Qué ven mis ojos
Dios existe y el dinero sí que crece en los árboles
“No confíes en los dueños del paraíso: siempre van a decir que la manzana roja es la que está envenenada”.
El dinero crece en los árboles, aunque sea nada más que en los genealógicos, y especialmente en lugares como España, donde aceptamos sin rechistar que el poder se transmita de padres a hijos, del dictador al rey y de éste al príncipe; del presidente del Gobierno o cualquier autonomía a la sucesora o sucesor que él imponga, sólo o en compañía de otros; del alcalde o alcaldesa a su segundo de a bordo, si les sale un ministerio… Y así hasta el infinito, ya saben, el efecto dominó y todo eso. Cómo no van a hacerse ricos algunos con las compañías hidroeléctricas, en un país donde la especialidad es el enchufe. Nadie se escandaliza, o lo hace en voz baja y más en las barras de las cafeterías que en los colegios electorales, de que el cerco que empezaba a cerrarse en torno a la monarquía y sus negocios, por no cambiar de ejemplo, se lo salten los sospechosos por el sencillo método de cambiar la corona de cabeza; o de que tengamos en la Moncloa a alguien que, desde luego, ha ganado dos elecciones, pero a quien eligió como candidato del PP su antecesor, después de jugar media legislatura al Rato y al Rajoy con ellos, con sus afiliados y con el país en general; o de que toda la guerra civil desatada en un partido de la envergadura del PSOE, que ahora mismo parece el Abc de 1936, con una sede en Sevilla y otra en Madrid, se deba a la exigencia de la futura secretaria general de ser nombrada a la Búlgara, por aclamación y sin urnas de por medio, algo que justifica uno de sus barones, que dijo hace muy poco que “no estaba en la cultura del partido consultar a sus militantes.” ¿Qué hay de comer hoy en Ferraz? Ruedas de molino. Con ese menú, no es de extrañar que algunos de sus clientes habituales cambien de restaurante, y más ahora que han abierto uno nuevo a dos pasos...
Un banco es un atraco al revés, de dentro a fuera
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El dinero crece en los árboles para gente como el antiguo jefe de Caja Madrid, cuyo principal mérito para llevar las riendas de la entidad fue ser uña y carne de ese oráculo rebajado a echador de cartas que es José María Aznar, un hombre que ha pasado de poner los pies en la mesa de las Azores a que se los paren sus antiguos subordinados, que hoy vive a caballo entre el fuego amigo y la puñalada por la espalda, levantando más risas que temores, y que pelea contra todo y contra todos de esa forma patética en que luchan por no caer los que ya lo han hecho pero aún no lo saben. "Volver alguna vez llevando entre las manos / los restos del naufragio/ cuando apenas nos llega la noticia/ de que seguimos vivos", escribió en uno de sus libros la poeta Angelina Gatell, que acaba de morir. Para su amigo Blesa, la Fiscalía Anticorrupción ha pedido cuatro años de cárcel, por un delito de administración desleal continuada en relación con sobresueldos en la compañía financiera que él y los suyos condujeron a la ruina, ya que al fin y al cabo los cristales rotos los pagábamos nosotros. Y, de postre, 8,5 millones de euros en concepto de responsabilidad civil, a pagar por él y uno de sus lugartenientes. Es sólo uno de los caminos que lo van a llevar a prisión, aunque sea por encima del cadáver del juez a quien le quitaron de en medio: aquel bocado a la Justicia era pan para hoy y hambre para mañana.
El dinero no crece en los árboles, pero si lo hiciera sería una manzana envenenada. Lo que han contado a los periodistas varios miembros del PSOE sobre la traición de Antonio Hernando a Pedro Sánchez, es una buena muestra, y es terrible: dan su palabra de que le escucharon hablar por teléfono con su mujer y decirle que tenía que hacer el papel de Judas porque si era leal a la víctima de la conspiración “no iban a ser capaces de pagar la hipoteca.” Al final, la historia es siempre la misma. “¿Para qué voy a entrar en política, si no es para forrarme?”, se preguntaba de forma retórica otro sinvergüenza con mando en plaza y coche oficial al que le grabaron la conversación en la que dijo eso. “¿Qué tenemos que hacer con Trillo, sacarlo de España y deportarlo a la isla Perejil?”, clama rodeado de micrófonos el vicesecretario de Organización del PP, Fernando Martínez-Maillo. Hombre, igual lo cuestionable no es tanto si ahora tiene derecho a volver a su plaza de letrado en el Consejo de Estado, sino si antes se debió colocarle de embajador en Londres, sin tener la carrera diplomática y sin hablar inglés ni para pedirse un té sin un intérprete.
Igual es que la gente como el antiguo ministro y fontanero del PP a quien puede que aún se le deban algunas facturas, tiene razón y Dios sí que existe, pero sólo de manera selectiva, para ellos y en su propio beneficio. Al resto, como mucho, nos queda la caridad, que es ese gesto bondadoso rayano con la tiranía que no sirve para calmar la sed del pobre, pero sí para que otros se beban una copa de champán con la conciencia tranquila. No confíes en los dueños del paraíso, siempre van a decir que la manzana roja es la que está envenenada. Te mandarán cortarla para ellos y la usarán para hacer el pastel que se reparten a nuestras espaldas. Al menos no les ayudes a sujetar el cuchillo, porque ellos y nosotros no somos los novios de una boda y aquí no hay ninguna tarta nupcial que cortar.