Acabo de pintar mi casa. Bueno, en realidad lo ha hecho un profesional, yo no pintaba nada, solo despejé el terreno.
Vaciando unas estanterías llenas de libros, encontré la tarjeta de un programa en el que trabajé una vez, con una dedicatoria en el reverso:
Y como no lograba recordar el momento en que alguien escribió aquellas palabras para mí, ni conseguía descifrar el nombre que se escondía en aquel autógrafo, probé a jugar con esa gente maja y molona que entra en Twitter con intención de socializar y hasta de ayudar…¡Sí, sí, hay usuarios que utilizan las redes para eso! Parece extraordinario porque siempre hablamos de esos otros que entran a esparcir la amargura que les sobra.
No tenía mucha fe, lo reconozco, no creía que alguien pudiera desvelar un misterio al que en casa llevábamos un ratillo dándole vueltas, pero me lancé. Total, por intentarlo, no perdía nada. Así que tiré de uno de los lugares comunes de esa red social para pedir ayuda: “Twitter haz tu magia”, y esperé.
Lo que sucedió a continuación te sorprenderá… o no. Después de propuestas variadas de posibles propietarios de la firma: desde Juan Carlos I a Jean Reno, pasando por Julio Verne, la cantante Melody o Juan Perro (este último fue el nombre más repetido) un usuario dio con la respuesta, el firmante era el mismísimo ¡José Luis Perales!
La explicación no era mágica sino tecnológica, el usuario lo había encontrado con la aplicación Google lens que usa el análisis visual para obtener información, pero yo me ilusioné con un punto infantil, me sentía cual personaje de Enid Blyton que hubiera encontrado el tesoro de la isla junto a sus amigos.
Aunque lo que de verdad me emocionó fue constatar, una vez más, que siempre hay gente dispuesta a jugar con otros, a echar una mano, a hacer unas risas, a compartir un rato, sin más.
Lo que de verdad me emocionó, fue constatar, una vez más, que siempre hay gente dispuesta a jugar con otros, a echar una mano, a hacer unas risas, a compartir un rato, sin más.
Entre tanto buen rollo, como un cardo entre amapolas, saltó un usuario que decidió entrar a esparcir un poco de mala baba. Me “acusó” de saber, desde el inicio, que era Perales -ojo, atención a la teoría-, y de mantener la búsqueda, una vez me lo habían desvelado, porque yo quería seguir ahí -ojo a la teoría-.
Leí aquel mensaje entre la sorpresa y la hilaridad y pensé: “¡Pero vamos a ver! ¿Cómo alguien puede perder el tiempo en elaborar una teoría tan maliciosa a partir de un juego de complicidades entre desconocidos, un juego sin importancia ni trascendencia alguna? ¿Y qué objetivo oscuro pensaba que podía perseguir yo con esa pregunta? (Léase esto último con la voz de Gloria Serra en Equipo de investigación)”.
Podía haber hecho eso que llaman zasca y mostrarle el tuit en el que, un buen rato antes de su reproche, yo había informado entre risas a todos mis seguidores del feliz hallazgo y había felicitado al descubridor de la fantasía, pero no lo hice. Es que, en realidad, me dio un poco de pena ese desconocido.
Sí, sentí tristeza, porque su reacción se parecía a la de esas personas que, en un momento de alegría colectiva, se sienten desplazados y, en vez de unirse a participar del buen rato, tratan de reventarlo con un mal gesto.
Pero también podía responder a la de ese otro tipo de personas que practican la cultura del “piensa mal y acertarás”, porque en su cabeza no cabe que alguien haga algo sin perseguir nada concreto, que alguien se comunique con otros por el gusto de comunicarse, que alguien sea capaz de “jugar por jugar”, como dice Sabina. Y eso también me dio pena.
Pensé que si alguien puede actuar de ese modo con algo tan intrascendente como aquello, cómo no va a suceder lo que sucede con otras cuestiones más graves de la vida. Y eso me dio pena… pero también miedo, porque define con claridad este tiempo de bulos, linchamientos y juicios paralelos que vivimos peligrosamente.
Tengo mi tarjeta guardada en un libro, aunque a mí lo que me emociona de Perales son sus letras: “Con una sonrisa puedo comprar todas esas cosas que no se venden”.
Acabo de pintar mi casa. Bueno, en realidad lo ha hecho un profesional, yo no pintaba nada, solo despejé el terreno.