El impulso y la magnitud del movimiento iniciado por el 15-M y las marchas y mareas contra los recortes políticos y sociales no han sido suficientes para alumbrar un cambio del régimen de 1978 o una seria regeneración del mismo. El deseo de emprender una transición pacífica hacia una democracia más representativa, más limpia y más justa solo ha germinado en un cuarto de los españoles. No es poco, sin embargo. Coincido con lo escrito aquí mismo por Luis García Montero. La melancolía es estéril y, además, inexacta.
Sumo mis reflexiones a las de García Montero. Nunca en la historia de la actual democracia española tanta gente ha estado de acuerdo sobre una serie de ideas indudablemente de izquierdas. Enumero algunas a vuelapluma. España federal, lo que implica la libre adhesión a la misma de sus comunidades. Lucha implacable contra la corrupción. Blindaje de la sanidad y la educación públicas y del sistema de pensiones. Reforma fiscal que haga pagar más a las grandes fortunas y empresas. Fin de los desahucios. Mejora de las condiciones salariales y laborales de los trabajadores. Verdadera igualdad del valor del voto de todos y cada uno de los ciudadanos.
Entretanto, todo indica que va a gobernar de nuevo Rajoy tal y como deseaban las élites: con el apoyo directo o indirecto, activo o pasivo, total o parcial del PSOE. Vendrán nuevos recortes, los que sean menester para cumplir las exigencias contables de Berlín y Bruselas. El sistema de pensiones entrará en zona catastrófica. Seguirá sin abordarse racionalmente la cuestión territorial. Las reformas de calado de la Constitución y las principales leyes volverán a ser aplazadas. Los antidisturbios se emplearán nuevamente a fondo. Es difícil imaginar que todo esto aumente la simpatía por el próximo Gobierno y sus apoyos.
Ver másDesnudez anafrodisíaca
¿Qué pueden hacer las fuerzas que representan a esos millones de españoles que quieren cambios profundos? Dejarse de querellas cainitas, en primer lugar; intentar poner de relieve lo que les une en vez de lo que les separa. Me consta que es casi como pedirle peras al olmo: el espíritu sectario del Frente Popular de Judea parece consustancial a los progresistas. Prosigo, no obstante. Dejarse atrapar por las instituciones, hasta el punto de convertirse en una parte decorativa de las mismas, sería un error colosal: desalentaría a la gente indignada. Este año hemos visto demasiada complacencia entre los nuevos diputados por el hecho de que ya formen parte del circo de la Carrera de San Jerónimo. Estar ahí, haciendo oposición, no debiera ser incompatible con volver a la calle. Participar en las protestas, sí, pero también poner en marcha organizaciones y movimientos, de solidaridad concreta: comedores populares, viviendas para los sin techo, escuelas y centros sanitarios alternativos… ¿Por qué no? El socorro popular está en la mejor tradición de los movimientos progresistas.
La construcción de un discurso alternativo al del régimen del 78 que sea coherente, comprensible y atractivo no está, ni mucho menos, ultimada. Jamás habrá un cambio duradero si no se ha ganado previamente la batalla ideológica entre una mayoría de los objetivamente interesados en que se produzca tal cambio. No por muy socorrido Gramsci deja de tener razón: hay que construir una cultura alternativa y hay que hacerla fuerte entre la sociedad civil. Eso implica, entre otras cosas, un fortalecimiento de los nuevos medios de comunicación digitales que actúan desde la independencia profesional y el espíritu crítico de Albert Camus. Una segunda Transición precisa de lo que tuvo la primera: una nueva prensa.
Me han parecido prematuros los esfuerzos de Podemos para formar parte del Gobierno a la primera de cambio. Incluso me ha resultado algo patético ese tirarle los tejos a un PSOE cuya dirigencia le odiaba porque le estaba quitando la pareja. Ni las circunstancias nacionales –la correlación de fuerzas ideológica, electoral y social- ni las internacionales –recuérdese la experiencia de Syriza- son propicias en este momento para que la izquierda sin prefijos ni adjetivos participe en el Gobierno de España. Zamora no se tomó en una hora.
El impulso y la magnitud del movimiento iniciado por el 15-M y las marchas y mareas contra los recortes políticos y sociales no han sido suficientes para alumbrar un cambio del régimen de 1978 o una seria regeneración del mismo. El deseo de emprender una transición pacífica hacia una democracia más representativa, más limpia y más justa solo ha germinado en un cuarto de los españoles. No es poco, sin embargo. Coincido con lo escrito aquí mismo por Luis García Montero. La melancolía es estéril y, además, inexacta.