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Antes de la riada

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El Gran Wyoming

Este será el último artículo antes de las elecciones.

No soy objetivo ni lo pretendí nunca. Mis artículos están en la sección de opinión. Cuando alguien, lo que ocurre con frecuencia, me dice que no soy neutral, que mis opiniones están escoradas a la izquierda, siempre pienso que estoy delante de un imbécil. También sé que si se lo digo le voy a dar el detonador que esperaba para contarme su vida y, sobre todo, lo que piensa de mí.

Llevo aquí sesenta años recién cumplidos y conozco muy bien el esquema de funcionamiento de la mente facha basado en la amoralidad, en la total falta de empatía y en la creencia de que los privilegios que ostenta la clase dirigente y las desigualdades sociales no son producto de un sistema injusto, sino un designio divino que premia al pueblo elegido y le da, como en el Antiguo Testamento, poder para pisotear al de abajo, la chusma insolente que algún día creyó que los eslóganes de campaña o los artículos de esa Constitución, tan hermética e intocable como protocolaria, eran de obligado cumplimiento.

Esa mentalidad está fielmente ejemplarizada en el líder indiscutible de la nueva derecha, don José María Aznar, al que sacan de vez en cuando del cuarto de banderas para que ilumine las mentes de los seguidores de la España eterna. Después de escucharle este fin de semana en un mitin de campaña, un dirigente madrileño del PP afirmaba: “¡Es que te vas a comer con más ganas!”. Claro, escuchar a Aznar y recuperar la sensación de privilegio eterno del que disfruta la élite es todo uno. Lo malo es que se comen España, es tanto el amor que la tienen que se la zampan sin contemplaciones dejando el hueso pelado y listo para hacer un buen caldo, que es la parte que le toca al pueblo soberano.

Es inútil intentar razonar, exponer datos, revisar la hemeroteca, porque obviamos los designios de la Providencia. Para ellos, tener que dar explicaciones es un acto de condescendencia, rebajarse.

En esa intervención de este fin de semana, el gran líder de la derecha española retaba a los presentes a que exhibieran una sola ocasión en la que la candidata a la Alcaldía de Madrid por su partido, Esperanza Aguirre, hubiera insultado a alguno de sus rivales. De poco sirve argumentar que “hijo de puta” es para muchos de nosotros un insulto, improperio que dedicó Esperanza, la dueña de Pecas, tanto a un compañero de partido en la lucha que llevaban para hacerse con el control de Caja Madrid, como al concejal que se presentó en su despacho en la sede de Génova para denunciar la existencia de la trama Gürtel, trama que sin recato alguno afirma haber descubierto ella.

Yo estoy de acuerdo en que debe ser así, la descubriría antes que nadie, porque delante de sus narices se firmaron decenas de contratos por la vía del chanchullo y todos pillaban su cacho, menos ella. O no se enteraba, o la tomaban por tonta, con lo que se ahorraban su parte del botín, pero en ambos caso el diagnóstico es el mismo. Yo creo que sí se enteraba, de ahí pilló el resabio de huir de la policía cuando te echa el alto, no creo que llevara un alijo en el maletero.

El problema es que cuando comentó el latrocinio colectivo que llevaban adelante sus compañeros, la trama ya estaba en boca de todo el mundo, también en los papeles que instruía el juez Garzón, caso que le costó una inhabilitación que no es más que un aviso de navegantes por si a algún otro juez se le ocurre meter las narices donde no le llaman. Pero, sin duda, más que estos cariñosos apelativos dedicados a sus colegas, el insulto más reiterado, y que sólo puede ser producto de una amoralidad patológica, es el que dedica a la inteligencia de los ciudadanos en la mayoría de sus intervenciones públicas. En esa onda, con la que tiene en casa, no se le ocurre otra cosa que cuestionar a su rival Carmena por las actividades empresariales de su marido. Ya sabemos que cuando este tipo de argumentos se hacen contra ellos se califican de machismo porque, como en el célebre caso de Ana Mato, ninguna mujer debe ser responsable de las fechorías que cometa su marido, aunque estén en régimen de gananciales y lo que “sirle el baranda se lo pula la colega”.

Claro que, desde la óptica de la derecha tiene su sentido porque al marido, el cabeza de familia, no se le debe preguntar de dónde saca el parné, no sea que se moleste, dé un portazo, y se tire varios días sin aparecer por casa.

Todos los días vienen vírgenes al mundo, del mismo modo que van al matrimonio. Por las noches se les aparece el ángel de la guarda en sueños y les hace un delete cerebral de fechorías y malas prácticas, evitándoles así la pesada carga de la acumulación de daño infligido. Esa absolución endocrina les permite exhibirse en sus mítines como el paradigma de la honradez, salvo por alguna cosilla sin importancia, o como regeneradores, último bastión y salvaguarda de la democracia, mientras promulgan leyes represivas que aniquilan la esencia del Sistema.

Los artífices del milagro económico español que nos ha traído hasta aquí siguen intactos, incólumes, saludables, inmaculados y listos para salvar de nuevo a España de posibles aventuras extravagantes que conducirían nuestra patria por los procelosos mares del totalitarismo bolchevique. Ya dijo la condesa antisistema que si ganaban los de Podemos, estas serían las últimas elecciones que tendríamos en libertad. Para ellos la libertad consiste en la anulación del Estado, en la abolición de los controles administrativos, en la aniquilación del intervencionismo regulador de las operaciones especulativas. Para ellos la libertad es el derecho incuestionable de la élite a entrar a saco en el patrimonio público para convertirlo en activos de las empresas que, gustosamente, se prestan a mejorar la economía, a colaborar con la Administración para poner a su nombre lo que antes era de todos.

Para ellos la libertad es el derecho a seguir bailando zapateaos sobre las fosas comunes.

Un grupo de corresponsales extranjeros manifestaba el otro día su sorpresa por que en España no hubieran surgido, como en otros países de la UE, partidos xenófobos, de extrema derecha. Aquí es difícil que cuajen esas formaciones porque no tienen espacio. Ese espectro está perfectamente cubierto por los que ya nos gobiernan, lo saben ellos y los que les votan. En la España de las montañas nevadas, nunca dejó de amanecer. De ahí el fracaso de Vox.

Una puntualización casi innecesaria: creo que se usa el término xenofobia, odio al extranjero, interesadamente, para no interferir con las conductas a las que obliga la religión que dicen practicar, porque no tienen nada contra los extranjeros rubios, de buen ver y con cuentas corrientes saneadas. Es contra los pobres contra los que va la cosa. Tenemos que hablar de “aporofobia”. Es a los pobres a los que no dejan atravesar las fronteras. Son los pobres los que remueven su sistema nervioso involuntario provocándoles la náusea.

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Bien, ya he dicho que muy neutral, muy neutral, no soy. Yo tengo otros reflejos condicionados y, a mí, la náusea me la provocan ellos, qué le vamos a hacer si yo nací en el Mediterráneo. Bueno, en la Meseta, pero me eduqué en la fobia a la injusticia y a la crueldad con el indefenso. En la rabia contra los señoritos que se ríen “del tonto del pueblo”, del servicio, del empleado. También con la edad ha ido creciendo mi desprecio a los que les amparan, les cobijan y encubren desde los medios de comunicación, y los que se engañan con argumentos estúpidos para encumbrarles con su voto. A ellos les debemos seguir pagando, a costa de nuestra salud y nuestra educación, sus devaneos delincuentes.

Haremos cola para meter nuestra papeleta en la urna que, gracias a sus incondicionales, a sus votantes, es como decir nuestra moneda en su hucha.

Bienvenidos a la Fiesta de la Democracia, que no es una fiesta, es un fiestón, es una orgía.

Este será el último artículo antes de las elecciones.

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