“La diferencia entre el servil y el ser vil es que uno besa la mano que lo manipula y el otro la que le da de comer”
Creíamos que la política española se había rejuvenecido, pero sólo se ha infantilizado. Y que los nuevos no den la talla es la principal razón de que no lleguemos a ninguna parte. Esta nueva generación lo iba a cambiar todo, pero no dijo si a mejor o a peor, y el caso es que sus líderes no dan una a derechas ni a izquierdas, ni parecen tener la entidad necesaria para dirigir un país que, desde que está en sus manos, no se mueve, está bloqueado en lo institucional y maniatado en lo retórico, porque los argumentos con los que justifican su incapacidad para ir a alguna parte son de tercero de primaria: si no me llamas, no te llamo; si te hablas con ese, te retiro la palabra; si me citas en tu despacho el segundo, no voy… Y todos con la tiza en la mano para irle pintando líneas rojas al enemigo.
Y claro, ocurre lo de siempre, que cuando no se tienen razones ni se saben explicar, se tira de panfleto o de cinismo. En el primer caso, se pueden enmarcar las declaraciones de Pablo Casado tras reunirse ayer con Pedro Sánchez: “El PP no facilitará un Gobierno con los comunistas de Podemos”. En el segundo, las de Inés Arrimadas, que se ha quedado con el chiringuito de Ciudadanos en temporada baja y necesita lo que todos los negocios de verano para pasar los meses de frío: ganar tiempo y juntar alguna clientela local: “Tenemos la obligación de llegar a un acuerdo”, dijo a los medios de comunicación, tras proponerle uno imposible al candidato socialista: que si él le daba lo que tenía, su pacto con Pablo Iglesias, ella le daría a cambio lo que no tiene ni tendrá, que es la abstención del PP.
Después de todo lo que ha pasado, no ha ocurrido nada. Todo sigue en el mismo sitio, como un barco a vela en un mar sin viento. El caso es que cuando se cerraron los colegios tras las penúltimas elecciones generales, algunos sumamos las papeletas y dijimos que habría otras, que esta gente sería incapaz de encontrar los motivos, los intereses o el sentido del deber necesarios para llegar a cualquier tipo de acuerdo. Los politólogos se rieron con la boca de lado, peso sucedió lo que nos temíamos, y los carteles de campaña volvieron a pegarse en los muros. Al acabar la segunda cita y quedarse los bloques –que no los partidos–, igual que estaban, a los mismos de la otra vez nos pareció que dos mas dos seguían dando cuatro y que de donde no hay no se puede sacar. Y miren por dónde, este lunes, desde el PSOE, ya aventuraban que lo que pretenden PP y Cs, de hecho, es volver a poner las urnas, probar suerte a ver si a la tercera va la vencida. Esto es una pesadilla que además de morderse la cola, muerde también a cualquiera que se le acerque.
Parece obvio que cuando todo esto acabe, si es que lo hace algún día, habrá que hacer algo para que no se pueda volver a repetir una situación tan absurda, quizá recurrir a un sistema de segunda vuelta que asegure que el grupo que gane y no llegue a la una y a las dos a ningún acuerdo, pueda sentarse en los bancos azules, poner a trabajar al Congreso y el Senado y a partir de ahí padecer la oposición que los adversarios consideren que le tienen que hacer. O a lo mejor es que sobran cargos públicos y esto es un juego de las sillas en las que hay más sillas que participantes, de modo que suene la música o no a ellos les da igual, tienen un asiento fijo asegurado. Así, con el riñón bien cubierto, no tienen prisa, van sobre seguro, saltan con red y pueden dedicarse tranquilamente a ejercer la profesión con más futuro en estos momentos en España, que es la de expendedor de carnets de patriota, constitucionalista, demócrata, etcétera. Con ellos en la mano, se creen autorizados a excluir, censurar y poner cordones sanitarios, o directamente le niegan el derecho a ciertas formaciones a ejercer la representación parlamentaria que les ha dado la ciudadanía con sus votos, algo que colisiona con la propia democracia. Uno llega a preguntarse si el asunto de Cataluña es el problema, la disculpa o las dos cosas.
Dice Pablo Casado que el PP “no puede blanquear un gobierno comunista.” Hombre, el PP ya ha demostrado que lo puede blanquear casi todo, desde el dinero negro a la ultraderecha; pero, en cualquier caso, llama la atención que ante la falta de un discurso nuevo, el que cabría esperar de su edad y sus promesas de cambio, recurra al vocabulario de la guerra fría, usándolo para lo que lo utilizan quienes los llaman a ellos fascistas. Cuando eso ocurre, desde la calle Génova protestan, y con razón. Mala cosa, porque empezar por insultarse no es el mejor principio entre dos que aseguran que se quieren entender. Si no dan más de sí, no son necesarias otras elecciones, lo que hacen falta son unas y unos candidatos distintos.
“La diferencia entre el servil y el ser vil es que uno besa la mano que lo manipula y el otro la que le da de comer”