio con el nombre de la persona que le podía confirmar los hechos. Se trataba de un joven teniente que se había destacado en la matanza por su insensibilidad. Disparaba a los civiles a las piernas, para que cayeran al suelo antes de rematarlos y arrojarlos a una fosa. Días después pisó una mina y perdió una pierna. El teniente estaba convencido de que se trataba de un castigo divino y culpaba de ello a su capitán que dio la orden. Era la parte débil, la fuente perfecta.

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Hersh tardó en encontrarle. Un coronel del Pentágono se equivocó al darle un nombre (William Calley) pensando que él ya lo sabía. No existía Internet ni Google. Buscó en la guía de teléfono. Tras varios fracasos habló con una mujer, le preguntó por la pierna de su hijo, le dijo que estaba mejorando. Al confirmar que era el soldado que buscaba le informó que iría a verle.

Cuando el periodista llegó a la casa del joven, se cruzó con la madre. Esta le dijo una frase brutal: “Entregué a un buen chico al Ejército y me han devuelto a un asesino”. Por escuchar frases así, que explican toda una guerra, merece la pena ser periodista, ir a Siria o a donde haga falta.

Mucha suerte. Venid pronto a casa, compañeros.

A Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova

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