La reactivación de los movimientos secesionistas, ¿nace o se hace? Esta es la cuestión de fondo, porque partidos, movimientos y ciudadanos independentistas siempre los habrá mientras exista la figura del Estado, en la que, por mucho que se empeñen, no puede ni debe haber figura jurídica ni retórica que obligue a todo el mundo a sentirse cómodo en su seno como comunidad autónoma o nación, ni siquiera como individuo. Sí, ya he leído que el artículo 8 de la Constitución dice que el Ejército garantiza la unidad territorial, pero yo estoy hablando de democracia, no de imposición por las armas.
Pues eso, me gustaría reflexionar sobre el auge o exacerbación de los movimientos independentistas que tienen en este Gobierno y en su partido el chollo de los chollos. Cuando Aznar llegó al poder, los partidos independentistas eran casi marginales; cuando lo dejó después de ocho años, gobernaban en coalición en las comunidades de Galicia y Cataluña, y en el País Vasco tenían una presencia espectacular en instituciones y municipios.
Para mí, España, como mapa, está muy conseguida, tiene de todo; como selección de fútbol, muy bien; en ganas de cachondeo, los mejores; pero como portadores de valores eternos, según nos definía José Antonio Primo de Rivera, somos una especie a abolir. Todos los valores que nos distinguen del resto tienen que ver con el latrocinio, la corrupción, y el pillaje. Es en eso, sobre todo, en lo que somos la reserva espiritual de Occidente y en lo que destacamos.
No ocupamos un lugar preferente entre las naciones cuyos prohombres han hecho avanzar la civilización y la ciencia, y los pocos que han trascendido acabaron sus días en la hoguera o en la indigencia tras pasar por el talego. Recomiendo al lector que mire el índice onomástico de cualquier enciclopedia de la ciencia de esas que hay en las grandes superficies y busque un apellido español entre los cientos y cientos que han dedicado su vida a que el mundo fuera más habitable, más seguro y menos doloroso.
No, nosotros no nos dedicamos a eso, y ahora que teníamos la posibilidad, por primera vez, de dejar trabajar a nuestros científicos, nuestros gobernantes han dado prioridad absoluta a la economía, a la suya, claro, a la propia, no a procurar nuestro bienestar, y los han echado, los han bendecido y animado en ese espíritu aventurero que les lleva a medir sus posibilidades en el extranjero. Pero nuestros próceres quieren que amemos España, sus esencias, lo que de abstracto tiene, mientras la convierten con nocturnidad y alevosía en una SL que rinda contantes dividendos a las empresas que les aguardan en los consejos de administración.
Los que leemos la prensa de vez en cuando o, como es mi caso, recibimos información por todos lados por cuestión de trabajo, estamos inmersos en una pesadilla insoportable. ¿A alguien le extraña, con la que está cayendo, el auge de los movimientos independentistas?
Es que, además de la que lían y cómo amparan en comandita la corrupción llamando al toque de unidad, silencio y solidaridad con el presunto, dándole ánimos y pagando su defensa (recordemos el caso Bárcenas, cuyo abogado corría a cuenta del partido, o a Trillo, que cobró una sustanciosa minuta por coordinar la defensa de los implicados en el caso Gürtel), o con el convicto, solicitando su indulto; además de esto, se muestran intransigentes con aquellos a los que llaman periféricos.
Los actos políticos tienen consecuencias. La impunidad a la que aspiran en el marco político y jurídico, para la cual copan las instituciones con militantes o afines, la pretenden también en el espacio social, olvidando que vivimos en la era de los ciudadanos, no de los súbditos. Ese amor patrio que brota en sus pechos no es compartido. La España Una no se perderá por la propuesta de esa consulta llamada soberanista. Se perdió hace tiempo por muchas razones.
Sentencia del Estatut
La más reciente, cuando el Tribunal Constitucional echó para atrás la reforma del Estatut de Cataluña, aprobada en su Parlamento y, más tarde, en referéndum por el pueblo catalán, tras siete recursos y cuatro recusaciones, de la que sólo prosperó la del magistrado Pérez Tremps a petición del PP, claro, dando lugar a una jauría política impresentable que cerró las puertas a un posible encaje dentro del marco legal. Ése fue el pistoletazo de salida de la carrera independentista patrocinada por el Partido Popular que, pretendiendo españolizar a todo cristo, nos divide en su afán de hacernos “uno”, a la fuerza, por decreto. Acatando las sentencias como les gusta decir.
En la Comunidad Valenciana, durante ese proceso, aspirando a obtener las mismas ventajas que Cataluña con ese nuevo estatuto, lo copiaron, elaboraron uno casi idéntico, lo aprobaron en su Parlamento con el apoyo del PSOE, y más tarde se ratificó en el Congreso de los Diputados. No hubo en este caso referéndum del pueblo valenciano, y como la propuesta era del PP que gobernaba en esa comunidad, pues no se recurrió al Constitucional: ahí está.
En su estupidez, cuando el Constitucional echó para atrás el Estatut catalán, celebraron la decisión como una gran victoria política sin entender la trascendencia de ese desprecio desde la jerarquía centralista. Los más perjudicados fueron aquellos catalanes que preferían una Cataluña dentro de España: les dejaron sin argumentos.
En fin, que ahora andan molestos por la pregunta de la consulta y por el simposio España contra Cataluña. Entran bien al trapo. De todos modos, no se ha hecho tanto ruido mediático con otro que bajo el título Cuestiones sobre la España de 1931 a 1939, también pagado con fondos públicos, en el que la Comunidad de Madrid ilustraba a los profesores de nuestros niños para que contaran la versión de los franquistas al enseñar ese periodo de nuestra historia, ya saben, esos que dicen que la guerra empezó en 1934 y que aquí nunca hubo un Golpe de Estado sino defensa de la legalidad vigente, vamos, que no se bajan del burro.
También se han salido con la suya los que han dejado en la enciclopedia de la Academia de Historia, sí, sí, pagada con fondos públicos, que parece de vital importancia cuando conviene, términos como “Glorioso Alzamiento nacional”, y se quedan tan panchos encargando la biografía de Franco al presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos. Trabajan por la unidad de España, la defensa de la democracia, de la Constitución, y también de la dictadura. Me da la impresión de que abarcan mucho.
Debería aclarar que yo no soy ni independentista ni nacionalista, pero soy un buen testigo, tengo memoria y entiendo lo que pasa. No me extraña nada. Cuando veo nubes negras creo que va a llover. Claro que todavía están los que dicen que aquí nunca se pone el sol y, ¡Ay de aquellos que se empeñen en llevarles la contraria!
La reactivación de los movimientos secesionistas, ¿nace o se hace? Esta es la cuestión de fondo, porque partidos, movimientos y ciudadanos independentistas siempre los habrá mientras exista la figura del Estado, en la que, por mucho que se empeñen, no puede ni debe haber figura jurídica ni retórica que obligue a todo el mundo a sentirse cómodo en su seno como comunidad autónoma o nación, ni siquiera como individuo. Sí, ya he leído que el artículo 8 de la Constitución dice que el Ejército garantiza la unidad territorial, pero yo estoy hablando de democracia, no de imposición por las armas.