El resultado electoral del 20-D ha condensado la crisis de la democracia española, que no es solo política sino económica, social, territorial, generacional. A tenor del mismo, ahora todo gira en torno a una sola y decisiva cuestión : ¿quién va a dirigir desde el Gobierno la salida de la crisis?
Ha sido el voto de la ciudadanía –democracia directa– quien ha planteado el dilema. Ahora le toca a la democracia representativa –vía Congreso de los Diputados– darle respuesta, mediante la elección del presidente del Gobierno. Si los líderes parlamentarios de sus señorías no funcionan como deben, no quedaría otra opción que repetir elecciones. Su convocatoria no sería la última solución sino una salida de emergencia. Su eventual resultado es a día de hoy incierto; aunque pueden hacerse previsiones y son ciertos (PP y Podemos) los calculadores de sus ventajas en una re-votación.
Volvamos del hipotético mañana al hoy real, apremiante y decisivo. Al que ha de culminar la suerte de la confrontación política no decidida por el resultado electoral.
La situación creada por este era perfectamente previsible, aunque es inédita. Tras las once elecciones generales celebradas desde 1977, nada más acabado el recuento de los votos, se podía apostar sobre seguro quién sería investido presidente. En esta ocasión no.
Los resultados electorales son tan claros como siempre, porque se expresan en números, aunque el debate sobre sus causas y significado resulte inacabable, máxime cuando han sido las elecciones más importantes desde 1982. Pero su mensaje es fácil descifrarlo: para elegir presidente y dar respuesta al dilema habrá que pactar. Los números no le dan resuelta la tarea a quien pretenda su investidura.
La política representativa es más que la matemática elemental de quien pretende explicarnos que las cuentas no salen para formar ningún Gobierno. Sucede pues que la tarea es más compleja que nunca lo fue antes. Ahora al candidato que pretenda su investidura no le bastarán los votos de su partido, tendrá que conseguir una mayoría parlamentaria en un Congreso con un pluripartidismo más decisivo. Los políticos que solo dicen que la cosa es muy compleja, ¿para qué nos sirven a los ciudadanos representados por ellos ?
Nadie le ha negado al PP y a su candidato presidencial –detentadores del mayor número de votos y de diputados– el derecho a ser el primero en intentar conseguir la Presidencia. Pero para lograrla la carga de su propia herencia es demasiado pesada. Excuso narrarla, el lector de este medio se la sabe.
Tan pesada que se está mostrando incapaz no ya de lograr los apoyos necesarios sino ni siquiera capaz de hacer ofertas que a sus interlocutores les cueste rechazar .
Tras su ronda de contactos con Sánchez, Iglesias y Rivera, sabemos por boca del propio Rajoy que su propuesta y su argumento pactista se puede resumir en esto: PP, PSOE y C's tienen que colorear juntos un bonito trampantojo de la unidad de España y cantar como si fueran Junts pel Sí ( ¡en castellano claro!), banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda.
Rivera –patriótico– nos contó bla bla bla bla, y que le dijo a Rajoy que facilitaría su investidura absteniéndose... si el PSOE también se abstenía. Iglesias –tan exacto como el número que forma la sigla de su nombre y apellido –nos contó que le dijo "no" en dos minutos, mientras que con el secretario general del PSOE (al que sigue tomando como su referencia competitiva aún después de las elecciones) ¡había necesitado media hora! Claro está que Sánchez dijo que usó ese tiempo para exponerle a Rajoy la razón de su no: que sus políticas de derecha estaban fracturando la unidad de España. Y que, frente a ellas, la Comisión Ejecutiva del PSOE plantea siete líneas de eventuales pactos, que intentará fraguar si Rajoy no logra su objetivo. Para darle el no, y que Rajoy se diera por enterado, ni siquiera precisaba acudir a la Moncloa. Cumplió una obligación de cortesía con el candidato a presidente y una obligación con el electorado, haciendo público, por extenso, para qué quiere pactar el PSOE.
Así que Rajoy, para dar vida a la esperanza de su investidura, tras esa ronda, tiene que confiar no en la bondad del pacto que ofrece ("muy españoles y mucho españoles": ¿acaso es necesaria mayor concreción?) sino en la intrínseca maldad del pacto ("muy malo y muchos malos") que él mismo presupone que haría Sánchez para llegar a la Moncloa. Y así nos lo ha hecho saber a los españoles. Y si no resultara su fórmula, ya anuncia a su feligresía que volverá a ser candidato. Puede hacerlo sin que nadie le rechiste pues el PP parece una teocracia, aunque sea de un dios menor. Como no es indecente y sí educado nos desea a todos felices fiestas.
Resulta que Sánchez las agua. Porque anunció que si Rajoy no logra la investidura él lo intentará después. Esta es una posición política clara: el resultado electoral, aunque malo para el PSOE (cierto pero: ¿qué partido ha conseguido su particular objetivo partidista?) no impide una opción alternativa; que se elija como presidente a un candidato de izquierdas para formar un Gobierno que dé otro rumbo, no continuista, a la gestión de la crisis.
El PP quiere asociar esta posición a una desmedida e impropia ambición de poder; la sartén le dijo al cazo.... Pero es evidente que la segunda fuerza política en votos y en escaños puede intentarlo. ¿Difícil el logro? Sí. Tampoco lo tiene fácil la derecha. Luego entonces, ¿por qué hay que allanarle el camino a Rajoy –que cargó de indecencia la dignidad de su cargo– para ver si llega? Y ¿por qué hay que empinárselo a Sánchez –un político limpio, aunque su partido haya sido manchado por la corrupción– para ver si así ni siquiera lo emprende? Intentarlo no es solo un derecho sino un deber.
El poder económico prefiere la gran coalición
Cualquier observador, incluso distraído en medio del agobiante jolgorio navideño, ha podido constatar la enorme presión para disuadir al atrevido. Demos por descontada la de los círculos de poder económico que prefieren la colaboración, incluso en el Gobierno, del PSOE con el PP.
Fijemos la atención en notabilísimos excargos socialistas que abogan así: el PSOE está más débil que nunca por el pésimo resultado; el eventual principal amigote Podemos –es una mala compañía a los ojos expectantes de los mercados– es un conglomerado poco fiable; el PP está también débil y nos necesita; en suma, hay que descartar el propósito de Sánchez y centrarse en un acuerdo con el PP al que se le puede obligar a hacer cambios en sus políticas.
Así que proponen que –para dar respuesta a la cuestión decisiva de ¿quién va a dirigir desde el Gobierno la salida de la crisis?– el PSOE tiene que desplegar una acción política distinta a la que ha marcado el secretario general del partido y candidato a la Presidencia.
Es significativo que ningún dirigente socialista con cargo relevante se haya manifestado públicamente a favor de esa propuesta de colaboración con el PP. Pero tal no significa que no haya quienes piensen que eso es lo más acertado. Significa que saben que las bases del partido son contrarias, radicalmente contrarias. ¡Las putas bases!, tan moldeables en congresos y pre-congresos, tan tercas en lo que creen y tan peligrosas si se las deja votar. Tanto que eligieron –cuando fueron llamadas a votar directamente la elección del secretario general– a un tipo que ha salido incontrolable, sin la experiencia y sin los lazos de compadres que comparten quienes tienen el culo pelado de tanto aposentarlo largamente en toda clase de cargos orgánicos.
Sea curioso el lector, mire ahora hacia otro lado. Repare en la sagacidad y persistente coherencia de un líder clásico de la izquierda, Julio Anguita. Muy admirado por Pablo Iglesias según propia declaración. Él sabe, como otros muchos, que esa posición existe en el PSOE; y , además, se atreve a afirmar que será la triunfante; que las señorías del PSOE permitirán que el PP forme un Gobierno que goce de estabilidad parlamentaria durante cuatro años. En consecuencia, como mentor de Podemos, señala el camino a tomar: un proceso de convergencia que permita crear una verdadera alternativa para dentro de cuatro años. La gestión de la crisis que la gobierne la derecha y su aliado.
Esa posición puede que satisfaga a los que dicen "PSOE y PP la misma mierda es". Pero juzgue el lector si contribuye a facilitar o dificultar la respuesta que la derecha quiere para la cuestión decisiva de hoy.
Iglesias, en este caso no voz sino eco, está calificando ahora al secretario general de "teatrero". El lector puede suponer, si quiere, que no lo hace para acrecentar el descrédito en que quiere sumir a Sánchez la derecha. El lector puede suponer, si quiere, que lo hace así solo porque confía en el certero análisis de Anguita y en el cumplimiento de su profecía. Vale. Pero ¿y si no se cumple?
Entonces tendremos que oír la explicación de Iglesias; y, posiblemente, en ese momento –que está por llegar– serán más los que pidan a Podemos que colabore en la tarea de que Sánchez alcance la Presidencia y forme un Gobierno que cambie el rumbo en la gestión de la crisis.
Menudo espectáculo
Volvamos de nuevo la atención a las filas socialistas. Menudo "espectáculo" (Patxi López dixit). Las baronías alzadas en palabras. No para explicar a los españoles qué trascendencia puede tener para las comunidades autónomas la forma en que se resuelva lo que el resultado electoral ha dejado pendiente; cosa esta que podría ser conveniente y hasta necesaria. Los medios de comunicación y las televisiones, amplificando el alzamiento; y, por regla general, dedicando diez veces más espacio a hablar de la lucha por el poder desatada contra el secretario general que a poner de relieve la incapacidad que está revelando Rajoy y la inanidad del PP. No nos extrañe: ni quitan ni ponen rey pero ayudan a su señor. Y cuanto mana la fuente de los habladores... beben y beben y vuelven a beber los peces en el río por ver a Sánchez hundío.
Lo significativo es que ningun@, ni ante la opinión pública ni en el Comité Federal, se haya atrevido a mantener que el PSOE, en esta coyuntura crítica, deba seguir otra línea de acción que la marcada por el secretario general. Luego entonces ¿por qué no le dejan? ¿porqué no le ayudan? Es más, sus baronías tienen bien reciente una experiencia propia. No ha mucho en elecciones autonómicas, a pesar de que el partido perdió votos respecto a las anteriores, recuperó o mantuvo poder gubernamental. ¿Cómo es eso ? Pues porque ante un pluripartidismo más efectivo funcionó la democracia representativa; y los líderes autonómicos socialistas, con el respaldo de su dirección federal, supieron gestionarla bien y convertir la posibilidad en una realidad.
No dedicaré aquí ni una línea a juzgar las intenciones de los alzados. Su actitud sería explicable si ofrecieran al PSOE una línea de acción política distinta a la del secretario general que, además o por tanto, precisara desplazarle del poder. Pero no la tienen o no se atreven a mantenerla. Así que no pueden explicarla. Y cuanto más lo han intentado más desnuda aparece esa lucha de poder. Tantos analistas lo han mostrado que puedo evitar lo que sería reiteración.
Una buena parte de la militancia no comprende esa actitud y otra buena parte les conmina: ¿¡por qué no os calláis!? Y parece que esto les ha hecho replegarse un tanto. Bien. La soberanía es de la militancia. Solo la parte más mayoritaria votó a Sánchez pero fue toda ella la que eligió al secretario general. Un respeto.
Dediquemos un párrafo no a las intenciones sino al efecto que contribuye a producir la mentada posición de las baronías. Es fácil describirlo: justificar desde ya la convocatoria de nuevas elecciones. Así se le quita importancia a todo lo que tiene que suceder en el tránsito a estas si finalmente han de celebrarse. Todo va a suceder rápido pero todo tiene que suceder.
¿ Qué ha de suceder ? Pues que funcione la democracia representativa; que se destaque su carácter deliberativo planteando y resolviendo la cuestión decisiva dejada pendiente por el resultado electoral; que hagan sus ofertas y den y den explicaciones quienes pueden y deben intentar, por su orden, ser investidos presidentes, desde ya, ante la opinión pública; y luego, con toda formalidad, en el Congreso de los Diputados. En suma, todo eso que es un auténtico calvario para Rajoy y su PP; y que, por el contrario, es una oportunidad para todos los demás y explicar –con menos desigualdad de medios que en una campaña electoral– por qué hay que poner fin ya, y no dentro de cuatro años, a su Gobierno.
Añadamos que solo así la "salida de emergencia" que sería otra convocatoria electoral no sería mera repetición: algo más habría tenido ocasión de aprender el electorado antes de volver a hablar con su voto.
En el tránsito a esas eventuales nuevas elecciones (cuya convocatoria es una clase de "nueva política" a la que se apunta pronto la prudencia y la estabilidad de Rajoy) no estaría de más que los representantes de los municipios y de las comunidades autónomas en sus respectivos ámbitos dejaran oír su voz. Los primeros, porque son el suelo institucional donde arraiga la democracia, despertando el interés de los más por la cosa pública. Las segundas, porque gestionan en buena parte el Estado del bienestar tan cuestionado por la crisis económica; y porque la crisis política de la democracia española tiene entre sus componentes la específica del Estado autonómico.
Hacer oír su voz para transmitir a los candidatos a presidentes lo que municipios y comunidades autónomas necesitan del Gobierno de España, sea cual sea su color; y lo que pueden aportar a la solución del conjunto español. Voz ante Rajoy ahora; luego en su caso ante Sánchez.
Lo paradójico es que la voz de los gobernantes autonómicos socialistas se haya oído, en primer lugar, no para dar mayor fundamento a la idea de que las comunidades autónomas necesitan objetivamente un cambio de Gobierno en España, sino para especular con los límites que hay que poner a Sánchez; de este modo reducen el campo de legítima maniobra que necesita y que le permite el respeto a una representación más compleja de la ciudadanía; representación más pluralista, que le obliga a abrirse a pactos a derecha e izquierda, a clásicos y a nuevos. Y en segundo lugar hablan para pronosticar que lo más seguro es que tengamos de inmediato otras elecciones porque la cosa está muy difícil. Cómo si no lo supiéramos. Como si lo que necesitáramos fuera azafatas que te avisan de la salida de emergencia y no de un piloto capaz de hacer bien un aterrizaje que complica el último vuelo electoral del voto ciudadano. Sin metáforas: necesitamos líderes esforzados en el afán de hacer algo más posible hoy lo difícil , deseable y necesario; y que además sepan a quién le toca en esta ocasión llevar la voz cantante.
¿Se atreverá Podemos a colaborar con el PSOE?
¿Podrán el PSOE y su secretario general conseguir lo que pretenden? Están obligados a intentarlo; por eso, Sánchez se ha atrevido a decirlo a despecho de cuantos diversos quieren ajustarle las cuentas.
Completemos la pregunta : ¿podrá Podemos ?, ¿se atreverá a colaborar con el PSOE, que es lo que ahora toca? ¿O verá su propia consolidación en la exclusiva expectativa de sobrepasar al PSOE y dar acabamiento a IU?
Piensen ambos el fruto que puede dar a su colaboración la suma del activismo del que ha surgido Podemos (y del que por supuesto no tiene la exclusiva) y la amplia presencia que tiene el PSOE (por supuesto no exclusiva ni excluyente ) en el gobierno de las Administraciones públicas.
Repárese en los porcentajes de votos y de escaños. Es imprescindible. Pero solo contar es fácil. Ya se hizo. Pero ahí, en esa aritmética elemental, no se detiene ni la acción política ni la reflexión que la acompaña.
Bien es cierto que los períodos críticos embarullan las cabezas. Que ningún partido se libra de este mal. Que incluso entre quienes mantienen la unidad de objetivo se exacerba el debate sobre el medio a emplear. Que a la opinión pública,asaltada por voces y ecos, no le resulta fácil distinguir entre quienes quieren hacer efectiva la representación política que se deriva del voto y entre quienes convierten la política en una pura representación, en un teatro de sombras chinescas, en un espectáculo de ventrílocuos que solo presentan las caras de sus monigotes.
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Fiemos pues al liderazgo y a la coherencia de los partidos, cuya medida crece o se achica rápidamente en los momentos críticos como este. Es su tarea, no la de los "independientes".
Fiemos también a la capacidad de distinguir de una ciudadanía bien informada; y a su capacidad de influencia sobre quienes dicen representarla.
Vamos a suponer, a efectos puramente dialécticos, que, después de Rajoy, Sánchez tampoco lo consigue. Algunos puede que digan que esto ya se sabía y que tiempo perdido. Discrepo: en ese proceso se da ocasión para que la ciudadanía atenta distinga y forje su cultura política. Por esto también es un deber para Rajoy cumplir su intento con la seriedad que su eslogan electoral decía que se tomaba con España, y no con la faena de aliño que le estamos viendo. Y es a Sánchez, y nadie ha podido negarlo, a quien le corresponde intentar una alternativa, una respuesta distinta a la que da Rajoy a la cuestión decisiva.
El resultado electoral del 20-D ha condensado la crisis de la democracia española, que no es solo política sino económica, social, territorial, generacional. A tenor del mismo, ahora todo gira en torno a una sola y decisiva cuestión : ¿quién va a dirigir desde el Gobierno la salida de la crisis?