Lo nuestro es Europa Jesús Maraña

Esto va de mal en peor, de Putin a Trump. Con un ultra capaz de mandar asaltar el Capitolio en la Casa Blanca y un imperialista como Putin en el Kremlin, cuyo sueño es reconstruir la Unión Soviética, el mundo es un lugar menos seguro y está más cerca del desastre. El presidente de Estados Unidos ha declarado la guerra comercial a Europa y a China, sus imposiciones arancelarias, su idea de cómo sellar las fronteras, su negacionismo climático y su mentalidad expansionista traerán, a todas luces, una crisis económica y ponen el planeta en riesgo; su apuesta por la industria militar, que es siempre la que más le interesa a un gobernante que cree más en el poder que en la democracia, en la fuerza que en la negociación, es evidente, igual que lo es su alianza con el dictador ruso, con el que planea repartirse Ucrania como si fuesen dos caudillos militares. Y todo bajo la amenaza de invadir o aislar a quien no obedezca sus órdenes: ha entrado en el Despacho Oval a la manera de un pistolero del Oeste en una cantina, con una mano en el revólver y la mirada desafiante. Y envalentonado por el voto de más de setenta y siete millones de norteamericanos.
Primero América –el burro delante, para que no se espante– es el lema que más ha calado de todos los suyos, un eslogan que le ha comprado esa gran parte de la población a quien aquí y allí englobamos en el sector de los descontentos, que en mi opinión y dado que avalan lo que avalan, es un término que ya se ha quedado muy corto: las ideas que propagan de Trump a Milei, bate o motosierra, son un retroceso en el territorio de los derechos humanos y del Derecho Internacional, defienden el abuso, el clasismo y la desigualdad, su único dios es el dinero y su representante en la tierra ese ejército más grande de la historia que prometió formar en su toma de posesión.
Ese violento símbolo del nuevo presidente de Argentina, la motosierra que el otro día le regaló a Elon Musk, que la agitaba con el mismo entusiasmo que hace el saludo nazi, o los recortes de billones de dólares que trama llevar a cabo Trump, no son más que una vuelta de tuerca al mismo argumentario: los países deben de ser dirigidos por los ricos, el resto debe conformarse con trabajar y malvivir, son bestias de carga, esclavos que cargan con las piedras de las pirámides. Esos sueldos que anuncia a bombo y platillo el multimillonario no son los de los banqueros, ni dueños de mutinacionales, ni empresarios con beneficios estratosféricos, ni reyes Midas de las redes sociales, sino los de muchos servidores públicos, en una nación donde ya lo público es de por sí débil, que dejarán a los menos favorecidos aún peor de lo que están.
Las ideas que propagan de Trump a Milei son un retroceso en el territorio de los derechos humanos, defienden el abuso, el clasismo y la desigualdad
Lo que ya casi da risa es la sumisión al todopoderoso de ejemplares locales del neofascismo como el jefe de Vox, el patriota que aplaude la imposición de medidas que perjudicarían gravemente a España o el ahorro en cargos políticos, cuando lleva viviendo de ellos desde que es un adolescente y jamás ha tenido otro trabajo conocido. Y ahí lo tienen, pregonando a los cuatro vientos que no se puede querer que a uno lo sostenga el Estado que lo mantiene a él y financia a su partido. Lo imagino al pobre rompiéndose la cabeza para encontrar un símbolo de altura: a ver, la motosierra la ha patentado Milei, el bate lo tiene pillado Trump, el cuchillo jamonero es imprudente, porque al producto lo van a freír a impuestos y tasas en las fronteras del amigo americano… ¿Una espada de torero? O, espera, ¿y un yugo y unas flechas? Por ahí va la cosa, pero hay gente que no lo quiere ver o que no ha estudiado.
En Alemania tampoco lo quisieron ver entonces –el humo de los hornos debía de ser invisible– y no lo recuerdan ahora, dado el crecimiento espectacular de la ultraderecha en las elecciones del domingo. Esta gente es un paso atrás y las dos preguntas son: ¿hasta dónde y cuántas personas les van a seguir?
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