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No es el fútbol: el deporte nacional es tirar balones fuera

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“Las personas capaces buscan soluciones; las demás, excusas”.

Todo lo que sucede, empezó en alguna parte y tiene consecuencias, salvo si hablamos de política y de España, porque aquí el poder se ejerce con un megáfono y una palangana, el primero para vocear los éxitos y la segunda para lavarse las manos cuando algo sale mal. En las instituciones públicas de nuestro país muy pocos reconocen un fracaso o un error; nadie dimite, ni asume sus responsabilidades, ni se disculpa; al contrario, si vienen mal dadas, sacan la raqueta y las devuelven de revés a campo contrario: a mí no me miren, ha sido el otro. No hay más que ver, a modo de ejemplo y de síntoma, lo que ha pasado el día de Reyes en la AP-6 y de qué forma los implicados en ese suceso que tuvo a miles de coches atrapados durante horas en la nieve, practican el deporte nacional, que es echar balones fuera. El Ministerio de Fomento y la concesionaria que explota la carretera se acusan mutuamente; el de Interior no dice esta boca es mía, aunque puede ponerse la medalla de la actuación reparadora del ejército y la Guardia Civil; y la Dirección General de Tráfico regaña a los conductores que, en opinión de su jefe, no fueron precavidos, no estaban atentos o se pasaron de listos y confundieron liarse la manta a la cabeza con enfrentarse a un temporal. No hace falta saber leer las hojas de té para adivinar que después de lo que ha pasado, no pasará nada, como siempre.

Pero lo cierto es que la gestión del problema fue desastrosa, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos hablando de la crónica de una muerte anunciada: las precipitaciones no fueron una sorpresa, porque se las esperaba y porque no cayeron en Ibiza o en Las Palmas, sino en Segovia, donde la fuerza de la costumbre debería haber enseñado algo a las autoridades; y claro que fue grande, pero no tan catastrófica como se dice: en la zona donde se produjeron las retenciones más graves, en la sierra y los puertos ya cercanos a Madrid, la nieve alcanzó a lo sumo los veinte centímetros, y eso en las cumbres, no en el asfalto; en Chicago, Ontario, Nueva York o Boston, cuando la cosa se pone fea, se mueven entre los cincuenta y los setenta; por no hablar de los quinientos seis de Buffalo, Nueva York, en 1977, o los doscientos cincuenta y ocho de Irán, en 1972. Lo del sábado fue mucho, pero no debía haber sido para tanto.

A todas luces, se debió prever y combatir la amenaza, que los eficaces sistemas meteorológicos de hoy en día conocían de sobra y los medios de comunicación habían difundido generosamente; y más aún cuando estábamos en una fecha señalada en rojo en el calendario, en plena operación retorno de las vacaciones de Navidad. Pero lo único que no falló, eso sí, fue el cobro del peaje a las mismas personas que habían quedado atrapadas en la autopista: nada de abrir las barreras, el negocio es el negocio.

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Es difícil enfrentarse a estas cosas, por supuesto, porque el engreído ser humano se hace pequeño ante la naturaleza cuando ésta se enfada; pero la verdad es que yo estaba allí, pasé de milagro y derrapando la parte donde poco después se produciría el bloqueo de miles de familias, y les aseguro que antes de comenzar el ascenso de la montaña las señales recomendaban sólo precaución, que obviamente la vía no estaba cortada y que no había máquinas quitanieves suficientes, como quedó demostrado: nosotros, con mucha suerte, nos pusimos detrás de la que pasó cuando ya nos habíamos parado y nos temíamos lo peor, tras esquivar dando bandazos a los dos coches que nos precedían y que acababan de chocar; y tras ella, llegamos poco a poco hasta el túnel de Guadarrama y de ahí a casa. Salvados por la campana.

Al día siguiente, las cosas empiezan a ir más despacio, imagino que a la espera de que se olviden. Fomento deja la pelota en el tejado de la concesionaria, aunque su propio nombre indica que el que le concede la explotación es el dueño de la carretera y nos haga creer que algo tendría que decir. Tráfico argumenta que el Estado es el propietario de la infraestructura, pero “a Iberpistas le corresponde la responsabilidad de la gestión sobre la nevada”, es la que “tiene que decidir cuándo cerrar el acceso” y está obligada a “tener los medios” para afrontar una situación como la que se produjo. Por alusiones, la firma de Abertis responde que puso en marcha el Plan Operativo de Vialidad Invernal —bonito nombre, y muy sonoro— “bajo la supervisión directa del Ministerio de Fomento y de la Dirección General de Tráfico”, y que se mantuvo “en constante cooperación con Protección Civil, Cruz Roja y la Unidad Militar de Emergencias (UME)”. El ministro De la Serna, sin embargo, aseguró que fue informado “a posteriori” de la situación. Las dos cosas no pueden ser verdad, así que alguien miente. Pero dará igual, no se echó bastante sal sobre la AP-6, pero se echará toda la tierra que sea necesaria sobre este asunto, para que al llegar la primavera todos se vayan de rositas.

Eso es lo malo. Lo peor es que volverá a pasar, como cabe deducir de la defensa numantina que el jefe de la DGT ha hecho de sí mismo. Según él, actuó según su protocolo, puso medios “más que suficientes para resolver la situación”, “no se escatimaron recursos, horas ni personal” y fueron los usuarios quienes “no se enteraron o no tomaron las precauciones necesarias.” Con tanto Poncio Pilatos, cómo no van a bajar sucias las aguas de nuestros ríos.

“Las personas capaces buscan soluciones; las demás, excusas”.

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