Tengo una amiga del barrio con la que suelo repasar los asuntos de la vida. Si tuviera que recordarla por una frase, la primera que me vendría a la cabeza sería: “Bah, no tiene importancia, son problemas del primer mundo”.
Esta frase, dicha por alguien que toma el sol en la cubierta de un yate con más metros de eslora que un pasillo de hipermercado, tendría el tono superficial de quien resta
gravedad a las dificultades colectivas porque no tiene ninguna. Pero mi amiga curra en un trabajo precario, vive con lo justo y usa ese mantra tranquilizador en su debido
contexto: lo de restar importancia a los problemas que consideramos graves porque siempre hay otros que están mucho peor, esos que ganan por goleada en dificultades para sobrellevar la vida.
Vivimos tiempos oscuros, encender la luz cuesta un huevo y, en medio de las tinieblas, ha aparecido una Estrella. Se llama así y esta es su historia: tiene cuarenta años, está en paro y su pareja también. Es madre de un niño de 4 años, discapacitado. El otro día, paseaba por un parque con el peque en el carrito, se encontró un sobre con 500 euros y se lo entregó a la policía. Parece un cuento de Navidad pero no, es una noticia de esta semana, como lo de Tamara…
La historia de Estrella se ha hecho viral gracias a la cara bonita de las redes sociales. A partir de un mensaje de Emergencias Sevilla, supimos quién había perdido aquel sobre y gracias a quién lo había recuperado.
Pensar que hay otros que están peor que tú no es fácil. No es esa una virtud que nos adorne a todos. En realidad, ese rasgo de humanidad está solo al alcance de las personas cuyo patrimonio es un corazón que no cabe un yate
En una novela negra, un sobre con billetes en un parque tendría un tufillo de delito bien chulo para la trama. En la realidad, esos 500 euros son la pensión mensual de una anciana de 84 años, los había perdido nada más retirarlos del banco…
Si Estrella se hubiera quedado con ese dinero, lo más seguro es que ninguno de nosotros supiera ahora nada de este asunto. Probablemente, entre las cuatro paredes de la casa de una anciana ahora habitaría un disgusto y entre las cuatro de una familia necesitada de pasta, un alegrón.
Pero en la cabeza de Estrella nunca existió esa posibilidad, quedarse con algo que no era suyo no entraba en sus planes. Así que lo entregó sin saber a quién pertenecía y lo hizo sin imaginar que su gesto iba a ser noticia la misma semana en la que tanto se ha hablado de grandes fortunas…
Cuentan que andan los grandes millonarios agobiados por el temporal, ese impuesto que ha anunciado el Gobierno para un par de años. Y lo entiendo, oye, a mí me angustia muchísimo cuando tengo un evento a la vista y me planto delante de mi armario atestado de ropa y exclamo con amargura: ¡No tengo nada que ponerme!
Es que pensar en la posibilidad de que otros estén peor que tú no es fácil. No es esa una virtud que nos adorne a todos. En realidad, ese rasgo de humanidad está solo al alcance de las personas cuyo patrimonio es un corazón que no cabe en un yate. Las verdaderas grandes fortunas las poseen personas como Estrella.
Tengo una amiga del barrio con la que suelo repasar los asuntos de la vida. Si tuviera que recordarla por una frase, la primera que me vendría a la cabeza sería: “Bah, no tiene importancia, son problemas del primer mundo”.