La serie de ciencia ficción Stranger Things me ha robado el corazón. Bueno, a mí y a millones de espectadores, entre los que se encuentran mis sobrinas y mis sobrinos. Y esta es una gran noticia para mí como tía, “tía” en el sentido familiar del término, no en ese otro que empecé a usar a los quince años, para dirigirme a mis amigas y que tanto molestaba a mi padre. "¿Por qué decís tía cada dos palabras?" No podía entenderlo.
Sí, es una feliz noticia que a mis “peques”, que, objetivamente, ya no lo son, les guste tanto algo que a mí también me enloquece, porque en esa ficción, en ese pueblo llamado Hawkins, plagado de referentes ochenteros, siempre nos acabamos encontrando. Y, a veces, resulta tan complicado coincidir en el mundo real…
Una de las cuestiones que más me gusta de la serie, y son muchas, es la relación entre niños y adultos. Aunque el protagonismo recae sobre los primeros, están todos juntos en la misma aventura y se toman en serio los unos a los otros. Y eso, en la vida, no siempre es así.
En la relación intergeneracional, suele suceder que los que ya estaban piensan que los que vienen no saben nada y los que llegan creen que ya se lo saben todo. Estos prejuicios de ida y vuelta provocan una absurda resistencia a aprender los unos de los otros. O sea, un derroche. Porque el enriquecimiento mutuo es una de las grandes ventajas de coincidir, en un tramo de la vida, con quienes nacieron antes o después que nosotros.
En la serie 'Stranger Things' hay dos mundos y en el mundo en que vivimos también. Y, a veces, es muy complicado cruzar de uno a otro.
Pero ese choque se produce hoy como ayer y me temo que siempre será igual. Cuando éramos adolescentes creíamos que los mayores no nos entendían, en parte teníamos razón, y ahora son ellos quienes piensan eso mismo de nosotros y, del todo, no se equivocan. Se repite el mismo reproche bidireccional que entonces: “Tú qué vas a saber”, y la misma sensación, que el otro no te escucha, aunque te oiga.
En la serie Stranger Things hay dos mundos y en el mundo en que vivimos también. Y, a veces, es muy complicado cruzar de uno a otro. Así que buscar espacios comunes para entendernos y encontrarnos es imprescindible, a veces es una serie, o una canción o una afición lo que se transforma en un cable lleno de luces que nos conecta con los demás porque, aunque creamos que vivimos en mundos diferentes, realmente estamos pisando el mismo…
Quienes conozcan la serie habrán entendido la metáfora y quienes no la hayan visto, también. Los seres humanos, siempre nos comunicamos mejor a través de lo luminoso.
Mis sobrinas y mis sobrinos no suelen leer lo que escribo, pero la columna de hoy se la voy a enviar, seguro que abren el enlace cuando vean en el título: Stranger Things. Ojalá lean hasta el final para que sepan que, además de quererlos, siempre aprendo de ellos y me da vida que compartamos afición e ilusión. Pero, si no lo hacen, si cierran el artículo antes de llegar hasta aquí, porque les ha entrado una notificación en el móvil “en plan, súper importante, tío”. No pasa nada, nos encontraremos en Hawkins.
La serie de ciencia ficción Stranger Things me ha robado el corazón. Bueno, a mí y a millones de espectadores, entre los que se encuentran mis sobrinas y mis sobrinos. Y esta es una gran noticia para mí como tía, “tía” en el sentido familiar del término, no en ese otro que empecé a usar a los quince años, para dirigirme a mis amigas y que tanto molestaba a mi padre. "¿Por qué decís tía cada dos palabras?" No podía entenderlo.