Dios los cría

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El Gran Wyoming

Si dios no lo remedia, cosa poco probable porque casi todo lo hacen en su nombre, viviremos la conjura de los fachas a nivel global.

Tal y como me comentó en una ocasión Josep Fontana con respecto a 1984, Orwell no se había equivocado en sus predicciones, salvo en la fecha: se adelantó treinta años. El control total del individuo por parte del sistema y la unión de las grandes potencias para crear una alianza de control y represión, a diferencia de esos dos grandes bloques opuestos que se imponían restricciones mutuamente, parece una realidad. A fin de cuentas persiguen un fin común, sus intereses son los mismos.

Trump al frente de la Presidencia de los EEUU, Putin presidente de la Federación Rusa y ahora, Antonio Tajani, hombre de Berlusconi, presidente del Parlamento Europeo, configuran un triunvirato letal para los amantes de la libertad, la fraternidad, la justicia internacional y demás chorradas prescindibles en esta sociedad de “libre mercado”. El Sistema impone ahora la ley de la jungla como la única legítima para los ciudadanos supervivientes al rodillo de la desaparición de los derechos fundamentales que conduce, como estamos viendo, a la esclavitud.

La privatización del Estado a través de esa argucia legal que llaman lobbies y que legitima el soborno como medida de presión a los legisladores y a los sistemas de control y arbitraje, termina de configurar el patetismo de una realidad en la que todo lo que diga el amo vale.

El pago a los servicios prestados durante la acción de Gobierno a presidentes, ministros y diputados por parte de grandes corporaciones que, como las eléctricas, se conforman en oligopolios de los que es imposible escapar, se convierte en el nuevo laurel que se coloca en la cabeza de los gerifaltes victoriosos. Uno abandona la actividad política y se convierte gracias a un ingenio mágico, conocido como “puerta giratoria”, en un monstruo de la asesoría recibiendo unos ingresos espectaculares sin que, como en el caso que hablamos, se distinga el voltio del vatio. Como en los reality shows de la televisión donde el concursante se sitúa en una plataforma, desapareciendo tras una cortina de humo para volver a aparecer transformado, convertido en otro, irreconocible, así les ocurre a nuestros electos representantes encargados de velar por el bien común en ese proceso donde, por un extraño efecto de la fuerza centrífuga, al girar a gran velocidad dentro de ese artilugio giratorio que divide dos espacios, nuestros próceres se impregnan de conocimientos superlativos que les capacitan para estar al frente de empresas que sangran al individuo sin control.

Comprada la voluntad de los cargos electos queda el ciudadano convertido en mero ente tributario. La anulación del control al que se debían nuestras instituciones se consigue distribuyendo grandes emolumentos en las cuentas corrientes de esos lumbreras electos, cuya función pasa a ser la de amortiguar la amenaza que un sistema democrático pudiera tener sobre sus intereses depredadores.

La pregunta que un paisano formuló a Zapatero en torno a cuánto creía que costaba un café y que copó en su día todas las portadas de los diarios, ahora habría que formularla en términos de: ¿Cuánto cobra usted por un café? Ya hubieran querido muchas chicas empleadas en lo que se llamaba “barras americanas” haber tenido semejantes cachés y poder cobrar cantidades parecidas por atender a los clientes, pero ignoraban estas señoras del mundo del alterne que el gran negocio no estaba en la venta del propio cuerpo sino del ajeno, el de sus semejantes, poder de transacción que se adquiere gracias al voto que estos le otorgan creyendo que están eligiendo al representante de sus intereses para cuestiones legislativas, ignorando que los elegidos se atribuyen el papel de “representante” en el sentido artístico, es decir, lo que se conoce como mánager, y ahora sí, desde esa configuración, entendemos mejor de donde viene ese desparpajo, esa arrogancia con la que los cargos elegidos por el pueblo venden a sus conciudadanos como si fueran ganado.

Los grupos de extrema derecha europeos, encabezados por Marine Le Pen, se reúnen en la ciudad alemana de Coblenza para festejar el triunfo de Trump y proclamar: “Si llegamos al poder en cada uno de los países de la Unión (Europea), podremos organizar de forma concertada un abandono del antiguo mundo". Con antiguo mundo se refieren a aquel que intentó expandir la triada que abanderaban los actores de la Revolución Francesa: Igualdad, legalidad, fraternidad.

En España, para aportar nuestro granito de arena a los tiempos que vienen, y no quedarnos atrás en este empeño de la modernidad por destruir el mundo antiguo y dar paso al arcaico, se condena y se piden años de cárcel a ciudadanos por delitos de opinión, por hacer comentarios en las redes sociales. Otros se quejan de que también hay comentarios improcedentes por parte del bando de la extrema derecha, pero sus señorías no parecen tan sensibles ante esa tropa. Cientos de sindicalistas están a la espera de juicios para los que se piden penas de prisión por su participación en jornadas de huelga, y otros tantos ciudadanos están también pendientes de juicio acusados por miembros de las fuerzas del orden de ser responsables de agresiones y altercados de todo tipo cuando en muchos casos, como demuestra el vídeo de los estudiantes de Cantabria para los que también se piden años de prisión, su único delito es haber recibido golpes por parte de los acusadores. Es lo que tiene colocar al frente de las altas instancias de la judicatura y su ministerio a personal afín a la causa política, que no de la justicia. Así paga este sistema el comportamiento ejemplar, cívico y pacífico de la ciudadanía ante la multitud de atropellos y latrocinio colectivo operado desde las instituciones que constituyen una verdadera provocación.

Como no podía ser de otra manera, en el discurso de esta modernidad que propone la extrema derecha “que quiere acabar con el viejo mundo” de los derechos y las libertades, se resucita el fenómeno del terrorismo de ETA y su enaltecimiento. Parece que algunos políticos y miembros de la judicatura no pueden vivir sin él y lo usan de punto de apoyo de su palanca represiva, mientras las víctimas de la Guerra Civil todavía, ochenta años después, siguen reclamando lo elemental sin que nadie escuche, y casi mejor, porque cuando lo hacen, como el ministro Fernández Díaz ante la solicitud de exhumación de los restos Mola y Sanjurjo en aplicación de la ley de Memoria Histórica, es para soltar desde el cargo institucional que representa que eso es “pretender ganar la Guerra Civil 40 años después”. En primer lugar hay que felicitarle por esa victoria, ya que toma partido por el bando que abolió la democracia, pero es que muchos, en su ingenuidad, se creyeron lo de la Constitución, la Transición, el estado de Derecho y esas cosas, y pensaban que la batalla contra los fusilamientos masivos y la dictadura se había ganado ya con la muerte de Franco y la llegada del estado de Derecho. Ignoraban que lo que seguía vigente era la victoria de 1939.

Este nuevo orden se le ha jurado a los refugiados que vienen de la guerra de Siria, a los que han cogido como cabeza de turco y señalan como amenaza terrorista y bomba de relojería que puede acabar con la economía y el puesto de trabajo de los ciudadanos de los países ricos, mientras los niños hacinados en los campos de concentración mueren de frío. La batalla de la deshumanización la están ganando. Esa situación no se consentiría si fueran animales los que se encuentran en esas condiciones.

Será difícil contar a los nietos la indiferencia de la población civil ante la pesadilla que están viviendo estos seres humanos. Los espectadores que se indignan ante el criminal atropello que supuso el holocausto judío que se perpetró durante en la Segunda Guerra Mundial, y se emocionan con las películas que recuerdan aquel episodio, apoyan a los artífices de la atrocidad actual. Aquellos miraban hacia un lado cuando los judíos eran represaliados por las calles. Nosotros hacemos lo mismo. Todos y cada uno de los actores que hacen posible esta degradación del ser humano carente de la más elemental misericordia, crecen en popularidad a medida que incrementan sus medidas de rechazo y enfatizan su discurso racista, difamador y despiadado.

Llega el imperio de mal. Se impone la resistencia y la lucha por el cambio real, cueste lo que cueste.

Miramos a Trump que está en la otra orilla.

Aquí los tenemos desde siempre. Los investimos una y otra vez. Se llaman Aznar, Aguirre, Rajoy, Cospedal, Morenés, Díaz… y sus eternos palmeros que cobran de los bancos, de la Iglesia y de su partido con lo que recaudan en negro.

A ellos se suman, viendo lo que viene, ministros y diputados socialistas con el gran presidente González a la cabeza para encumbrarse a las terrazas de esos gigantescos rascacielos que configuran nuestro skyline, desde donde nos convierten en hormiguitas indiferenciadas.

Han decidido abstenerse por “la gobernabilidad” que oprime al género humano.

Nos queda la palabra.

Si dios no lo remedia, cosa poco probable porque casi todo lo hacen en su nombre, viviremos la conjura de los fachas a nivel global.

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