"Cuando algo se queme, sospecha de los que han estado jugando con fuego".
Dicen que la alegría va por barrios. Podría añadirse que el resto de las cosas, también: la tristeza, la suerte, la victoria y la derrota, el éxito y el fracaso. Ahora mismo, en nuestra política le ha salido cara a la moneda de la izquierda y en la derecha todo son vacas flacas. Y el famoso "cuanto peor, mejor" se ha desplazado desde el territorio de los enemigos al de los aliados: no se sabe quién reirá el último, pero ahora nadie lo hace con carcajadas más fuertes que Abascal y los suyos, que tienen el trabajo más cómodo del mundo: no hacer nada. El mejor ejemplo, la defenestración de Alfonso Alonso como candidato del PP en el Pais Vasco y el del nombramiento como sustituto de Carlos Iturgaiz, que según el criterio siempre elástico de Pablo Casado no valía para Europa, de donde lo echó al ponerle en la cola de la lista de su partido, pero sirve para lehendakari. Las primeras declaraciones del aspirante son para enmarcarlas y van dirigidas a los seguidores de Abascal, Monasterio y compañía: "Que sepan que vamos a defender muchas de las cosas que defienden ellos". Pues entonces, los votamos directamente a ellos, pensará mucha gente. Desde Galicia, Núñez Feijóo, que es como Tarzán, o sea que no se moja ni mientras lucha en el río con los cocodrilos, dice que "espera que se haya acertado" al hacer ese cambio y se lava las manos: "Seguro que el PP nacional tiene sus razones", dejando claro que ni son las suyas ni se siente representado por los mandamases de la calle de Génova. Las aguas están revueltas, sólo queda saber qué pescadores van a sacar la ganancia.
La tercera pata del banco conservador, Ciudadanos, anda a la gresca, se pelean entre sus líderes con la saña con que lo hacen quienes no se reparten el barco sino las tablas de un naufragio. La discusión, con sonrisas afiladas como puñales y miradas que echaban fuego entre Inés Arrimadas, portavoz en el Congreso de la formación –aunque ella se comporte a lo Guaidó, como presidenta encargada, sea eso lo que sea– y el vicepresidente de Castilla y León, Francisco Igea, demuestra que por lo que se ve son malos tiempos en la casa naranja. Y lo que no se ve debe de ser aún peor, a juzgar por la amenaza que él dejó caer ante los periodistas que los filmaban y retransmitían en directo: "Si quieres que hagamos públicas nuestras conversaciones, las hago".
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Las malas compañías son las peores y te llevan por el camino más difícil, y resulta que la derecha moderada española se ha echado unos compañeros de viaje que la llevan en línea recta hacia el abismo. Atrapados en el miedo a la descripción que hizo de ellos Vox como una "derechita cobarde", que es un lema que ha dado en la diana, hacen lo que sea por arrancarse esa etiqueta que los define como una ropa de talla demasiado pequeña y apunta su falta de carácter, sus ideas en miniatura. La ola radical que en estos momentos pone en peligro la propia democracia a lo largo del mundo, de Washington a Londres y de Brasilia a Madrid, se va a llevar, entre otras cosas, cualquier intento de moderación por la derecha, y esto es un mérito del neoliberalismo. Venía el lobo, ya está aquí y hasta los que lo alimentaron dejándole comida en el bosque están aterrorizados: a ellos también los va a devorar.
Nos tememos que la elección de Iturgaiz por parte del actual PP, aparte de un giro hacia la nostalgia –dado que en su momento colocó al partido en una segunda posición nunca vista en Euskadi– tenga algo que ver con la estrategia de volver a poner el terrorismo encima de la mesa, utilizarlo de una manera irresponsable y agitar fantasmas que les hagan ganar un puñado de escaños. Una táctica peligrosa y una falta de respeto por las víctimas de los asesinos, que siempre tendrán derecho a la justicia, pero también lo tienen al olvido, por duro que sea, y a seguir adelante con sus vidas. Quien los utiliza no puede ser al mismo tiempo quien los respeta y se me ocurren pocas cosas tan respetables como su dolor, el calvario físico y mental sufrido a manos de unos locos sanguinarios. Que tengan cuidado los que juegan con fuego, porque querer algo a cualquier precio suele salir muy caro. Lo mismo que venderle el alma al demonio.
Ojalá las palabras de Iturgaiz sólo sean una torpeza, otra más. Porque como en lugar de eso sean un síntoma, que Dios nos pille confesados.
"Cuando algo se queme, sospecha de los que han estado jugando con fuego".