Durante la espera para la presentación del libro de dos personas antes admiradas y ahora, además, queridas, me puse a charlar con unas amigas sobre el entusiasmo. El tema lo sacó una de ellas para definirme en tono de guasa: “Raquel, eres el entusiasmo, muestras entusiasmo con los grandes proyectos y muestras entusiasmo con un bocadillo de chorizo” y le di la razón, porque la tiene.
Sí, confieso, me ilusiono vivamente con las aventuras trascendentes y también con algunas cuestiones aparentemente pequeñas que, sin embargo, tienen su grandeza.
Un día después, retomé el asunto “entusiasmo” con una mujer a la que acababa de conocer y resultó que estábamos de acuerdo, ese sentimiento de exaltación del ánimo por algunas cuestiones funciona para muchos de nosotros como motor. Un motor que nos impulsa para disfrutar de la vida pero que, sobre todo, nos ayuda a soportarla… algo parecido a lo que hace el humor con el dolor.
Nuestro encuentro era fruto de una entrevista profesional sobre un asunto muy concreto pero, al terminar, nos pusimos a charlar animadamente de otras cuestiones de la vida, algunas luminosas como el entusiasmo y otras oscuras: la ansiedad, la autoexigencia, el desproporcionado sentido de la responsabilidad, la presión propia, esa que suele ser aún más dañina que la ajena…
Y culminamos nuestra charla improvisada hablando de las señales que te da tu cuerpo para decir “no” a alguna oportunidad. Esas que, desde fuera, casi todo el mundo considera buenísimas, pero tú sabes que no son para ti.
Esa misma tarde, me reencontré con alguien a quien un día conocí durante un breve encuentro televisivo. Aquella vez no hablamos de nada que no fuera el asunto profesional que nos ocupaba pero, en esta segunda ocasión, sí hubo conversación personal entre bambalinas.
Y culminamos nuestra charla improvisada hablando de las señales que te da tu cuerpo para decir “no” a alguna oportunidad
Y él también me habló de las señales que a veces te da tu cuerpo para parar, incluso para decir que no a alguna oportunidad, y conversamos sobre la ansiedad, la autoexigencia, el sentido de la responsabilidad… Culminamos nuestra charla hablando del peligro de la falta de equilibrio entre el entusiasmo y el agotamiento.
Todas las personas a las que no nombro en este texto, no creo que deba hacerlo, son personas brillantes: mi amiga, la que se choteaba de mi entusiasmo choricero, la pareja admirada y ahora querida, la mujer que conocí una mañana en un encuentro de trabajo y el hombre con el que volví a coincidir en otra aventura profesional.
Todas ellas son personas entusiastas, luchadoras, que disfrutan y también sufren, claro, el ser humano es lo que tiene… Y todas ellas son piezas del motor que me ayuda a disfrutar de la vida pero, sobre todo, a poder soportarla. Porque, quitando a mi perra, el chocolate negro y casi todo lo que cabe en el saco de la cultura, no hay nada que me entusiasme más de la vida que las personas interesantes que voy encontrando por el camino.
Ustedes, mis lectores habituales, ya lo saben porque se lo he dicho muchas veces, son piezas imprescindibles de ese motor que me ayuda a vivir, la escritura. Y hoy les cuento que voy a dejarles descansar de mí unas semanas porque me toca reemprender un viaje profesional en el tiempo… que también me entusiasma. ¡Ojalá estén por aquí a mi regreso!
Durante la espera para la presentación del libro de dos personas antes admiradas y ahora, además, queridas, me puse a charlar con unas amigas sobre el entusiasmo. El tema lo sacó una de ellas para definirme en tono de guasa: “Raquel, eres el entusiasmo, muestras entusiasmo con los grandes proyectos y muestras entusiasmo con un bocadillo de chorizo” y le di la razón, porque la tiene.