El respeto por el votante es un argumento sagrado en las democracias modernas.
Es incluso respetable el hecho de que los electores pongan al frente de las administraciones a personas que son incapaces de cuadrar sus ingresos oficiales con los reales y lleven una vida de opulencia inexplicable. Andando el tiempo aparecen distorsiones en las cuentas públicas que merman la capacidad de las administraciones de cara a prestar el servicio para el que están destinadas porque los sobrecostes de las adjudicaciones de obras, siempre a empresas afines a la causa, arruinan a los ciudadanos.
Ahora dicen que no se puede bajar la factura de la luz porque los impuestos que generan estas subidas son imprescindibles para el normal funcionamiento del Sistema. Es que lo queremos todo.
Los responsables políticos de estos cargos electos que, en algunos de los casos, terminan siendo investigados, aunque el Gobierno, como sabemos, trata de impedirlo acotando el periodo de instrucción, ponen a su servicio su aparato de defensa, en su día encabezado por el señor Trillo, hasta que la cosa se complica y les hacen abandonar su puesto con entrega de carné incluida para demostrar que no existe relación entre el investigado y el partido desde el que ha trincado la pasta.
Se da la paradoja de que, durante mucho tiempo, en los mayores focos de corrupción la opción próxima al entramado delictivo era la que más crecía en las sucesivas elecciones. A riesgo de ser calificado de totalitario uno tenía que aplaudir el resultado de las elecciones y, de paso, respetar el deseo de los votantes aunque ese deseo fuese legitimar el latrocinio en la esperanza de poder participar en el reparto del botín. Circunstancia que se daba con mayor evidencia en las localidades costeras, donde las recalificaciones de terrenos y quebranto de la ley producían mayores beneficios a corto plazo.
El pago de estos desmanes, las comisiones y los disparatados sobrecostes de las obras públicas, provocados por esta forma de hacer política, no lo pagan los respetables ciudadanos que votan a presuntos delincuentes, sino también los que no les votan, pero el respeto al votante tiene un precio en democracia, nadie dijo que este sistema fuera barato. Y menos aún cuando está en manos de personas que no creen en él.
El respeto al votante en democracia es sagrado.
Sin embargo, esta máxima admite excepciones y este fin de semana con los congresos del Partido Popular y de Podemos se evidencia.
En el caso del partido que tiene más de ochocientos investigados, sólo en los principales casos de corrupción, todo funciona como un reloj perfecto, según nos cuentan nuestros ciudadanos informantes. La estabilidad de la que disfrutan es encomiable, el partido está fuerte y nadie duda que van a ser la opción más votada, que junto a esa falacia que han inventado según la cual el más votado es el que debe gobernar aunque no tenga mayoría, se las cuentan muy felices en una especie de asentamiento irreversible en las instituciones.
Ya ha ocurrido con el Tribunal Constitucional, donde gracias al apoyo del PSOE, el PP vuelve a tener la mayoría en ese órgano que fiscaliza las decisiones que salen del Parlamento, es decir, que está por encima de la voluntad popular. Esta composición no refleja la realidad social, ni siquiera la del voto. Al loro.
Creo que esa estabilidad en el congreso de este fin de semana viene dada por la estabilidad mediática de la que disfrutan en estos tiempos donde la línea editorial de los principales medios de comunicación es homogénea y favorable a su permanencia en el poder aunque incumplan la ley. Tal vez para eso los compraron las grandes corporaciones.
Por otro lado, el hecho de que no haya habido una sección de gente de derechas honrada que se haya plantado y exigido una renovación de la cúpula de ese partido corrompido hasta la médula implica que el acceso a las instituciones para trincar se establece como norma. No hay esperanza de un viraje hacia la honradez y el respeto a las leyes.
Uno es lo que se sabe de él. De estos dos congresos sabemos que uno es el de la gente de orden y el otro una jaula de grillos.
Esa unanimidad mediática apuesta por lo que llaman “La Gran Coalición”, un pacto de gobierno, o de simple colaboración, entre el PSOE y el PP para que gobierne este último y cuya consigna podría resumirse en aquella de los años de la guerra: “No pasarán”. ¿Quiénes? Los de Podemos.
Lo llaman “Gran Coalición”, pero también podría llamarse “Gran Estafa” si revisamos los discursos de esas formaciones antes y después de las elecciones.
La salida de toriles de los viejos popes del PSOE clamando por el derecho del PP a formar gobierno a pesar de que una inmensa mayoría votó para que eso no ocurriera, cambió el panorama político del momento. Para ello tuvieron que descabezar su propio partido y montar una gestora que debería tener funciones de administración coyunturales, pero que de hecho opera y opina como si tuviera sobre sus espaldas el mandato de sus bases. Resulta algo contradictorio, toda vez que siempre ha hecho gala de su democracia interna para diferenciarse de la otra fuerza de la coalición que elige a sus líderes a dedo.
En el congreso de Podemos han salido elegidas las propuestas de Pablo Iglesias que, por lo visto, no eran las que querían los integrantes de esa coalición, que antes de dicho congreso insistían en que eran neutrales porque aquella cuestión ni les iba ni les venía. Pues no era así y sorprende que las palabras más contundentes contra esos votantes del congreso de Podemos, que se han equivocado y por tanto no merecen respeto, han sido las del portavoz del la gestora del PSOE, que ya no mantiene su neutralidad y se expresa en términos descorazonadores para los que desean un cambio en este país y que dejemos de ser ese nicho donde las libertades se restringen, las diferencias se acentúan y la corrupción campa a sus anchas.
Para que nos vayamos preparando, Mario Jiménez, portavoz de la gestora llama, muy en la línea de Esperanza Aguirre, a lo que ha surgido de aquellas votaciones el triunfo del Pablismo-Leninismo. Pablismo-LeninismoY como consecuencia de esta radicalidad inaceptable que han decidido las bases, sin especificar a qué se refiere, “se han roto todos los puentes con el centro izquierda”. En otro momento, afirma, “se ha demostrado que con el Podemos de Pablo Iglesias era imposible llegar a ningún sitio”.
Ya saben, queridos amigos, son los radicales extremistas los que van a llevar al PSOE, si algo no lo remedia, a caer en los brazos del PP, esta vez de manera oficial.
Atrás quedan los ayuntamientos donde gobiernan juntos PSOE y Podemos con la aprobación de los ciudadanos votantes a los que se deben con el mayor de los respetos. Claro que, por encima de todo, deben estar los principios, y según todos los sondeos Podemos tiene más votantes que el PSOE, lo que supondría que ya no valdría eso que ocurrió en las últimas elecciones generales, donde cualquier posibilidad de gobierno debía ser en solitario, a pesar de que la diferencia de votos no era grande. Ahora tendría que ser el PSOE el que apoyara a Podemos y antes de eso está claro quién prefiere que gobierne. Una cosa es denunciar el robo, la injusticia, el gobierno por decreto, la toma de la cúpula del poder judicial y en consecuencia pedir un cambio en consonancia con el sistema democrático, y otra muy distinta es estar dispuesto a llevarlo adelante, a cumplir lo prometido.
No estaría de más que antes de condenar el radicalismo intransigente y “romper los puentes” con eso a lo que el centro izquierda llama Pablismo-Leninismo, especificaran qué puntos son los que no les gustan.
Si los puentes están rotos y lo principal, según se encargan de repetirnos, es la gobernabilidad, no queda otra opción que gobernar con el PP, ese partido al que una generación entera de socialistas, desde la cúpula, se encargó de condenar por corrupto, de derechas y aniquilador de la justicia social. Claro que a lo mejor lo decían en broma, aunque la Historia les haya dado la razón.
Habrá que ir acostumbrándose a la nueva teoría de los que ya se llaman de centro izquierda, según la cual esa derecha intransigente y mentirosa es la única clase política competente para gobernar el país.
Lo que resulta patético es la reiteración en afirmar, como estrategia de imposición de algo increíble, que Podemos sólo pretende que gobierne la derecha y que la situación actual es el producto de sus maniobras maquiavélicas. Hay que evitar el ridículo, el descaro ya lo tenemos asumido.
Mientras tanto los votantes de Podemos deben salir del error y entender que el respeto no es un derecho, hay que ganárselo, como en su día se lo ganaron los votantes de Bárcenas, Fabra, Cospedal, Rajoy, Aznar, Ana Botella, Granados, Trillo, Rato, Ignacio González, Fernández Díaz…
Lo tienen difícil mientras sigan votando a radicales proterroristas antisistema que marcan líneas rojas y vuelan puentes con su sola existencia.
El PP ya ha encontrado quién le haga de vocero. No se tendrá que molestar ni en eso.
Triste papel al que ha quedado relegado ese partido que en su día vendía la opción del cambio real. Debe ser que están bien como están.
El respeto por el votante es un argumento sagrado en las democracias modernas.