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Yo voy con el equipo de Tailandia

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Hay doce niños y un entrenador atrapados en una cueva. Llevan allí catorce días. Tras la alegría por haberlos hallado con vida, algo que parecía del todo improbable, ha surgido la gran pregunta: ¿cómo van a sacarlos de allí?

No nos ha sucedido a ninguno de nosotros, son unos niños de Tailandia, unos pequeños y lejanos desconocidos. Pero a causa de la empatía, cada vez que pensamos en su historia, nos sentimos dentro de esa cueva, con ellos, con su miedo, con su angustia. O fuera, en la cabaña del parque natural de Tham Luang, con sus madres y sus padres, con su miedo, con su angustia.

Seguimos en la distancia el minuto a minuto. Nos hablan de la salud de los trece atrapados, de su estado de ánimo; nos cuentan cómo desde fuera perforan y drenan el agua de la cueva; nos dan la terrible noticia, ha muerto un buzo que participaba en la operación; nos informan de la predicción meteorológica y de los nuevos equipos de rescate que se incorporan a la misión difícil, no queremos ni pensar que imposible.

Sabemos también que los niños están tomando clases de natación y de buceo, aunque el aprendizaje más complejo tal vez tenga que ver con la paciencia, con el control de las emociones y con la entereza, porque una de las salidas a su drama está a cuatro kilómetros y la otra a cuatro meses.

A cuatro kilómetros la entrada a la cueva –hasta allí tendrían que bucear por cavidades estrechas y oscuras–. A cuatro meses el final del monzón –con él llegaría la bajada del nivel del agua dentro de la cueva–. Cuatro kilómetros y cuatro meses se hacen muy largos en la mente de un niño, son ellos los que suelen preguntar: “¿Cuándo llegamos?”, nada más arrancar el coche familiar.

Paciencia, control de las emociones y entereza, son ejercicios poco adecuados para la infancia. Ese tipo de esfuerzos emocionales son más propios de los adultos y los llevamos a cabo por narices, no porque nos guste hacerlo, aprendemos a ejercitarlos para sobrevivir, para lograr salir de nuestras cuevas.

En estos días se disputan los últimos partidos del Mundial de Rusia. No, España ya no está, nos largaron el pasado domingo y todavía escuece la siesta que no nos echamos para ver como nos echaban… A Florentino, a Lopetegui, a Rubiales y a los miembros de la selección, deben de pitarles todavía los oídos, De Gea andará parando reproches por la escuadra.

Pero la vida futbolera sigue y ahora los aficionados desamparados tenemos que elegir con quién vamos. Reconozcámoslo, la competición no tiene emoción si no te identificas con alguno de los contendientes y unes tu destino al suyo, necesitas a alguien que consiga el triunfo por ti, para poder cantar: “¡hemos ganado!”, aunque tú no hayas tocado el balón.

El 15 de julio se juega la final y la copa del mundo, en este momento, podrían levantarla franceses, belgas, suecos, ingleses, rusos o croatas. Esta mañana le he dado un par de vueltas, tampoco más, a las posibles razones que me empujarían a alquilar mi corazón, durante 90 minutos, a alguno de estos equipos y ¿saben?, he decidido que paso, que yo voy con otros.

El equipo con el que voy está compuesto por doce jugadores y su entrenador. No están concentrados, sino atrapados en una cueva de Tailandia. Desde fuera, millones de corazones animamos para que lo consigan.

Rescatados los doce niños y su monitor atrapados en una cueva en Tailandia

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La empatía provoca que cada vez que pensamos en su historia nos sintamos dentro de esa cueva, con ellos, con su miedo, con su angustia y con su esperanza. O fuera, en la cabaña del parque natural de Tham Luang, con esas madres y esos padres, con ellos, con su miedo, con su angustia y con su esperanza.

Si los trece salen, si esos doce niños consiguen abandonar la cueva y continuar su camino en la superficie, dejando que se evaporen las aguas oscuras como un mal recuerdo, podremos gritar a todo pulmón: “¡hemos ganado!”, y darle al claxon sin complejos, felices, aliviados y emocionados, y bañarnos en las fuentes, aunque no hayamos tocado el balón. Ojalá podamos montar una buena escandalera.

DEDICATORIA DE LA AUTORA: Para ellos, para sus madres y sus padres, para el entrenador, para las personas que participan en esa misión posible, los mejores deseos en forma de canción.

Hay doce niños y un entrenador atrapados en una cueva. Llevan allí catorce días. Tras la alegría por haberlos hallado con vida, algo que parecía del todo improbable, ha surgido la gran pregunta: ¿cómo van a sacarlos de allí?

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