Hasta el próximo año, sandías

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Lucía Mbomío

Una punzada en el pecho dolorosa, como si alguien acabara de clavarme un puñal y estuviera retorciéndolo con saña. Eso es exactamente lo que siento cuando quitan el kiosco de melones y sandías de la esquina. Ni las danas en Levante ni las bajadas de temperatura ni una fecha exacta en el calendario (ahora, con el cambio climático, menos) ni, por supuesto, las hojas deviniendo marrones, teniendo en cuenta que, últimamente, agosta en mayo. Lo que marca el cambio de estación es, sin duda, ese puesto. A partir de aquí, vuelven el trabajo, las clases, las extraescolares y la dinámica inhumana y estresante de las grandes urbes y sus periferias.

Bajón.

Pero con qué alegría lo recibimos cuando lo ponen y eso que, ahora, con lo caro que está todo, comprar requiera préstamo bancario o pagar a plazos. Con todo, cuando un día te despiertas y ves que ya está ahí plantado, en alguno de los lugares de siempre, sabes que ha llegado el momento de las frutas dulces, enormes y jugosas y de los días largos. Vamos, que ha llegado el verano.

También de los parones vacacionales y del tiempo libre. Y, como es algo que se repite año tras año, somos conscientes de que, poco a poco, las ciudades se irán quedando cada día más vacías y de que los pueblos y las playas comenzarán a abarrotarse. Y quienes nos quedamos respiramos no aire fresco, porque en Madrid ciudad y aledaños, al menos, sería venirse muy arriba, pero sí es cierto que hay menos colas, atascos y ruido y que da la impresión de que tenemos más espacio.

Además del puesto de melones y hace unos años los que vendían helados, los mejores indicadores son los bancos, que se llenan de personas y conversaciones tan pronto como baja el sol. Porque son de esos en los que caben más de dos, de los que están hechos no para adornar páramos víctimas de arboricidios sino para sentarse y relacionarse, sin obstáculos incómodos. De los que llevan usándose décadas y, precisamente por eso, tuvieron la oportunidad de conocer a los heavies, a los mood, a los del djembé y el diábolo, los botellones y a las mismas vecinas que llevan hablando de lo que han dicho en las noticias, de lo que ha pasado en el barrio, del último libro que se han leído o de cómo les va la vida desde hace justo una vida. Menos aquellas que se han ido para siempre y dejan un hueco tan grande en las tablas de madera como en el corazón.

Las redes informales llegan adonde no llega el Estado y no es caridad, es barrio

Y entre los árboles que, a diferencia de ciertos centros, aquí no arrancan, y edificios que dan sombra, la infancia de familia sin recursos que no se irá ni un día de vacaciones aprovecha las semanas de asueto para tomar las calles y jugar en analógico. Todo muy old school. Antes se llamaban Ana, María o Miguel y ahora, además, andan por aquí los Hassan, las Fatou y los Michael. Gente de aquí porque es aquí donde vive. Nacieran donde nacieran, da igual Extremadura o Malabo, son del barrio, pese a que haya partidos, votantes y usuarios de las redes sociales que se empeñen en decir lo contrario.

Total, que ya han quitado el puesto. Y sabemos que es el preludio de lo que vendrá. En breve, podremos deleitarnos, mientras volvemos del trabajo y estamos en mitad de algún atasco (también los padecemos quienes vamos en autobús), de los atardeceres de cielo fucsia y morado. Eso si no han venido ya. Y tardará mucho más en hacerse de día y menos en anochecer. El frío provocará que las mujeres del banco prefieran no salir de su hogar o, como mucho, quedar en alguna casa, en el descansillo o a tomar algo caliente en el bar. Para las personas que tengan descendencia en edad escolar, tocará adquirir los libros de texto del nuevo curso y material.

Sin embargo, habrá un porcentaje nada desdeñable que no los podrá comprar. Por falta de medios económicos, sí, y en algunos casos, además, por desconocimiento del sistema de becas, por la situación administrativa de la madre y/o el padre, por no hablar bien el idioma o hasta por la vergüenza que les provoca reconocer cualquiera de las circunstancias anteriores.

Doy por hecho que en muchos vecindarios, conscientes de la situación de las familias que viven en la puerta de al lado, se activan los mecanismos de los tiempos difíciles y funciona la ayuda mutua. Las redes informales llegan adonde no llega el Estado y no es caridad, es barrio.

Por si acaso no es así, comparto la campaña “El material escolar no es un privilegio que Safia El Aaddam, conocida en redes sociales como “Hija de inmigrantes”, está llevando a cabo con el objetivo de recoger y distribuir todo lo necesario para iniciar el curso. Si estás en esa situación, ojalá esta información te resulte útil.

Una punzada en el pecho dolorosa, como si alguien acabara de clavarme un puñal y estuviera retorciéndolo con saña. Eso es exactamente lo que siento cuando quitan el kiosco de melones y sandías de la esquina. Ni las danas en Levante ni las bajadas de temperatura ni una fecha exacta en el calendario (ahora, con el cambio climático, menos) ni, por supuesto, las hojas deviniendo marrones, teniendo en cuenta que, últimamente, agosta en mayo. Lo que marca el cambio de estación es, sin duda, ese puesto. A partir de aquí, vuelven el trabajo, las clases, las extraescolares y la dinámica inhumana y estresante de las grandes urbes y sus periferias.

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