Cuando el periodismo es responsable de su descrédito

Antonio G. Maldonado

Uno de los mantras más repetidos y asumidos por los periodistas sobre la crisis del sector es que el fallo está en el consabido 'modelo de negocio'. La revolución digital se ha llevado por delante cabeceras, televisiones, emisoras de radio, y a todos sus trabajadores, que no han podido hacer nada ante unos cambios que superaban su capacidad de maniobra. Así las cosas, no hay más que esperar a que los gurús de las escuelas de negocio vuelvan a dar con la tecla empresarial para que la máquina ruede y el maná del empleo vuelva al gremio. Puro Gatopardo.

Sin embargo, hay periodistas que sostienen que la crisis del modelo se debe en gran parte, o se agudiza, con una crisis más profunda, que atañe al propio concepto de periodismo y a su credibilidad. ¿No falla el modelo porque hemos dejado de hacer un periodismo interesante debido a intereses de grupo, financieros o a puras inercias analógicas? Así lo piensa el arabista y periodista holandés Joris Luyendijk, de quien la editorial Península acaba de publicar su libro Hello Everybody. Imágenes de Oriente Medio, prologado por Javier Valenzuela, director de la revista tintaLibre.

El subtítulo presta a confusión, pues aunque el periodista fue corresponsal en Oriente Medio para un diario y una televisión holandeses desde 1998 a 2003, el lugar no es más que el epicentro más apropiado para revelar la dificultad general (y en muchos casos la incapacidad) de los medios para contar las realidades que necesitan más comentarios y matices. “Antes de ser corresponsal pensaba que las noticias recogían lo más importante que sucedía en el mundo”, escribe el autor. “Pero al cabo de medio año de corresponsal me percaté de que era un error. Las noticias son solo un desvío de lo cotidiano, la excepción a la regla”.

El relato de Luyendijk es demoledor con la profesión tal y como se ejerce ahora. Las inercias, a veces sin mala intención, han matado a la información, y expone algunos ejemplos hilarantes, con un estilo irónico que arranca constantes sonrisas. ¿Por qué se supone que un corresponsal en Egipto cubre mejor las elecciones iraníes desde El Cairo que otro periodista que esté en la sede central del medio, con accesos a más cables y en un país libre? Lo importante es el dataline, que exista la sensación de que el medio tiene a su 'hombre en La Habana'. O, ¿sirven de algo las entrevistas condicionadas? ¿Tiene algún valor informativo una entrevista con el líder de Hezbolá? ¿Acaso no sabemos de antemano lo que nos van a transmitir? “¿Cuál se supone que era mi papel? No debía salirme del guion noticiable establecido”, escribe Luyendijk. Y añade una reflexión que extiende a su visión del periodismo: “Si solamente te informan de las excepciones, terminas pensando que son la regla”.

Un escéptico en Oriente Medio

La segunda mitad del libro se centra en cómo todos estos problemas se exacerban en Oriente Medio. Reúne denuncias que ya han contado más periodistas, aunque Luyendijk lo hace con especial tino, y con dos avisos: “El periodismo no es posible en el mundo árabe, y por tanto no te puedes enterar de lo que ocurre allí”, y “un libro sobre Oriente Medio hay que escribirlo en la primera semana. Cuanto más tiempo pases aquí, menos vas a entenderlo”.

El autor habla de su frustración a la hora de convencer a compañeros y lectores para que capten y cambien los clichés que se aplican en el análisis internacional de las guerras occidentales en Oriente, o en el conflicto israelo-palestino, desde el vocabulario (palestinos “antisionistas” pero nunca israelíes o judíos “antipalestinos”). “No creo que esta gente se levante por la mañana formulándose la pregunta de cómo van a acabar con Occidente”, dice sobre los 'barbudos' árabes. “Más bien se despiertan con la pregunta de cómo pueden evitar que Occidente acabe con ellos”, escribe.

El periodismo sale realmente mal parado en este ensayo, cuyo leitmotiv el autor aclara. “El periodismo abarca al mundo entero, y, por tanto, también debe existir un periodismo sobre el periodismo, ya que este es una parte del mundo. Los medios controlan el poder, pero los medios son asimismo el poder. La idea de la democracia es que todos los poderes tienen una justificación, y a partir de ese pensamiento yo he gestado este libro”.

La idea subyacente en el libro es clara: el periodismo, para recuperar la credibilidad, ha de ser transparente, reconocer sus limitaciones y rendir cuentas. Quizá entonces, aparezca el modelo de negocio.

Uno de los mantras más repetidos y asumidos por los periodistas sobre la crisis del sector es que el fallo está en el consabido 'modelo de negocio'. La revolución digital se ha llevado por delante cabeceras, televisiones, emisoras de radio, y a todos sus trabajadores, que no han podido hacer nada ante unos cambios que superaban su capacidad de maniobra. Así las cosas, no hay más que esperar a que los gurús de las escuelas de negocio vuelvan a dar con la tecla empresarial para que la máquina ruede y el maná del empleo vuelva al gremio. Puro Gatopardo.

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