Cuando mi padre me contó que nuestra vecina de arriba había decidido aprender a tocar el piano, mi primer impulso fue pensar que era una broma. Y cuando añadió que aquella mujer iba a practicar en su casa, con su propio instrumento, estuve segura: papá se estaba burlando de mí.
Tan imposible resultaba que Amalia lograra aprender, como que un piano presidiera algún día su salón, porque mi vecina era una linda abuelita de casi ochenta años y su casa un tercer piso sin ascensor.
Cuando esta semana escuché que Ashleigh Barty, número uno del tenis, abandonaba su carrera con tan solo 25 años, mi primer impulso fue pensar que aquella era una noticia triste. Y cuando supe que había confesado que ya no tenía la fuerza física, ni las ganas emocionales para seguir midiéndose al más alto nivel, traté de no sucumbir a la tentación de “estar segura” de lo triste de aquella decisión. Ya me había equivocado en alguna ocasión al hacer ese tipo de juicios…Pensé que tal vez únicamente el tenis había perdido con la marcha de Ashleig y que tal vez ella había tomado la decisión más sabia de su vida…
Solemos cronometrar nuestra existencia y las ilusiones como si siguiéramos al pie de la letra y de forma literal, las palabras del Libro del Eclesiastés:
"Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para
todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para
nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar…"
Y no. Porque, aunque existen certezas biológicas indiscutibles que marcan lo que podemos o no podemos hacer cuando nos pasamos del tiempo de partido, la maternidad, por ejemplo, no todos los pasos que damos en la vida han de ceñirse a un calendario, a una “preconfiguración”.
Hay tareas que a veces no emprendemos, porque creemos que ya no toca –o porque alguien determinado o la sociedad entera nos hace sentir que es así–. Y hay caminos que a veces no abandonamos, aunque no nos sintamos felices, porque creemos que es demasiado pronto para hacerlo –o porque alguien determinado o la sociedad entera nos hace sentir que es así–.
Mi maravillosa vecina me enseñó que es así de difícil si quieres ser pianista, pero no tanto si lo único que deseas es tocar…
De todo lo que he leído sobre la decisión de Ash Barty lo que más me ha calado es lo que dice desear: “una vida de persona”. Parece fácil, ¿eh? Pues… yo diría que tener “una vida de persona” es otra manera de desafiarse en la élite, a veces lograrlo es un triunfo. Suerte que Ashleigh tiene experiencia en luchar, ojalá logre su ambicioso deseo.
Siempre pensé que tocar el piano era algo casi sobrenatural, una experiencia al alcance de unos pocos elegidos. Eso que solo puedes aprender si empiezas desde muy niño, que requiere sacrificio, entrega, tantas horas de tu vida… Pero mi maravillosa vecina me enseñó que es así de difícil si quieres ser pianista, pero no tanto si lo único que deseas es tocar…
Para Amalia, tocar el piano era eso, sentirse bien. Y para nosotros, escuchar sus avances, desde el piso de abajo, alegría por contagio. Sí, aquel piano logró subir a un tercer piso sin ascensor y aquella abuelita hizo lo que quería, tocar, que ya había hecho durante muchos años, lo que tocaba.
Cuando mi padre me contó que nuestra vecina de arriba había decidido aprender a tocar el piano, mi primer impulso fue pensar que era una broma. Y cuando añadió que aquella mujer iba a practicar en su casa, con su propio instrumento, estuve segura: papá se estaba burlando de mí.