El payaso inofensivo

220

El Gran Wyoming

¡Qué rabia!, ahora que se podría hablar de las cosas con tranquilidad amparados por estas leyes constitucionales que nos amparan, resulta que no hay nada de qué hablar.

A los neutrales apolíticos, demócratas de centro, les ha dado por pasar la bayeta a la historia reciente para dejar constancia de que aquí nunca ha habido buenos ni malos, y que si hay muertos en la cunetas será porque les han atropellado yendo borrachos y que no hay dinero para sacar esos restos de la red del MOPU de la que forman una parte consustancial, como el toro de Osborne. No hay dinero para eso porque los señores del PP lo dedican a atender a los pobres y a los dependientes. Como todos sabemos y se encargan de repetir a diario los diferentes portavoces del Gobierno, el milagro español ha consistido en recortar miles de millones sin detraer un solo céntimo del gasto social. ¡Ole con ole y olé!. Se lo he escuchado esta mañana a Margallo en la radio, promocionando su libro que supongo que complicará la vida de los libreros a la hora de colocarlo. No sabrán si ubicarlo en el apartado de la ficción o en el de “no ficción” que es para el que fue destinado. Todo depende si se tiene en cuenta, o no, el contenido. A lo mejor, incluso, habría que meterlo en la sección de ciencia-ficción, como las declaraciones de la lideresa neoliberal que, digo yo, ya tiene título para su autobiografía: “Yo destapé la Gürtel”, y por la que todos los editores deben estar peleándose habida cuenta de lo que venden los libros de risa en estos tiempos tan aciagos para la gente decente.

La costumbre de pasarle la bayeta a la historia para dejarla reluciente y a ser posible blindada, como esos aforamientos que el Gobierno procura a los delincuentes de los que reniega de cara a la galería, lo abarca todo. No sólo protegen a los fascistas del pasado a los que sitúan en otro lugar, neutral, como ellos, sino que también le lavan el culito a los contemporáneos de la cuerda liberal, xenófoba y machista, con actitudes y declaraciones impresentables que como una lluvia fina van cogiendo espacio en lo cotidiano, convirtiendo en comidilla habitual lo que antes era anatema, como es el caso de la mercantilización de la mujer cual carne de casquería que vemos a diario en esos programas de televisión en los que un chulo semianalfabeto rechaza a una concursante porque no le pone que tenga una pierna algo torcida, y que ya no escandalizan a nadie.

También hemos dado por hecho que el insulto, el desprecio y la difamación desde micrófonos matutinos es parte de nuestra libertad para expresarnos, siempre, por supuesto, que esos insultos vayan dirigidos a los mismos, a los antisistema populistas que nos han traído, como todos sabemos, a Trump.

Nada más salir elegido Trump, el mismo que decía que se guardaba el derecho a reconocer la legalidad de los resultados electorales hasta saber si le eran favorables, en España, como no podía ser de otra manera, en esa nobleza obligada entre los señoritos del siglo XXI, ya le empezaron a atenuar sus maneras y a restar importancia a sus declaraciones en un intento, también muy nuestro, de beatificarle por la vía de la prescripción de los hechos.

Del mismo modo que a Franco le niegan su golpe de Estado, del que estaba tan orgulloso que lo llamaba la Santa Cruzada, con la bendición de la Iglesia, y que incluso festejábamos por decreto los españoles con un día de fiesta y una paga extra el 18 de julio, a Trump, por ese mismo sistema de limpieza en seco, le quieren hacer bueno contra su voluntad.

A Franco, los suyos, precisamente, le borran su mayor proeza, que llenó nuestra geografía de ríos de sangre, diciendo que no existió tal cosa y que “El Caudillo” se limitó a defender la legalidad vigente contra la barbarie de una revolución que se había iniciado en Asturias en 1934, dos años antes, ocultando que hubo unas elecciones que se llevaron a cabo en febrero de 1936, en las que perdió la derecha, si no de qué.

De Trump dicen que las cosas que suelta por esa boquita tan suelta que tiene, son normales en las campañas electorales y que, en realidad, no piensa así, que son bravuconadas irrealizables y que ni los suyos ni los mercados le van a dejar ponerlas en práctica. Él, mientras, sigue haciendo declaraciones en la misma línea. Este fin de semana preguntado sobre la cuestión de sus salidas de tono su respuesta fue contundente: “Gané”. Es decir, el fin justifica los medios y, además, no dice que esas cosas las suelte como estrategia sino que las piensa, como cuando afirmó de su compañera de partido y también rival Carly Fiorina que se postuló por los republicanos a la presidencia de la nación: “mira su cara, ¿quién votaría a eso?. ¿Alguien querría a eso de presidente?. Seamos serios”. Se ve que el pavo compra los espejos en la misma tienda que la madrastra de Blancanieves. Y yo me pregunto: ¿Se puede dejar el mundo en manos de alguien que ni siquiera se entera de que su peluquero le está estafando?

Vayamos por partes. Si Trump resulta que es una persona normal, de la que Aznar espera, según reza en su comunicado de felicitación, que “inicie una etapa de esperanza para la libertad, la democracia, y la prosperidad en los EEUU”, pues entonces no hay nada que temer, a qué viene eso de que sus propósitos son irrealizables. Si carece de intenciones chungas, ese dique de contención que todos atisban en el quehacer de la política americana y que, desde mi experiencia, se traduce en que van por el mundo de sobrados sin que nadie les pare los pies y menos ahora que la URSS no existe, ese freno que dicen que le van a poner los suyos es innecesario. Claro que, si sumamos los dos factores, o sea, que es un buen chico al que le pierden los calentones, también los de la entrepierna, y que, además, está atado en corto por los suyos, como los perros de pelea en una finca con niños, entonces no hay nada que temer. Es decir, es populista de los buenos, de los nuestros. Dentro de poco dejará de ser populista y ese termino se aplicará en exclusiva a Maduro y sus cachorros españoles, para no confundir a los ciudadanos.

Mientras, ya está dando muestras de que eso que dicen los recién elegidos la noche en la que salen a festejar los resultados, cuando prometen diálogo y consenso, es una puesta en escena de mero protocolo. Ha metido en su gabinete al líder ideológico del Tea Party, a Steve Bannon, un agitador mediático al que sus propios compañeros de trabajo definían como el “Leni Riefenstahl del movimiento Tea Party”, la cineasta que dirigía los documentales de propaganda de Hitler.

Para la cosa del medio ambiente, ficha a Miron Ebell cuyo rostro decoraba las calles de Paris durante la última Cumbre del Clima con el rótulo de “Se Busca”, carteles con los que se hacía fotos muerto de risa, muy ufano. Este señor era el objetivo a batir por los ecologistas. Negacionista del “Cambio Climático” y empleado de la industria del petróleo ahora es el encargado de controlar el cumplimiento de los compromisos adquiridos en esa cumbre de Paris. Mal rollo para el planeta. Buen rollo para sus ingresos. Están jodiendo nuestro mundo. No es suyo.

En fin, ya saben. Al final el señor Trump, que dice de sí mismo: “Soy quien soy. Soy yo. No quiero cambiar”, tiene en España a los saca lustres de turno que interpretan sus palabras como bromillas sin importancia y no porque les cueste creerle, sino porque les gusta, y pretenden que comulguemos con esa gentuza dentro del sistema democrático al que han convertido en una mera convocatoria electoral al margen del menor sentido de la ética, de la decencia.

Mientras, los señores del PSOE afines a la gestora, partido que ha gobernado España muchos años, que dicen que no abandonan esa vocación de Gobierno, podrían moderarse en sus declaraciones y dejar de asociar a Trump con Podemos porque ese tipo de sandeces descalifican al que las profiere. No son serias. Son características de debates de televisiones marginales donde todo vale, de la retórica de aquel Movimiento Nacional en permanente vía de superación, incompatibles con militantes de la Social Democracia. En su intento reiterado de hacer sinónimos a PP y Podemos, por la vía Trump, son ellos los que acaban siendo identificados con el PP por la similitud de sus discursos. Dicen lo mismo. Esas cosas deberían cuidarlas. De hecho, son los grupos de extrema derecha de toda Europa los que han festejado la victoria de Trump, precisamente los que más odian las diferentes formaciones a imagen de la que aquí se conoce como “la formación morada”. Esas que no se han cortado en llamar a las cosas por su nombre y dicen que Trump es fascista. N son lo mismo, les odian: “Y lo sabes”.

No hace falta buscar triquiñuelas dialécticas que llevan a la estupidez. Ya tenemos quien se felicita por esa victoria y, como decía, interpretan sus gestos y sus declaraciones para bien, de forma socarrona, restándole importancia porque, simplemente, no les chirrían.

Ya saben, Franco fue un patriota que se rebeló contra los que querían abolir la Democracia en el 36 y Trump un cachondo al que no hay que hacer caso.

Insisto, si como dice Fernández Vara “le acojona un Gobierno con Podemos”, y los nacionalistas están proscritos, a los socialistas sólo les queda actuar de palmeros de los que le ríen las gracias a Trump. A otros nos acojona que el PSOE se convierta en eso. Cuestión de sensibilidades.

La balanza

Ver más

Espero que la rehabilitación de ese partido pase por la construcción de puentes con aquellos que nos pueden sacar de este estercolero en el que nos han metido sin comerlo ni beberlo y con los votos de la mayoría de los españoles en contra.

Están aquí. Esto no va de una lucha de poder en el seno del partido, sino del desprestigio que ha causado esa crisis de Ferraz en el Sistema y de la frustración que ha asolado a millones de votantes. Es eso lo que acaba con la fe en las instituciones y nos impone chusma de la catadura de Trump, no los populismos de corte bolivariano.

“Socialistas españoles: Uníos”

¡Qué rabia!, ahora que se podría hablar de las cosas con tranquilidad amparados por estas leyes constitucionales que nos amparan, resulta que no hay nada de qué hablar.

Más sobre este tema
>